El pasado lunes 13 de noviembre, el exaspirante presidencial, Marcelo Ebrard Casaubón. decidió quedarse en el partido político Morena, luego de semanas de bombardear el pasado proceso de selección del virtual candidato presidencial, amagar con su salida, sondear sus posibilidades de unirse al partido Movimiento Ciudadano y ser su abanderado, para finalmente recular al ver el oscuro panorama político que le esperaba.
Justo después del fin de semana que definió a los candidatos a las nueve entidades federativas a disputarse el año entrante, el excanciller Ebrard, anunció que le era suficiente el fallo de la comisión nacional de Honestidad y Justicia de Morena, donde se explica que existieron irregularidades en el pasado proceso interno, pero que no constituían fallos graves como para anular el ejercicio demoscópico, como había solicitado.
Ebrard a diferencia de Omar García Harfuch, no supo digerir la derrota y se rebeló contra la ganadora, Claudia Sheinbaum, a la que se resistió a reconocer como la heredera del liderazgo del movimiento encabezado por el presidente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Harfuch, que sí ganó la encuesta abierta a la población, debió ser bajado por la denominada cuota de género impuesta desde el INE y ratificada en el TRIFE, para ceder la virtual candidatura a la jefatura de Gobierno a Clara Brugada, que fue la mujer más competitiva de los estados encuestados.
La difícil decisión política en la Ciudad de México, no fue solamente por la paridad de género, pues es conocido que al interior de Morena, siempre fue difícil digerir el fenómeno electoral lleno de pragmatismo que representaba la candidatura de Harfuch. Por lo pronto, a diferencia de Ebrard, el futuro político del exjefe de la policía capitalina, tiene un escenario más claro y sin resquemores. El senado de la República podría ser un premio de consolación de primer nivel que le permitiría pedir licencia para acompañar a la probable presidenta Sheinbaum en las labores de seguridad pública a nivel federal, con la posibilidad de regresar a su escaño para tener un cargo que duraría todo el siguiente sexenio.
Con el final de la telenovela marcelista, el proceso interno de Morena concluye con la unidad a regañadientes, en torno a su candidata Sheinbaum. Pero con el deterioro exponencial de la figura de Ebrard a quien en el interior de Morena, no lo ven como un compañero que suscite confianza. Si bien los caminos de Ebrard y Sheinbaum continuarán juntos en el siguiente proceso electoral, se prevé que esa unidad no sea de larga duración ante las expresiones adelantadas del excanciller por buscar ser el próximo candidato presidencial en 2030.
Aunque las posibilidades de triunfo de Morena en 2024 son enormes, la Elección Presidencial no será tan fácil, como la tradición manda en cada proceso político desde que existe el INE ciudadano. El futurismo político de Ebrard debió ser contenido por el mismo presidente AMLO y por la virtual candidata Claudia Sheinbaum, quien le recordó al acelerado político, que en el interior de Morena no se contemplan cuotas de poder ni se permiten corrientes internas.
Con la inminente salida del escenario nacional de AMLO y su enorme capital político, la evolución del partido político Morena es aún una incógnita difícil de prever, pues aunque la comentocracia tan disparatada y sin brújula apuesta a una especie de Maximato, en realidad las condiciones del presidencialismo mexicano, ya no lo permitirían. El análisis real pasa por qué rumbo toma el siguiente sexenio y en qué temas se corre hacia la derecha, cuáles políticas públicas tienen continuidad y que nuevas se implementan.
El prematuro autodestape de Ebrard siempre concitará a las dudas sobre las tareas de gobierno que le sean asignadas, si bien se sabe que en el sistema político mexicano, un cargo político es usado como trampolín para el siguiente, nadie en la historia reciente fue tan explícito como el propio excanciller.
Si bien la oposición aglutinada en el gris frente amplio asegurará una votación suficiente para que Morena no obtenga un carro completo a nivel del Congreso y el Senado, el desempeño de su alicaída candidata presidencial Xóchitl Gálvez no augura el éxito electoral que se pretendió vender desde las cúpulas partidistas y desde la oligarquía mediática. La posibilidad de que el frente opositor naufrague hacia el desastre es un escenario real, pues el descrédito de los partidos coaligados, las cúpulas más interesadas en repartirse las migajas, y la miope dirección dada desde las elites empresariales, no lograron aún encaminar un proyecto competitivo previo al proceso electoral.
El posible gobierno de Claudia Sheinbaum podría enfrentar una oposición interna más fuerte que la externa emanada del frente amplio que se nutre de figuras políticas impresentables, así como verdaderos cartuchos quemados, que hicieron de la estridencia y los bulos, su estrategia fallida para recuperar los espacios de poder político perdidos.
Basta recordar como los expresidentes emanados del PAN, Vicente Fox y Felipe Calderón desnudaron su simpatía por el fascismo, al brindar su apoyo al ultraderechista Javier Milei quien compite en las elecciones presidenciales de Argentina contra el peronista Sergio Massa.
Las figuras residuales del partido conservador mexicano son cada vez más intrascendentes, muchas de ellas con acusaciones y procesos abiertos por corrupción. Por momentos mueven más a la sorna que a la unidad democrática a la que enuncian, aquella que nunca ejercieron cuando fueron gobierno.
Aun con una eventual campaña sosa, sin carisma de Morena en el siguiente proceso electoral, los gobiernos estatales, su estructura territorial, los recursos económicos y sobre todo la amplia aceptación del nuevo partido oficialista, hacen muy difícil que la siguiente elección no sea ganada por el instituto político de izquierda, que dista de ser perfecto, pero que supo hacer las labores internas.
Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal y Ricardo Mejía Berdeja son ejemplos de políticos que no supieron dimensionar sus alcances reales y la soberbia les jugó en contra, destrozando su poco o mucho capital político. Al amenazar con romper la unidad de Morena sino se les daba rienda suelta a sus aspiraciones personales, cayeron en la trampa de creerse más importantes que el movimiento que encabezaba el presidente AMLO, con lo que la dura realidad les demostró que no existirá en varias generaciones una figura política de esas dimensiones.
Ebrard continuará al interior de Morena, pero será muy difícil que recupere la confianza de sus compañeros de partido, solo los poderes fácticos podrían apoyarlo, si él decide boicotear desde dentro al gobierno de la posible primera presidenta en la historia de México.
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