Por la presión que ejercieron fundamentalmente los jinetes —que arriesgan su vida montando en las carreras de caballos que se ofrecen en el Hipódromo de las Américas—, la empresa usufructuaria de esa propiedad federal no tuvo más remedio que cumplir con las obligaciones de su permiso. Claro, redujeron los premios, pero cuando menos, el gremio hípico tiene ingresos.
De acuerdo con lo pronosticado, la reapertura no ha sido muy feliz que digamos para las finanzas de la permisionaria. Mi impresión es que están pagando por la ineptitud de los “ejecutivos” que tienen a su cargo la operación de la planta hípica, aunque para compensar las pérdidas, tienen las ganancias de sus casinos, que en varios puntos del país operan.
En mi opinión, la permisionaria nunca se preocupó por crear afición para las carreras de caballos —de hecho, la mataron—. Si bien es cierto que los hipódromos son un magnífico espectáculo, punto de reunión y esparcimiento en donde familias y amigos disfrutan de las batallas de las férreas voluntades que sostienen durante las carreras estos magníficos atletas —equinos y jinetes—, la realidad es que el “alma” de esta actividad son las apuestas y los premios son raquíticos. Hay que entender que las plantas hípicas son esencialmente casas de apuestas.
¿La ineptitud es resultado de la ignorancia? De Sergio Alamán, el director general, no me sorprende. Este individuo llegó al puesto porque era cuñado del mandamás de CIE, el multimillonario Alejandro Soberón Kuri, al cual CODERE —ahora principal accionista— lo mantiene, pues supongo que Soberón sigue siendo —con su influencia— el que ha podido mantener la impunidad con la que opera la empresa. Ramón Rionda Jean, el director hípico, el que se supone que sí sabe, permanece callado. En fin… el panorama es sombrío.
La cuestión es ¿por qué al gremio hípico le interesa que se fomente la apuesta? Porque entre más apuesta, mayor es el dinero que recibe para los premios de los participantes. ¿Cómo es posible que en Panamá, el premio para potrillos dosañeros debutantes es de ocho mil dólares y en México no llega siquiera a la mitad, cuando el tamaño de las economías de los dos países no se pueden siquiera comparar? ¿Alguien lo puede explicar?
La consecuencia de este desinterés es visible: la hípica se muere y, por supuesto, hay culpables de este fracaso, principalmente de la autoridad reguladora que no se ha preocupado por el crecimiento de la Industria Hípica. De funcionar bien, sería fuente de creación de empleos bien remunerados. Aunque les caiga gordo, tengo que decirlo: también son culpables de la decadencia de esta industria los representantes de quienes hacen posibles las carreras: propietarios y criadores de caballos, que no han defendido su actividad.
Sin premios no hay posibilidad de desarrollo y si le agregamos que la autoridad hípica es un organismo de facto, pues la actual ejerce un cargo, de la cual no tiene reconocimiento formal, ni ha sido designado por una autoridad, ni tiene un contrato ajustado a la normativa para el caso, entonces está ejerciendo el cargo de facto. El Órgano Técnico actual funciona para emitir su opinión… no para regular las carreras. Esta asociación civil no está autorizada para ejercer las funciones por la Secretaría de Gobernación, aunque la han ejercido desde hace muchos años, producto de la impunidad y corrupción que ha existido en este país por sexenios.
Haciendo un breve análisis de lo que ha pasado en este nuevo período gracias a la publicación de los “charts” a la que está obligada la empresa a dar a conocer, éstas proporcionan datos de cada carrera, como se puede ver en el resumen de 5 carreras tomadas al azar en esta liga. Se analizaron las “octavas carreras del programa” y se demuestra el fracaso de la permisionaria.
El penúltimo día en que se ofrecieron carreras, antes del cierre por la pandemia, el 14 de marzo, en la “octava carrera” se apostaron casi 140 mil pesos. El primer día post pandemia, el viernes 2 de octubre, se apostaron en total en la octava carrera 20 mil pesos y no se diga el sábado en que corrieron los caballos Cuarto de milla. En la octava carrera del programa se apostaron solo 4 mil pesos. El sábado 24 de octubre en la octava, se apostaron 16 mil seiscientos pesos. ¡Todo un fracaso!
Esa es la triste historia de la situación. La pandemia no cede y es probable que este año no se ofrezcan carreras con público presente, lo cual impide que la empresa tengo otros ingresos.
Sin publicidad y sin una reducción de la retención (take out) —del que nadie sabe cuál es este porcentaje y hacerlo es imperativo para atraer apostadores—, los premios seguirán siendo raquíticos y la hípica, cuando menos de caballos Pura Sangre, en picada. Solo los propietarios muy fanáticos seguirán manteniendo sus caballos a un enorme costo.
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