La semana anterior nos quedamos atónitos con la noticia del fallecimiento de Paloma Nicole quien fuera sometida a una operación estética a los 14 años. Para empeorar el asunto resulta que quien la operó fue su padrastro (pareja de su madre) y que su madre sin tener ningún tipo de preparación en el campo de la medicina entró a esta cirugía y lo hacía con regularidad.
No se informó ni se solicitó la autorización del padre y para colmo se dice que la menor tenía COVID y aún así fue sometida a la operación. A los 14 años, Paloma Nicole tendría implantes mamarios, liposucción y lipotransferencia en glúteos, nada más y nada menos, un cuerpo hechizo para mi opinión no congruente con el de una niña de su edad.
¿Qué tiene que llevar a una niña o en este caso a su madre a tomar una decisión como esta poniendo claramente en riesgo su vida? Lamentablemente el cuerpo de la menor no aguantó la operación, surgieron complicaciones y falleció. ¿Por qué una niña que debería tener como única preocupación pasar el año escolar, tuvo que pasar por esta situación y cuál es el castigo para quien tenía la obligación de cuidar de su integridad física y emocional y para el médico que sin haber llegado a la mayoría de edad, sin autorización del padre y sin tratarse de una cirugía necesaria actuó con tal irresponsabilidad?
Este no es lamentablemente un caso aislado. En México, las cirugías plásticas han adquirido una relevancia creciente durante las últimas dos décadas. El país se encuentra entre los primeros lugares a nivel mundial en número de procedimientos estéticos, motivado tanto por la accesibilidad económica en comparación con otros países como por la presión cultural hacia alcanzar ciertos estándares de belleza. Sin embargo, detrás de este fenómeno existe una problemática profunda que no siempre se visibiliza: la relación entre las intervenciones quirúrgicas y la dismorfia corporal, un trastorno psicológico que impulsa a las personas a someterse a operaciones repetidas sin alcanzar nunca la satisfacción con su propia apariencia.
La dismorfia corporal, también llamada trastorno dismórfico corporal, se caracteriza por la obsesión con defectos físicos percibidos, ya sean reales o imaginarios. Quienes lo padecen experimentan una fuerte angustia y baja autoestima, lo que los lleva a buscar soluciones externas, como las cirugías estéticas, con la esperanza de corregir aquello que consideran inaceptable. La influencia de las redes sociales, los filtros digitales y la cultura de la imagen han intensificado este padecimiento, especialmente entre adolescentes y adultos jóvenes. Las figuras públicas y los influencers que muestran cuerpos “perfectos” refuerzan la idea de que operarse es una necesidad más que una opción, y que la belleza debe responder a un molde rígido.
Uno de los principales problemas que surge de esta situación es que muchas clínicas de cirugía plástica en México no realizan evaluaciones psicológicas previas a sus pacientes o como en este caso a los tutores de los pacientes. Al no identificar posibles casos de dismorfia corporal, se atienden personas que, aunque físicamente son candidatas para una operación, no cuentan con la estabilidad emocional necesaria para afrontar los resultados. Esto provoca que, aun después de una cirugía exitosa, los pacientes sigan sintiéndose inconformes y busquen nuevos procedimientos, entrando en un ciclo de insatisfacción y riesgo.
La dismorfia corporal es una realidad en una sociedad en la que la presión por ser delgada, perfecta según los estándares occidentales y joven por siempre es insoportable, no tener un cuerpo esbelto y medidas perfectas, no tener rasgos europeos y envejecer pueden parecer pecados gravísimos y se le da mucha más importancia a la imagen que a la realización profesional o a temas como ser una persona con valores y conductas virtuosas.
La problemática de las cirugías plásticas en México vinculada con la dismorfia corporal es compleja y multifactorial. Abarca aspectos médicos, psicológicos, sociales y económicos que deben atenderse de manera coordinada. Más allá de la búsqueda de la belleza externa, lo que está en juego es la salud física y emocional de miles de personas que, en su deseo de transformar su cuerpo, enfrentan riesgos que podrían prevenirse con mayor regulación, educación y conciencia social.
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