“Un fascista y un supremacista blanco”. Así se describe a sí mismo Payton Gendrom de 18 años, acusado de matar a 10 personas en su mayoría afrodescendientes, en un supermercado de Buffalo Nueva York. Según el documento de 180 páginas que él mismo redactó para explicar en sus palabras “La teoría del reemplazo” y otras razones por las que los de su grupo, los supremacistas blancos deben proteger a los de su especie de todos aquellos que amenazan con quitarles su trabajo y privilegios que ellos, en su concepción, deberían de tener por jerarquía racial como miembros del grupo étnico al que pertenecen.
En 2019 Brenton Tarrant, un extremista australiano que transmitió en redes sociales su ataque a una de las mezquitas de Nueva Zelanda, publicó en Facebook un manifiesto de 74 páginas bajo ese nombre “El gran reemplazo”. Con esto trató de justificar un crimen que dejó más de 50 muertos entre Musulmanes y Judíos.
El principio central de esta teoría de la conspiración es que los pueblos europeos se están extinguiendo y están siendo reemplazados por inmigrantes con una cultura diferente, inferior y peligrosa, explica Dominic Casciani, Corresponsal de Asuntos Internos de la BBC. Pero existen argumentos que se remontan a 1900, cuando el padre del nacionalismo francés, Maurice Barrés, habló de una nueva población que tomaría el poder y arruinaría nuestra patria.
La verdad es que este tema no tiene origen ni fin. Desde que existimos en la faz de la Tierra, el odio nos ha movido en todas las direcciones y ha sido el principal artífice de todas las facetas de la historia, disfrazado de nacionalismo, de miedo, de defensa de los valores, de amor a una religión el odio nos ha hecho y deshecho. Lo que nos sobran son justificaciones y pretextos para sentirnos con la capacidad moral de decidir quién merece y quién no. El odio entre los seres humanos se dispara de manera lineal, ascendente y descendente, racional o inconsciente, heredado y adquirido.
Según autores y filósofos de todos los tiempos, como Aristóteles, Luis Vives, Tomás de Aquino, Séneca, Spinoza o Descartes, el odio es una emoción humana que consiste en desear causar mal a una persona o un género de personas o animales; tiene tendencia a ser permanente, circunstancial temporal. Podría tener como causa la ira, la envidia, el resentimiento o el asco, y yo agregaría que el miedo injustificado.
En un interesante análisis, Thiebaut en su ensayo titulado “Un odio que siempre nos acompañará”. Su ensayo sostiene que los odios definen a los individuos y a los grupos en que se incluyen, al reflejar las marcas de pertenencia social, de establecimiento jerárquico de los mejores y de los peores por medio de los gustos y los hábitos.
En segundo lugar, Thiebaut hace suya la distinción de la escolástica cuando propone diferenciar el odium abominationis, que es, primariamente, el firme desprecio de alguna cualidad negativa y solo derivativamente de la persona que pudiera poseerla, del odium inimicitiae, que se dirige por el contrario a las personas. Odiar a personas concretas, desearles un mal sería algo malo, mientras que odiar conceptos abstractos podría ser aceptable.
Thiebaut sostiene también que los odios políticos pueden nacer de un desprecio (a las mujeres, a los homosexuales, a las personas que profesan otras ideologías religiosas), pero se consolidan porque lo odiado se entiende como amenaza, como un peligro que a su vez nos odia.
El odio es una emoción que puede ser manipulada, especialmente por demagogos, y ha tenido históricamente gran poder movilizador, precisamente por las vinculaciones con el binomio identidad /alteridad. Los odios públicos buscan causar mal a un colectivo concreto y suelen ser caldo de cultivo para diversas manifestaciones, como los delitos de odio y los genocidios.
Aunque en los casos extremos de lenguaje del odio, el Derecho puede intervenir, la educación en derechos humanos es la clave para que las identidades y las alteridades tengan una relación armoniosa y lejos de acertar intensificando castigos y penas a los delitos por odio bien haríamos en darnos a la tarea de conocer los orígenes y razones por las que los seres humanos nos odiamos.
Tal vez conociendo las causas podríamos tratar de resolver y amortiguar las manifestaciones que encubiertas de autodefensa y custodia de valores nos llevan a cometer crímenes en contra de nuestros semejantes, que por diferencia de opinión, color o preferencias vemos como oponentes, enemigos y depredadores.
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