Este fin de semana estuve inspirada por las imágenes en redes sociales en las que vi a muchas queridas amigas corriendo en diferentes pruebas. Se celebraron el maratón en Nueva York, el de Londres, el maratón en Querétaro y el Iron Woman en Barcelona, entre todos me imagino muchos más.
Siempre vi el hecho de correr como una estrategia de escape, con mi poquísima cultura del deporte estoy segura nunca haber corrido por gusto hacia ningún lado, es más, este tema de los maratones me pareció siempre como parte de un universo paralelo con el que probablemente nunca coincidiré.
Este año fue distinto, me detuve a pensar en algo que jamás me había pasado por la mente. ¿Qué tiene de interesante correr? ¿Por qué apasiona de esta forma a tanta gente? ¿Cuál es la magia que encuentran en poner su cuerpo a prueba y retar sus propios límites?
Hace muy poco tiempo en realidad estaba muy mal visto que la mujer corriera. Se consideraba una actividad, hablando desde el punto de vista deportivo, exclusiva de hombres. Se decía que las mujeres no estaban capacitadas físicamente para este esfuerzo (para tener todos los hijos que Dios mandará y llevar a cabo todos los días las más pesadas jornadas laborales sí, pero para hacer deporte no) y que incluso podría ser dañino para su salud.
Ya en el año 1828 en los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna se detectó a una mujer de nombre Molpónome siguiendo el maratón sin estar inscrita en éste. Aunque en juegos posteriores las mujeres pudieron participar solo en algunas pruebas, se descartó la posibilidad de dejarlas correr en carreras superiores a 800 metros, asegurando que corrían peligro sus vidas. De hecho en el año 1948 se propuso eliminar a las mujeres de todas las competencias deportivas y volver a la modalidad de la antigua Grecia en la que participaban solo hombres. Una historia que me resulta tan familiar, no solo en el deporte, lo mismo ha sucedido en la política, en el estudio y en casi todas las actividades consideradas primitivamente como solo para hombres y en las que la mujer ha querido incursionar.
La verdad es que en efecto las mujeres que intentaron competir apenas pudieron terminar la carrera y en un estado grave de cansancio. La verdad es que quedaron exhaustas por no tener un entrenamiento apropiado, no porque no tuvieran la capacidad de hacerlo.
Algunos años después, una niña norteamericana de nombre Kathrine Switzer pidió a su padre permiso para unirse al grupo de animadoras de su colegio y obtuvo una increíble respuesta de su padre nada usual para la época: “Tú no tienes que animar a los demás, los demás tienen que animarte a ti”.
Así fue como Karhrine decidió correr, se inscribió en el año 1967 que suena lejano pero es de verdad muy reciente, usando solo las siglas de su nombre y apellido para pasar desapercibida por los jueces, quienes al percatarse que la persona que corría con el número 261 era una mujer intentaron sacarla de la carrera por la fuerza. Con el apoyo de su pareja y otros corredores, Kathrine pudo seguir corriendo.
“Voy a terminar la carrera, arrastrándome, a gatas si es necesario, porque si ni la acabo, nadie creerá que las mujeres no podemos hacerlo”. Y así fue como sin saberlo rompió el techo de cristal y dio inicio a una nueva era para todas las mujeres, quienes hemos podido demostrar a lo largo de la historia que somos libres de poder hacer lo que queramos.
Muchas mujeres han corrido desde entonces, poniendo al límite su resistencia, llevándose medallas, siendo ejemplo de futuras generaciones, llegando al grado de que hoy en día para nadie es extraño ver a una mujer correr, al menos en la mayor parte del mundo. No olvidemos que hay países en los que las mujeres siguen teniendo prohibido competir en deporte e incluso asistir a los estadios. Recientemente, en 2018, en Irán, se permitió a las mujeres entrar al estadio aunque de forma completamente segregada, ocupando solo unas pocas localidades y manteniéndose tapadas, calladas y quietas.
Pero las mujeres seguimos corriendo, corremos como podemos pero no nos rendimos, una mención aparte merecen las increíbles corredoras Rarámuris provenientes de la Sierra Tarahumara enclavada en el estado de Chihuahua. Un ejemplo destacado es el de Lorena Ramírez, la mujer más rápida de México, pastora de ganado de oficio que a los 22 años ganó el “Ultratrail cerró rojo” en Tlatlauquitepec, Puebla, en el que corren 100 km 500 corredoras de 12 diferentes países además de haber ganado en cinco ocasiones el ultramaratón Gauchochi en su natal Chihuahua, con los corredores Rarámuris más veloces. Ella corre sin calzado deportivo, sin gadgets, no lleva una dieta especial, usa sus huaraches de plástico y entrena mientras trabaja como pastora corriendo 10 kilómetros diarios por la inhóspita sierra Tarahumara, tanto ella como su compañera Abigail Zamora quien incluso corre con su atuendo típico son un ejemplo de tenacidad, talento y perseverancia.
La prueba máxima de resistencia es sin duda el Iron Woman, en el que las competidoras realizan tres pruebas extremas: 3.86 km de nado en mar abierto, 180 km de ciclismo con ascensos y descensos y 42.2 km de Maratón. Solo decirlo me parece imposible de creer, y me parece que el nombre nunca fue más adecuado: “Mujeres de acero”.
Con esto nos queda claro que las mujeres merecemos y debemos poder correr o bailar o cantar o escribir o hacer cualquier cosa que queramos porque ya demostramos que no reconocemos los límites y que estamos decididas a seguir conquistando batallas que por naturaleza nos fueron impuestas. Yo hoy me siento admirada ante la enorme resiliencia de estas tremendas mujeres que sin diferenciar edad, condición socioeconómica, raza, maternidad u oficio, han decidido correr en nombre de todas las mujeres que antes no pudieron hacerlo.
Correr hoy con tenis y un número en un dorsal es una metáfora del lugar que tenemos las mujeres dentro de nuestra sociedad, el de una persona que es capaz de dar su máximo esfuerzo, digna de confianza y feliz de ser quien es. Correr libres y por la libertad de las demás, correr con el alma, con pasión, como si no hubiese más remedio, con la vida y con la esperanza de que un día todas corramos sin miedo.
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