Caso Negreira, el veneno de la corrupción del fútbol en España

David Moscoso Sánchez  |  Profesor Acreditado Catedrático de Sociología, Universidad de Córdoba El caso Negreira, el caso de supuesta corrupción por el cobro de favores de arbitraje en La Liga española en el que habría intervenido el Barcelona...

15 de marzo, 2023

 |  Profesor Acreditado Catedrático de Sociología, Universidad de Córdoba

El caso Negreira, el caso de supuesta corrupción por el cobro de favores de arbitraje en La Liga española en el que habría intervenido el Barcelona F.C., ha abierto un capítulo crucial en el ya complicado derrotero que vive el fútbol español en los últimos tiempos.

Este caso es el más actual y uno de los que más revuelo han causado, porque pone en cuestión la integridad del resultado de varias ediciones de la liga de fútbol de primera división. Aunque también siguen presentes los escándalos que relacionan al presidente de la Real Federación Española de Fútbol por el supuesto manejo de dinero federativo para fines ilícitos y señaladas comisiones.

Hechos a los que se suman acusaciones contra clubes por amaño de partidos, el fomento del juego a través de las apuestas deportivas o el oscuro mercado de fichajes en algunos de los más importantes equipos de fútbol de este país. Uno de los motivos por los que estos hechos llaman la atención de la opinión pública de una forma especial es porque muchos tenemos muy interiorizados ciertos valores positivos asociados al deporte, y nos resulta dicotómica la conexión entre corrupción y deporte.

Algo parecido a la corrupción urbanística

Las circunstancias que explican la corrupción en el fútbol son similares a las que han influido tradicionalmente en la corrupción urbanística. Durante muchos años se ha dejado en manos de constructores el desarrollo urbanístico de la ciudad, delegando en ellos sin los necesarios instrumentos de control y fiscalización decisiones delicadas de desarrollo económico.

El matiz que diferencia a constructores y federaciones deportivas es que en España éstas últimas tienen una naturaleza público-privada, pues son entidades privadas, pero tienen competencias públicas delegadas; ostentan una función delegada por Ley para organizar el deporte de competición.

Desde hace unos años las legislaciones deportivas autonómicas han incorporado normas de código de buen gobierno y transparencia en las cuentas de las federaciones deportivas, algo que no ha llegado a la Ley estatal hasta diciembre de 2022. Pero, además, las federaciones deportivas dependen de las subvenciones públicas y se financian con parte de la recaudación de las apuestas deportivas del Estado, por lo que deberían estar sometidas a la Ley 19/2013, de 9 de diciembre, de transparencia, acceso a la información pública y buen gobierno.

Ciertamente, cabe pensar que la autonomía que tiene la Real Federación Española de Fútbol debería estar sujeta a un mayor control público, máxime dadas las grandes cuentas económicas que maneja, más del 1% del PIB español y 137 millones de euros de gestión propia.

La corrupción en el fútbol ya se equipara a la corrupción política

La corrupción en el fútbol se ha convertido en un fenómeno tan insoportable para las aficiones como el que representa la corrupción en la política. Y lo que provoca esta situación es la deslegitimación del fútbol como institución, de la misma manera que la que produce la corrupción política sobre las instituciones públicas.

Basta comprobar que, según Transparencia Internacional, sólo 14 de las 209 federaciones nacionales de fútbol publican sus presupuestos y las retribuciones de sus cargos, mostrando una realidad normalizada en este deporte.

En 2015, esta ONG llevó a cabo una encuesta entre hinchas de fútbol de una treintena de países –más de 35.000 personas–, con el propósito de evaluar la percepción que tenían sobre la corrupción y los problemas de gobernanza en el fútbol. Pues bien, 8 de cada 10 personas encuestadas se mostraron en desacuerdo entonces con la gestión del presidente de la FIFA.

El veneno de la corrupción, según Merkel

La excanciller alemana Angela Merkel llegó a decir aquel año que “el veneno de la corrupción ha invadido la política y el deporte, que se ha contaminado. Hay que limpiar las cañerías de la FIFA. Es absurdo que las cosas sigan como están en esa organización”.

En torno al fútbol español la situación es similar. Según evaluó Transparencia Internacional en 2015, la Real Federación Española de Fútbol se situaba en el puesto 56 de 65 federaciones deportivas en transparencia, con 27 de 100 puntos.

Además, algo más de la mitad de los clubes españoles en primera y segunda división suspendieron en transparencia. Solo superaron el aprobado 17 de los 41 evaluados por esta organización.

Respuesta liviana

Estos últimos días las aficiones del Barcelona F.C. han exigido a los directivos de su club mayor transparencia y publicidad en sus cuentas. Y no es para menos, el club acumula ya un largo expediente de casos de corrupción que le abocan a afrontar su futuro con grandes incertidumbres y pocas ilusiones para sus seguidores.

Pese a todos estos hechos, la respuesta política ha sido siempre liviana y equidistante, aun siendo una realidad que exige máxima implicación de las autoridades deportivas.

La única manera de que el fútbol español no continúe deteriorando su imagen social es restablecer su integridad pública, algo que exige el máximo compromiso para luchar contra la corrupción en su seno. Y la corrupción se evita cuando existe un adecuado sistema de control y fiscalización, código de buen gobierno, recursos que garanticen el funcionamiento de éste y una voluntad política decidida.

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creces, es el futbol.  Desde la rivalidad nacional entre Chivas y América, algo alicaída en las últimas fechas, hasta sus cuatro “grandes”, pasando por el clásico regio entre Rayados y Tigres, con sus Pumas, Toluca, Santos, Atlas, con sus porras y sus barras, con sus colores y cánticos, no hay deporte que genere tanta afición en nuestro país como lo es el de los diez jugadores, un portero y un balón de por medio.  Aun y cuando su origen ubicado entre finales del siglo XIX y principios del XX no parecía nada prometedor, mismo que corresponde a los ingleses afincados en el país y a la vilipendiada (actualmente) élite mexicana con el Pachuca British Club, quienes comenzaron su práctica de forma rudimentaria, con el transcurso de los años ésta fue creciendo en adeptos y mejorando sus condiciones. El Club Guadalajara se fundaría en 1906 como el Union Football Club, el América en 1916, el Cruz Azul en 1927 y en 1943 llegaría la primera liga profesional. Décadas más tarde entrarían las televisoras más importantes del país a escena, potenciando su alcance. A lo largo de los años, hemos visto surgir y desaparecer equipos y jugadores tales como el famoso Campeonísimo, el América de Reinoso, los Pumas de Cabinho, el Necaxa de Aguinaga, el Toluca de Cardozo y muchos, muchos otros; selecciones nacionales, aún recordadas tanto para bien como para mal, han ido y venido como la del 70, la del 86, la del 94, la del 2006 y no cabe duda de que la afición continúa ahí al pie del cañón, observando, apoyando.     Te podría interesar: Hábitos (esenciales) de mi vida diaria (ruizhealytimes.com) Interesante sería por otro lado analizar el por qué, dado que a través de los años el deporte de las patadas nos ha brindado más sinsabores y frustración que alegrías y/o victorias, sobre todo en el ámbito internacional. Siendo objetivos a lo largo de casi 100 años de historia, entre la etapa aficionada y la profesional, en nuestro país han surgido dos, quizás tres jugadores de futbol capaces de competir en alguno de los mejores clubes, en las ligas más competitivas del mundo. Capaces de ganarse un lugar. Capaces de dejar una huella indeleble en la historia. A nivel selección, nuestro país ha tenido un chispazo con su escuadra juvenil, la cual obtuvo la presea áurea en el año 2012 y dos con la mayor, que resultaron subcampeones en la Copa América del 93 y en la del 2001, hace 30 y 22 años respectivamente.  Y nada más.  Considerando que actualmente nuestro país suma casi 130 millones de connacionales, el hecho de que países como Holanda, Francia, Japón, Croacia, Corea del Sur y Marruecos entre varios más y de distintos continentes, con una fracción de nuestra población total y menos “futboleros” hayan brindado al mundo jugadores y selecciones de la más alta categoría y a nosotros nos siga constando sudor y lágrimas encontrar, cada cuatro años, a 11 fulanos que logren patear un balón medianamente bien, sin duda incita a la reflexión.   Hablando de manera general, el nivel del seleccionado nacional refleja el pobre nivel del torneo local: con sus numerosos extranjeros (algunos brillantísimos, muchos mediocres), con su tabla de puntos y sus repechajes, con su ascenso y descenso intermitente, con su liguilla y por supuesto, con sus jugosos contratos publicitarios. Con jugadores nacionales que en México valen millones de dólares (y así se venden o pretenden vender a algún incauto club nacional o extranjero) que en cualquier otro lugar valdrían cientos o decenas de miles y todo para jugar algunos pocos y calentar la banca muchos más. Con técnicos sobrevalorados sólo por el hecho de ser extranjeros. Con mafias de dueños y representantes. Con sus naturalizados. Y sus negocios y acuerdos turbios. Al mundo lo mueve el dinero y el deporte no es en sentido alguno una excepción.  A pesar o quizás derivado de lo anterior, resulta evidente que otros deportes con menos apoyo, difusión y presupuesto lo han hecho mejor: más mexicanos han triunfado en la MLB de los que lo han hecho en La Premier o en La Liga. ¿Qué podemos decir de Fernando Valenzuela, Aurelio Rodríguez, Adrián González, Vinicio Castilla, Jorge Cantú, Esteban Loaiza, Joakim Soria y Teodoro Higuera? Y en pleno 2023, tenemos que hablar de José Urquidy, Patrick Sandoval, Julio Urías e Isaac Paredes, entre muchos otros.   Sin embargo, el béisbol en México continúa siendo un deporte de nicho (31.6 millones de aficionados acorde con Nielsen), practicado y seguido en determinados estados del país (Sinaloa, Sonora, Coahuila, Baja California, Nuevo León, Yucatán, Campeche y la Ciudad de México) sin un alcance nacional. Irónico porque la primera Liga Profesional de Béisbol en nuestro país se instauró en 1925, casi 20 años antes que la de fútbol. Y cuenta, actualmente, con dos ligas competitivas: la Liga Mexicana de Béisbol y la Liga del Pacífico. Adicionalmente, para un país que comparte más de 3,140 kilómetros de frontera con los Estados Unidos de América, esta disonancia resulta curiosa, por decir lo menos: ¿por qué hay más aficionados a un deporte importado de Inglaterra que a uno estadounidense, en el que además somos buenos o muy buenos?  Recientemente el World Baseball Classic, donde la selección de Japón nos eliminó en un último inning de alarido, mostró al aficionado mexicano (de siempre y eventual) así como al mundo la gran actuación y nivel de jugadores como Sandoval, Arozarena, Meneses, Téllez. El WBC ratificó por enésima vez lo que son capaces de lograr deportistas profesionales comprometidos. Una buena actuación por parte de los relevistas (Urquidy, Gallegos, Cruz) y/o mejor ritmo por parte de Urías y no estaríamos hablando “sólo” de haber llegado a semifinales. ¿Alguien es capaz de visualizar al seleccionado mexicano llegando a las semifinales o incluso a la final de la Copa Mundial de Futbol?  A pesar de lo anterior, tras la eliminación del combinado tricolor todo volvió la normalidad y muchos, muchísimos perdieron el interés. Sólo unos pocos, los de siempre, siguieron el gran juego que brindaron estadounidenses y japoneses durante la final. Algo diferente de lo que ocurrió durante la Copa del Mundo, donde los aficionados siguieron los partidos restantes a pesar de la habitual eliminación de la selección mexicana temprano en el torneo. Y hablando de apoyo en materia de estímulos económicos, la diferencia entre ambos mundos es notoria: mientras que la selección mexicana de béisbol, al mando de Benji Gil, se llevó $1.5 millones de dólares por haber alcanzado las semifinales, la de futbol se embolsó $10.5 millones, también de dólares, por quedarse en la fase de grupos en Qatar 2022, comandados por el “Tata” Martino; de haber avanzado de ronda, se habría llevado $13 millones y en caso de haber sido campeones, $44 millones de billetes verdes.    El automovilismo es otro buen ejemplo de lo mismo.  A pesar de que existen muchos, pero realmente muchos mexicanos que se subieron al barco de la Fórmula Uno cuando Sergio Michel Pérez Mendoza pasó a formar parte de Oracle Red Bull Racing y con la reinstauración del GP de la Ciudad de México en el Autódromo Hermanos Rodríguez (con casi 400,000 asistentes en su última edición) lo cual siempre es bienvenido, una gran parte lo hizo más para obtener la selfie que por verdadera afición; muy pocos seguían la máxima categoría del deporte motor antes de eso y por supuesto, menos aún la carrera de “Checo” desde sus tiempos con Racing Point, Force India e incluso con la extinta Sauber y en GP2.   Y resulta inobjetable que el automovilismo en sus distintas categorías y datando desde finales de los años 50 y principios de los 60 (incluyendo LE MANS e INDY hasta NASCAR) nos ha brindado historias, triunfos y personajes extraordinarios: Pedro y Ricardo Rodríguez, Adrián Fernández, Moisés Solana, Héctor Rebaque, Jorge Goeters, Daniel Suárez, Luis “Chapulín” Díaz, Michel Jourdain, Patricio “Pato” O’Ward y muchos, muchos otros además del buen Sergio Pérez, quien con base en el esfuerzo y la dedicación logró hacerse de uno de los 20 lugares que existen en F1 y hoy, tras haberse ya celebrado el GP de Baréin y Arabia Saudita, está peleando por el campeonato de pilotos 2023.  En el ámbito olímpico pasa lo mismo: ¿cuántos mexicanos siguen las competencias/clasificaciones ecuestres, de marcha, clavados, halterofilia, tiro con arco, boxeo, etc.? ¿Cuántos medios las trasmiten? Muy, muy pocos, con excepción de las competencias oficiales, sobre todo Panamericanos y Olímpicos.  Y de ahí han emergido Joaquín Capilla con 4 medallas (1 de oro, 1 de plata y 2 de bronce), María del Rosario Espinoza (con una de cada metal), Rubén Uriza (una de plata y una de bronce), Raúl González, Paola Espinoza, Soraya Jiménez, Alejandra Orozco, Ana Gabriela Guevara (en lo que se convirtió ahora como funcionaria es otra historia), Fernando Platas, Germán Sánchez y otros varios. Muchas más preseas individuales de las que tiene la selección olímpica de fútbol en toda su historia. Ahora bien, ¿qué tanto impulso se les da a dichos deportes y deportistas? Poco o nulo, porque a pesar de sus éxitos, del esfuerzo y la disciplina, la derrama económica no está ahí. Por eso vemos a los atletas olímpicos vendiendo comida, boteando, organizando campañas en redes para costear los uniformes, viajes y equipo que la Comisión Nacional del Deporte y sus Federaciones no les proporcionan.  El verdadero negocio en nuestro país está en el deporte de los millones (de dólares y de aficionados) y la CONADE y la FMF lo saben bien. De acuerdo con el sitio Sportico, Apollo Global Management, una compañía estadounidense enfocada en los medios deportivos, estaba interesada en pagar $1.5 billones de dólares (la vigencia del contrato no fue revelada) a cambio de un porcentaje de los derechos televisivos de la Liga MX apenas el año pasado.  Como se puede apreciar, el futbol es un negocio redondo: uno que brinda enormes ganancias para jugadores, patrocinadores y asociados sin que requiera de ningún logro u objetivo cumplido en el corto, mediano o largo plazo. Acorde con el último estudio elaborado por la Liga MX, existen más de 98 millones de aficionados al fútbol en el país y otros 60 millones en EUA; lo cual implica que, hoy por hoy, hay más fanáticos futboleros que católicos en México.  El futbol mexicano es consumido y vende sólo por existir.  Alguna contratación aquí y otra allá. Un tour ocioso de “preparación” para venderle boletos a los paisanos en California o en Chicago. Una camiseta con algunas modificaciones en el diseño, un cambio de técnico por otro extranjero y listo, la misma mediocridad de los últimos 80 años preparada y envuelta para ofrecerse al mejor postor: el aficionado. Y obviamente éste la compra.  Te podría interesar: El cristianismo y la aparición del SIDA (ruizhealytimes.com) ¿Qué será aquello que, en nuestro inconsciente colectivo, empuja al mexicano a irle al Cruz Azul, al Necaxa, al Atlas, a equipos que no lograban hacerse de un título en los últimos 20, 30 o 60 años? ¿Qué hay en nuestro ADN que nos impulsa a ver un soporífero Mazatlán contra San Luis? ¿Será acaso la misma razón por la cual estamos acostumbrados a festejar nuestras derrotas “con la frente en alto”? ¿Al “ya merito”? ¿Al “si se puede”, que nunca puede? ¿Es que acaso tenemos una natural predisposición para el martirio y/o el masoquismo? Probablemente.    Socioculturalmente, los mexicanos estamos predestinados a la derrota más que a la victoria, en buena medida porque estamos más acostumbrados a la ley del mínimo esfuerzo que a la disciplina y la exigencia. Adicionalmente, nos identificamos más con el débil que con el fuerte. Nuestros descalabros son normales, previsibles y cualquier cosa que escape de ese funesto guión merece ser celebrado. Y esas filias y fobias son difíciles de erradicar. Algunos pocos lo han logrado, basándose más en sus propios niveles de exigencia, un notorio deseo de sobresalir y el talento individual que en el conjunto social que representan: Hugo Sánchez, Rafael Márquez y Javier Hernández, pero no es en absoluto lo habitual.  Ser parte de la élite del fútbol es mucho más que un largo contrato (que paga, se gana o se pierda), un buen sueldo, una casa en un country club, shopping en California o Arizona, firmar algunos autógrafos en el hotel o el aeropuerto y lucir bolsas de mano Gucci o Louis Vuitton como les encanta a nuestras “estrellas” futboleras, que parecen entender lo anterior como la cima del éxito. Y en buena medida probablemente lo sea, porque no exige mucho a cambio.   Sin ninguna duda, para mejorar el nivel de la liga, del seleccionado nacional y del deporte mexicano en general deberían darse cambios numerosos, de fondo: Difusión, impulso, promoción. Proveer de recursos, planes, objetivos, estrategias y metas en el corto, mediano y largo plazo. Un análisis puntual de sus fallas y carencias. Restructurar instituciones, eliminar vicios y mafias. Scouting. Una formación integral desde edades tempranas, como lo hicieron los equipos asiáticos, europeos y los mismos estadounidenses, ahora líderes en CONCACAF. Pero es difícil que esto suceda porque el deporte no es sino reflejo de México y sobre todo, de los mexicanos. Unos pocos individuos excepcionales que luchan y triunfan contra todo y contra todos (y quizás algo de suerte) y muchos, pero muchos más que se conforman con navegar en un mar de mediocridad. Y corrupción. Y favoritismo. Y xenofilia. Y negocios oscuros. Y dinero, muchísimo dinero.    Adicionalmente el futbol está ahí, siempre está ahí, disponible: como remanso de la ajetreada vida, los viernes, los sábados, los domingos, en casa o en el estadio, por más mediocre que sea, para entretenernos un rato. Para gritar, para llorar, para servir de catarsis. Para mantener un ciclo que involucra a futbolistas, técnicos, directivos y patrocinadores. Y para brindar uno que otro chispazo de brillantez en algún momento dado, aunque éste tarde años o décadas en llegar.  Y eso, para decenas de millones de aficionados mexicanos, es más que suficiente.  Mientras este penoso proceso se repite torneo tras torneo y mundial tras mundial (sea el técnico Ricardo Lavolpe, Javier Aguirre, Sven Göran Eriksson, El “Tata” Martino o Diego Cocca, dado que ese no es el problema fundamental, como tampoco las malas salidas de Ochoa ni la falta de contundencia de los delanteros ni el ya clásico #LaCulpaESDeLayún y otros hashtags parecidos) con o sin descenso, con o sin multipropiedad, un servidor continuará siguiendo con atención el desarrollo de la temporada de Fórmula Uno y el inicio de la temporada de béisbol, al tiempo que se pregunta: ¿por qué de entre tantos, el más popular y simultáneamente, el peor de los deportes nacionales es siempre el #$% futbol?  Quizás la respuesta resulta evidente pero todos (jugadores, directivos y aficionados) se encuentran muy cómodos con esa insultante mediocridad y están muy poco dispuestos a hacer algo para intentar siquiera modificarla, salvo a lanzar algunos abucheos ocasionales desde el anonimato que brinda la enormidad del estadio por parte de los últimos.  Nos leemos la semana entrante.  Twitter: @NavarreteFdo" ["post_title"]=> string(27) "¿Por qué el #$%& fútbol?" 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Como mujer, hago hincapié en la violencia política a la que muchas nos hemos enfrentado. Mi caso no es diferente ni distante de muchos en donde nos vemos sometidas a la “bota” del machismo, a las amenazas directas e indirectas, a las demandas en nuestra contra, sin tomar en cuenta la parte del típico “macho mexicano” que nos trata de doblegar con amenazas, con intimidaciones, con el influyentismo del que hacen gala.  

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  Este es un fenómeno que sin duda incide en la participación de las mujeres en el mercado laboral, donde se ven amenazadas e intimidadas como lo indican las propias cifras de INEGI. Al cuarto trimestre de 2022, solo el 46.2% de las mujeres en edad de trabajar lo hacen, mientras que el porcentaje para hombres es de 76.5%. Este porcentaje se ha mantenido prácticamente sin cambios en los últimos años. Quiere decir que el país no está aprovechando el potencial laboral de las mujeres. Al igual, la falta de oportunidades también se traduce en que el porcentaje de mujeres que se encuentran en pobreza laboral el cuál es mayor al de los hombres. El porcentaje para mujeres es de 40.4%, mientras que para los hombres es de 36.4% a lo que surge la pregunta: ¿qué quiere decir “pobreza laboral”? Este término se refiere al porcentaje de personas que –aunque trabajan y reciben un ingreso por ello– con ese ingreso no pueden adquirir la canasta alimentaria para su hogar (con valor de $2,143.72) según datos del CONEVAL, esto sin duda, es gravísimo. Otro dato interesante es el que arroja el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) en donde se deja en claro que la brecha de confianza en el ámbito laboral opera en su contra ya que poco más de una tercera parte de ellos duda de la calidad de su trabajo; una de cada tres mujeres evita asumir tareas nuevas o complejas por miedo a fallar. Ahora bien, con base en el Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE), de las empresas listadas en la Bolsa Mexicana de Valores solo hay mujeres en 4% de los puestos de dirección general y solo 10% en los puestos de dirección de finanzas; más aún, el 68% del total de las empresas listadas no tienen a mujeres en puestos directivos.  Además, hay muchísimo trabajo y actividades de alto valor que las mujeres realizan por las que no se les reconoce por ejemplo el INEGI calculó que, en 2021, las labores domésticas y de cuidados no remunerados tuvieron un valor correspondiente al 26.3% del PIB, estas labores se distribuyen de forma desigual, el 73% lo aportan las mujeres y el 27% los hombres. Las mujeres dedican 2.6 veces más horas a la semana al trabajo no remunerado en los hogares que los hombres. Para conocerlo en su justa dimensión a nivel internacional, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), México es el país de América Latina en donde las mujeres dedican más horas al trabajo no remunerado.  Las brechas de género en diversos aspectos en nuestro país aún son varias y desde diversos enfoques en la salarial nosotras en promedio tenemos un ingreso 18% menor al de los hombres y eso es delicado por lo que, sin duda, México es y será un país mejor por sus mujeres.                                                                                                                @larapaola1  

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En el marco del Día Internacional de la Mujer

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El Club Guadalajara se fundaría en 1906 como el Union Football Club, el América en 1916, el Cruz Azul en 1927 y en 1943 llegaría la primera liga profesional. Décadas más tarde entrarían las televisoras más importantes del país a escena, potenciando su alcance. A lo largo de los años, hemos visto surgir y desaparecer equipos y jugadores tales como el famoso Campeonísimo, el América de Reinoso, los Pumas de Cabinho, el Necaxa de Aguinaga, el Toluca de Cardozo y muchos, muchos otros; selecciones nacionales, aún recordadas tanto para bien como para mal, han ido y venido como la del 70, la del 86, la del 94, la del 2006 y no cabe duda de que la afición continúa ahí al pie del cañón, observando, apoyando.     Te podría interesar: Hábitos (esenciales) de mi vida diaria (ruizhealytimes.com) Interesante sería por otro lado analizar el por qué, dado que a través de los años el deporte de las patadas nos ha brindado más sinsabores y frustración que alegrías y/o victorias, sobre todo en el ámbito internacional. Siendo objetivos a lo largo de casi 100 años de historia, entre la etapa aficionada y la profesional, en nuestro país han surgido dos, quizás tres jugadores de futbol capaces de competir en alguno de los mejores clubes, en las ligas más competitivas del mundo. Capaces de ganarse un lugar. Capaces de dejar una huella indeleble en la historia. A nivel selección, nuestro país ha tenido un chispazo con su escuadra juvenil, la cual obtuvo la presea áurea en el año 2012 y dos con la mayor, que resultaron subcampeones en la Copa América del 93 y en la del 2001, hace 30 y 22 años respectivamente.  Y nada más.  Considerando que actualmente nuestro país suma casi 130 millones de connacionales, el hecho de que países como Holanda, Francia, Japón, Croacia, Corea del Sur y Marruecos entre varios más y de distintos continentes, con una fracción de nuestra población total y menos “futboleros” hayan brindado al mundo jugadores y selecciones de la más alta categoría y a nosotros nos siga constando sudor y lágrimas encontrar, cada cuatro años, a 11 fulanos que logren patear un balón medianamente bien, sin duda incita a la reflexión.   Hablando de manera general, el nivel del seleccionado nacional refleja el pobre nivel del torneo local: con sus numerosos extranjeros (algunos brillantísimos, muchos mediocres), con su tabla de puntos y sus repechajes, con su ascenso y descenso intermitente, con su liguilla y por supuesto, con sus jugosos contratos publicitarios. Con jugadores nacionales que en México valen millones de dólares (y así se venden o pretenden vender a algún incauto club nacional o extranjero) que en cualquier otro lugar valdrían cientos o decenas de miles y todo para jugar algunos pocos y calentar la banca muchos más. Con técnicos sobrevalorados sólo por el hecho de ser extranjeros. Con mafias de dueños y representantes. Con sus naturalizados. Y sus negocios y acuerdos turbios. Al mundo lo mueve el dinero y el deporte no es en sentido alguno una excepción.  A pesar o quizás derivado de lo anterior, resulta evidente que otros deportes con menos apoyo, difusión y presupuesto lo han hecho mejor: más mexicanos han triunfado en la MLB de los que lo han hecho en La Premier o en La Liga. ¿Qué podemos decir de Fernando Valenzuela, Aurelio Rodríguez, Adrián González, Vinicio Castilla, Jorge Cantú, Esteban Loaiza, Joakim Soria y Teodoro Higuera? Y en pleno 2023, tenemos que hablar de José Urquidy, Patrick Sandoval, Julio Urías e Isaac Paredes, entre muchos otros.   Sin embargo, el béisbol en México continúa siendo un deporte de nicho (31.6 millones de aficionados acorde con Nielsen), practicado y seguido en determinados estados del país (Sinaloa, Sonora, Coahuila, Baja California, Nuevo León, Yucatán, Campeche y la Ciudad de México) sin un alcance nacional. Irónico porque la primera Liga Profesional de Béisbol en nuestro país se instauró en 1925, casi 20 años antes que la de fútbol. Y cuenta, actualmente, con dos ligas competitivas: la Liga Mexicana de Béisbol y la Liga del Pacífico. Adicionalmente, para un país que comparte más de 3,140 kilómetros de frontera con los Estados Unidos de América, esta disonancia resulta curiosa, por decir lo menos: ¿por qué hay más aficionados a un deporte importado de Inglaterra que a uno estadounidense, en el que además somos buenos o muy buenos?  Recientemente el World Baseball Classic, donde la selección de Japón nos eliminó en un último inning de alarido, mostró al aficionado mexicano (de siempre y eventual) así como al mundo la gran actuación y nivel de jugadores como Sandoval, Arozarena, Meneses, Téllez. El WBC ratificó por enésima vez lo que son capaces de lograr deportistas profesionales comprometidos. Una buena actuación por parte de los relevistas (Urquidy, Gallegos, Cruz) y/o mejor ritmo por parte de Urías y no estaríamos hablando “sólo” de haber llegado a semifinales. ¿Alguien es capaz de visualizar al seleccionado mexicano llegando a las semifinales o incluso a la final de la Copa Mundial de Futbol?  A pesar de lo anterior, tras la eliminación del combinado tricolor todo volvió la normalidad y muchos, muchísimos perdieron el interés. Sólo unos pocos, los de siempre, siguieron el gran juego que brindaron estadounidenses y japoneses durante la final. Algo diferente de lo que ocurrió durante la Copa del Mundo, donde los aficionados siguieron los partidos restantes a pesar de la habitual eliminación de la selección mexicana temprano en el torneo. Y hablando de apoyo en materia de estímulos económicos, la diferencia entre ambos mundos es notoria: mientras que la selección mexicana de béisbol, al mando de Benji Gil, se llevó $1.5 millones de dólares por haber alcanzado las semifinales, la de futbol se embolsó $10.5 millones, también de dólares, por quedarse en la fase de grupos en Qatar 2022, comandados por el “Tata” Martino; de haber avanzado de ronda, se habría llevado $13 millones y en caso de haber sido campeones, $44 millones de billetes verdes.    El automovilismo es otro buen ejemplo de lo mismo.  A pesar de que existen muchos, pero realmente muchos mexicanos que se subieron al barco de la Fórmula Uno cuando Sergio Michel Pérez Mendoza pasó a formar parte de Oracle Red Bull Racing y con la reinstauración del GP de la Ciudad de México en el Autódromo Hermanos Rodríguez (con casi 400,000 asistentes en su última edición) lo cual siempre es bienvenido, una gran parte lo hizo más para obtener la selfie que por verdadera afición; muy pocos seguían la máxima categoría del deporte motor antes de eso y por supuesto, menos aún la carrera de “Checo” desde sus tiempos con Racing Point, Force India e incluso con la extinta Sauber y en GP2.   Y resulta inobjetable que el automovilismo en sus distintas categorías y datando desde finales de los años 50 y principios de los 60 (incluyendo LE MANS e INDY hasta NASCAR) nos ha brindado historias, triunfos y personajes extraordinarios: Pedro y Ricardo Rodríguez, Adrián Fernández, Moisés Solana, Héctor Rebaque, Jorge Goeters, Daniel Suárez, Luis “Chapulín” Díaz, Michel Jourdain, Patricio “Pato” O’Ward y muchos, muchos otros además del buen Sergio Pérez, quien con base en el esfuerzo y la dedicación logró hacerse de uno de los 20 lugares que existen en F1 y hoy, tras haberse ya celebrado el GP de Baréin y Arabia Saudita, está peleando por el campeonato de pilotos 2023.  En el ámbito olímpico pasa lo mismo: ¿cuántos mexicanos siguen las competencias/clasificaciones ecuestres, de marcha, clavados, halterofilia, tiro con arco, boxeo, etc.? ¿Cuántos medios las trasmiten? Muy, muy pocos, con excepción de las competencias oficiales, sobre todo Panamericanos y Olímpicos.  Y de ahí han emergido Joaquín Capilla con 4 medallas (1 de oro, 1 de plata y 2 de bronce), María del Rosario Espinoza (con una de cada metal), Rubén Uriza (una de plata y una de bronce), Raúl González, Paola Espinoza, Soraya Jiménez, Alejandra Orozco, Ana Gabriela Guevara (en lo que se convirtió ahora como funcionaria es otra historia), Fernando Platas, Germán Sánchez y otros varios. Muchas más preseas individuales de las que tiene la selección olímpica de fútbol en toda su historia. Ahora bien, ¿qué tanto impulso se les da a dichos deportes y deportistas? Poco o nulo, porque a pesar de sus éxitos, del esfuerzo y la disciplina, la derrama económica no está ahí. Por eso vemos a los atletas olímpicos vendiendo comida, boteando, organizando campañas en redes para costear los uniformes, viajes y equipo que la Comisión Nacional del Deporte y sus Federaciones no les proporcionan.  El verdadero negocio en nuestro país está en el deporte de los millones (de dólares y de aficionados) y la CONADE y la FMF lo saben bien. De acuerdo con el sitio Sportico, Apollo Global Management, una compañía estadounidense enfocada en los medios deportivos, estaba interesada en pagar $1.5 billones de dólares (la vigencia del contrato no fue revelada) a cambio de un porcentaje de los derechos televisivos de la Liga MX apenas el año pasado.  Como se puede apreciar, el futbol es un negocio redondo: uno que brinda enormes ganancias para jugadores, patrocinadores y asociados sin que requiera de ningún logro u objetivo cumplido en el corto, mediano o largo plazo. Acorde con el último estudio elaborado por la Liga MX, existen más de 98 millones de aficionados al fútbol en el país y otros 60 millones en EUA; lo cual implica que, hoy por hoy, hay más fanáticos futboleros que católicos en México.  El futbol mexicano es consumido y vende sólo por existir.  Alguna contratación aquí y otra allá. Un tour ocioso de “preparación” para venderle boletos a los paisanos en California o en Chicago. Una camiseta con algunas modificaciones en el diseño, un cambio de técnico por otro extranjero y listo, la misma mediocridad de los últimos 80 años preparada y envuelta para ofrecerse al mejor postor: el aficionado. Y obviamente éste la compra.  Te podría interesar: El cristianismo y la aparición del SIDA (ruizhealytimes.com) ¿Qué será aquello que, en nuestro inconsciente colectivo, empuja al mexicano a irle al Cruz Azul, al Necaxa, al Atlas, a equipos que no lograban hacerse de un título en los últimos 20, 30 o 60 años? ¿Qué hay en nuestro ADN que nos impulsa a ver un soporífero Mazatlán contra San Luis? ¿Será acaso la misma razón por la cual estamos acostumbrados a festejar nuestras derrotas “con la frente en alto”? ¿Al “ya merito”? ¿Al “si se puede”, que nunca puede? ¿Es que acaso tenemos una natural predisposición para el martirio y/o el masoquismo? Probablemente.    Socioculturalmente, los mexicanos estamos predestinados a la derrota más que a la victoria, en buena medida porque estamos más acostumbrados a la ley del mínimo esfuerzo que a la disciplina y la exigencia. Adicionalmente, nos identificamos más con el débil que con el fuerte. Nuestros descalabros son normales, previsibles y cualquier cosa que escape de ese funesto guión merece ser celebrado. Y esas filias y fobias son difíciles de erradicar. Algunos pocos lo han logrado, basándose más en sus propios niveles de exigencia, un notorio deseo de sobresalir y el talento individual que en el conjunto social que representan: Hugo Sánchez, Rafael Márquez y Javier Hernández, pero no es en absoluto lo habitual.  Ser parte de la élite del fútbol es mucho más que un largo contrato (que paga, se gana o se pierda), un buen sueldo, una casa en un country club, shopping en California o Arizona, firmar algunos autógrafos en el hotel o el aeropuerto y lucir bolsas de mano Gucci o Louis Vuitton como les encanta a nuestras “estrellas” futboleras, que parecen entender lo anterior como la cima del éxito. Y en buena medida probablemente lo sea, porque no exige mucho a cambio.   Sin ninguna duda, para mejorar el nivel de la liga, del seleccionado nacional y del deporte mexicano en general deberían darse cambios numerosos, de fondo: Difusión, impulso, promoción. Proveer de recursos, planes, objetivos, estrategias y metas en el corto, mediano y largo plazo. Un análisis puntual de sus fallas y carencias. Restructurar instituciones, eliminar vicios y mafias. Scouting. Una formación integral desde edades tempranas, como lo hicieron los equipos asiáticos, europeos y los mismos estadounidenses, ahora líderes en CONCACAF. Pero es difícil que esto suceda porque el deporte no es sino reflejo de México y sobre todo, de los mexicanos. Unos pocos individuos excepcionales que luchan y triunfan contra todo y contra todos (y quizás algo de suerte) y muchos, pero muchos más que se conforman con navegar en un mar de mediocridad. Y corrupción. Y favoritismo. Y xenofilia. Y negocios oscuros. Y dinero, muchísimo dinero.    Adicionalmente el futbol está ahí, siempre está ahí, disponible: como remanso de la ajetreada vida, los viernes, los sábados, los domingos, en casa o en el estadio, por más mediocre que sea, para entretenernos un rato. Para gritar, para llorar, para servir de catarsis. Para mantener un ciclo que involucra a futbolistas, técnicos, directivos y patrocinadores. Y para brindar uno que otro chispazo de brillantez en algún momento dado, aunque éste tarde años o décadas en llegar.  Y eso, para decenas de millones de aficionados mexicanos, es más que suficiente.  Mientras este penoso proceso se repite torneo tras torneo y mundial tras mundial (sea el técnico Ricardo Lavolpe, Javier Aguirre, Sven Göran Eriksson, El “Tata” Martino o Diego Cocca, dado que ese no es el problema fundamental, como tampoco las malas salidas de Ochoa ni la falta de contundencia de los delanteros ni el ya clásico #LaCulpaESDeLayún y otros hashtags parecidos) con o sin descenso, con o sin multipropiedad, un servidor continuará siguiendo con atención el desarrollo de la temporada de Fórmula Uno y el inicio de la temporada de béisbol, al tiempo que se pregunta: ¿por qué de entre tantos, el más popular y simultáneamente, el peor de los deportes nacionales es siempre el #$% futbol?  Quizás la respuesta resulta evidente pero todos (jugadores, directivos y aficionados) se encuentran muy cómodos con esa insultante mediocridad y están muy poco dispuestos a hacer algo para intentar siquiera modificarla, salvo a lanzar algunos abucheos ocasionales desde el anonimato que brinda la enormidad del estadio por parte de los últimos.  Nos leemos la semana entrante.  Twitter: @NavarreteFdo" ["post_title"]=> string(27) "¿Por qué el #$%& fútbol?" 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