Producto de la política ficción favorita, cortesía del exduende de Dublín, el expresidente Carlos Salinas de Gortari pasó de ser un gestor social a desempleado, según el podcast que le regresó a la escena pública. En aquel ejercicio digital donde se entrevista a los protagonistas vivos que negociaron el primer Tratado de Libre Comercio, varios personajes cuentan sus memorias y vivencias de cómo se hizo posible dicho acuerdo comercial.
La pieza informativa no tendría mayor revuelo si no fuera porque el villano favorito de México no se hubiera aventado la puntada de que necesita la pensión para expresidentes para vivir. Como se recordará, en el pasado sexenio, el expresidente Andrés Manuel López Obrador canceló dichas pensiones a los exmandatarios mexicanos en forma definitiva, no por ello, implicó que se quitara el aparato de seguridad necesario para protegerles.
Por simple lógica se sobreentiende que “el exmago de las finanzas” se benefició económicamente de la privatización de los principales activos del estado mexicano, para sí mismo y para su camarilla de compinches, que “curiosamente” ahora son los principales multimillonarios del país. El chupacabras priista fue el consentido de los organismos internacionales que impusieron la agenda neoliberal mundial, con las fatídicas consecuencias conocidas: Salinas debió exiliarse del país ante la llegada de Ernesto Zedillo, al que se le cayó la economía luego de quitar los alfileres con la que la dejó puesta, “el mito genial de la pobreza”, don Pedro Aspe. Mención especial merece Jaime Serra Puche, quien cumplió apenas 29 días en la Secretaría de Hacienda debido a la depreciación catastrófica del peso.
Luego del mini golpe de estado al poder judicial del doctor Dedillo, inició una persecución contra el hermano incómodo, Raúl Salinas, al que tuvo un rato en la cárcel, pero que al final, por cosas de ese poder tan defensor del estado de derecho, se le regresaron los millonarios fondos congelados en el extranjero. Nadie recuerda que aquellos ministros o jueces salieran a movilizarse a favor del equilibrio de poderes, o que los mismos intelectuales orgánicos, que ahora advierten ante los mexicanos indolentes, sobre los peligros del poder único y la autocracia presidencial, dijeran esta boca es mía.
En aquellos años de liberalismo social priista, nadie daba revuelo a los artículos y notas internacionales que exhibían las anquilosadas formas antidemocráticas con las que funcionaba la dictadura perfecta. Ahora los intelectuales y la cúpula empresarial que formalizó la existencia del PRIAN, si toman como evangelio moderno los reportajes medianitos de la alicaída corresponsalía del New York Times en el país.
De los creadores del narcopresidente y de las componendas secretas con el crimen organizado, sin fuentes verificables o documentos desclasificados, llegó el bulo de los estudiantes de química que trabajan en los laboratorios clandestinos para producir el adictivo fentanilo. Al mejor estilo del universo de las aclamadas series Breaking Bad y Better Call Saúl, la trama principal “del trabajo periodístico” centra a estudiantes mexicanos reclutados voluntariamente por el cártel de Sinaloa.
Este tipo de historias periodísticas, cada vez más burdas, no abonan al entendimiento del complejo problema del narcotráfico y su nuevo producto mortal que es el fentanilo; pero si ayudan a la narrativa intervencionista que se da desde los círculos conservadores de Estados Unidos y de no pocos opositores mexicanos que preferirían ver un país ocupado que aceptar su apabullante derrota electoral.
Cualquier análisis del problema del narcotráfico, incluida la trágica forma como la empresa criminal que fomento el consumo medicinal del Oxicontin, y que terminó por provocar la epidemia de opioides; será demagogia barata sino busca la legalización final de todas las drogas. Este ciclo mortal en que las fábricas de armas norteamericanas venden por igual sus productos a grupos delincuenciales que a las fuerzas del orden, es un bucle malvado que arrastra a los adictos a consumir drogas más mortales.
Es curioso que en territorio norteamericano no existan desmantelamiento de laboratorios clandestinos, aprehensión de capos delincuenciales, o por lo menos una narrativa que explique cómo es que las drogas se venden como dulces entre los estadounidenses. Ya sería mucho pedir un trabajo periodístico con estos elementos que por lo general nadie cuestiona y que no forman parte de una agenda informativa.Indirectamente el gris trabajo periodístico sí permite analizar cómo los personajes gansteriles ficticios usaron sus influencias para enriquecerse, presumir sobre sus logros, ser venerados por sus cortesanos, para finalmente caer en desgracia. No es que Salinas, Felipe Calderón, Enrique Peña y otros comunicadores e intelectuales de derecha vivan mal en su exilio dorado en España, pero sí destaca que no podrían pararse en algún local o mercado mexicano sin que los ciudadanos les vilipendiaran con un recordatorio de su progenitora. Siempre les quedará superar involuntariamente la política ficción de las populares series del streaming, de las que parecen estar sustraídos.
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