Bad Bunny y Ticketmaster

No es posible que en un país con tantos conciertos, exposiciones, espectáculos deportivos y  eventos masivos una empresa siga operando con impunidad en sus servicios al cliente.

15 de diciembre, 2022

El pasado viernes 9 de diciembre se realizó uno de los conciertos del famoso reguetonero “Bad Bunny” en el Estadio Azteca. El evento habría sido una anécdota farandulera más de no ser por el enorme problema de logística que dejó fuera del concierto a más de mil seiscientos fans con boleto pagado. La desorganización y presunta corrupción al interior de la empresa de venta de boletos Ticketmaster, sumado a su nula capacidad de resolución ante el caos que ellos mismos generaron, pudo acabar en tragedia. La masa furiosa pretendió volcar su frustración contra las rejas de seguridad e intentar dar el famoso “portazo” que fue evitado por el operativo policiaco, pero estuvo cerca de costar posibles muertes y lesiones entre los asistentes.

El procurador en defensa del consumidor, Ricardo Sheffield, acusó a la empresa trasnacional de ser responsable del desastre. Aseguró que las fallas se dieron porque se sobrevendió el concierto provocando boletos dobles. Indicó que la empresa estaba obligada a reponer el precio total de los boletos más un 20 por ciento de compensación a los usuarios afectados, además de estar en proceso una investigación que podría generar una cuantiosa multa económica a la empresa.

Al momento de la verificación de los boletos, personal de la empresa monopólica en la venta de boletos, rompían o requisaban los presuntos boletos clonados o falsificados, haciendo imposible para los asistentes poder reclamar la solución a su problema.

El cantante boricua es un fenómeno musical mundial. Ha realizado exitosas giras mundiales con récords de asistencia y cifras económicas estratosféricas debido al elevado precio de sus boletos. Los fans del ganador del Grammy realizaron gastos importantes para poder asistir al icónico concierto considerado el show del año. Además del costo del boleto hubo quienes tuvieron que pagar pasaje de avión, hotel, comidas y souvenirs, cuyo costo no podrá reembolsarse.

El natural descontento no fue ajeno a las polarizadas redes sociales donde los fanáticos reclamaron airadamente el presunto fraude de la empresa boletera. Denunciaron el trago amargo por el que pasaron debido a la sobreventa del boletaje. Al tema de tendencia en Twitter se sumaron a la discusión las voces más inverosímiles de famosos que buscaron estigmatizar a los asistentes al concierto por sus gustos musicales, pretendiendo ser superiores al no ser consumidores del género conocido también como “urbano”.

El fenómeno social del reggaeton requiere de un análisis sociológico. Su éxito mundial data de más de una década. Fue el primer género musical que aprovechó las redes sociales. Artistas pop tradicionales con trayectorias han tenido que realizar duetos con representantes del reggaeton para seguir vigentes o para relanzar su carrera artística. La crítica musical ha considerado a este género como una moda pasajera, sin posibilidades de trascender en el tiempo por su poca calidad;  además sus letras se consideran misóginas y se señala una mala pronunciación del español de sus vocalistas.   

Incluso la UNAM informó que se realizará un curso presencial denominado “Reggaeton como resistencia al colonialismo estadounidense y masculinidad suave como capital sexual: el fenómeno Bad Bunny” de acuerdo con la información de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM en su unidad de Posgrado. Dicho curso será impartido por la Doctora Ariadna Estévez López del Centro de Investigaciones sobre América del Norte-UNAM, se realizará del 9 al 23 de enero.

Los conciertos más exitosos en la industria musical siguen siendo los generados por el reggaeton. Una gira de los principales representantes de este género puede durar años, por lo que la empresa monopólica en la venta de boletos ha logrado ganancias estratosféricas en detrimento de los asistentes a los conciertos.

Quien tenga la mala fortuna de reclamar el reembolso de un boleto a la poderosa empresa internacional sabe que el camino es largo y tortuoso, con horas de espera entre conmutadores telefónicos con grabaciones que no resuelven nada y que solo apuestan al desgaste y cansancio del cliente afectado. A raíz del escándalo del concierto en el Estadio Azteca, se informó que de 2018 a agosto de 2022, las quejas contra la empresa aumentaron 230% y en ese periodo la autoridad solo concretó seis sanciones. La Cofece tiene en proceso una investigación en su contra por presuntas prácticas monopólicas.

Las comisiones por impresión de boletos son históricamente abusivas, además de que con el paso de los años, conseguir boletos para los eventos más llamativos se ha ido complicando para beneficiar a clientes de determinadas instituciones financieras. Es un verdadero tormento intentar obtener boletos cuando se libera la venta electrónica para fanáticos comunes. La oferta de entradas se agota en pocas horas, cuando no en minutos, haciendo muy sospechosa la forma en como después esos tickets aparecen en la reventa, multiplicando su valor original, en un espacio de impunidad para la especulación.

Con la mitigación de la pandemia por Covid-19 los espectáculos públicos regresaron para los fanáticos que, ansiosos, buscan recuperar el tiempo perdido en entrenamiento musical. No por ello la empresa monopólica dejó de actuar de forma desleal en contados casos que se multiplicaron con las terribles fallas del viernes pasado.

No es posible que en un país con tantos conciertos, exposiciones, espectáculos deportivos y  eventos masivos una empresa siga operando con impunidad en sus servicios al cliente, obteniendo ganancias obscenas que nadie vigila ni sanciona. La manera de manejar esta industria del boletaje es una aberración a la libre competencia y al desarrollo económico asociado a la industria del entretenimiento y del espectáculo. Además los mexicanos no son tratados con el debido respeto por este monopolio, ya que para muchas empresas que han consolidado un importante imperio económico, el cliente por lo general en las controversias, nunca tiene la razón. 

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