La autenticidad consiste en ser consecuente consigo mismo, mostrarse tal y como se es; sin embargo, cabe preguntarse: ¿soy auténtico cuando permito que emerjan mis características más instintivas, así lastimen a otros, o lo soy cuando me esfuerzo por mostrar la mejor versión de mí mismo, reprimiendo mis impulsos más destructivos?
Constantemente se nos dice, tanto en los medios de comunicación como en los entornos de desarrollo personal y humano, que es fundamental ser auténtico, pero no siempre es claro en qué consiste este concepto. En los próximos artículos exploraremos en qué consiste la autenticidad, en especial partiendo de dos posibilidades de hipótesis que a mi juicio, se excluyen.
Por un lado, una corriente de pensamiento asegura que la autenticidad consiste en manifestarte como eres, dejando que fluyan todos tus impulsos con honestidad y transparencia. A priori suena muy liberador, pero me pregunto si los demás están obligados a aceptar mis manifestaciones, opiniones, comentarios y actitudes, sean estas las que sean, tan sólo porque las abandera un supuesto espíritu de autenticidad. Para expresar mejor mi punto, déjame voltear la pregunta: ¿consideras que estás obligada u obligado a aceptar cualquier manifestación o actitud de cualquier persona, tan sólo porque refleja su auténtico yo?
Pongamos un ejemplo: piensa en la última vez que perdiste a un ser querido y ahora imagina que en pleno servicio funerario llega alguien vestido con una camisa de palmeras, y lejos de darte el pésame, te felicita con alegría porque ese ser querido ha dejado el plano corporal y ahora goza de la dicha de estar en un lugar mejor, lo que implica una celebración, e incluso te invita a poner música encendida y entonar cantos de festejo. Es muy legítimo que esa sea la actitud de este individuo ante la muerte, pero no lo es dejar de tomar de cuenta el contexto social en que manifiesta sus convicciones.
Otra corriente de pensamiento interpreta la autenticidad con el propósito de mostrar ante los demás, no los impulsos que de pronto intentan dominarme, sino la mejor versión de mí mismo, al aceptarme como ser social y entender que mi autenticidad sólo tiene sentido en relación con los demás.
Como entes sociales que somos, lo saludable radica entender los contextos en que nos desenvolvemos. Y, volviendo al ejemplo del velorio, así como sería plenamente legítimo y auténtico negarnos a asistir a una ceremonia que vaya contra nuestras creencias, principios y convicciones, resultaría problemático asistir para tratar de imponer comprensiones particulares, por más auténticas que nos parezcan.
Si acepto ir a dicho servicio funerario es porque comparto en alguna medida el dolor y la pérdida de los asistentes, aún cuando no comparta sus prácticas religiosas y de ningún modo comprometo mi autenticidad por solidarizarme con la manera en que la familia cercana interpreta la pérdida.
De este modo la autenticidad puede abordarse desde distintas aristas, pero hoy empezaremos concretando una definición general que nos permita saber de qué hablamos cuando hablamos de autenticidad.
Primero vayamos a lo más básico. En su segunda acepción, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española dice que la autenticidad consiste en ser consecuente consigo mismo, mostrarse tal y como se es. En términos coloquiales se le considera auténtico a aquel individuo que no es hipócrita y que no pretende mostrarse distinto de como es.
En cierta forma lo auténtico nos remite a la originalidad, a lo peculiar de cada uno, pero, sobre todo, a mantener una coherencia entre el mundo interno y el externo del individuo. A que lo que la persona piensa, dice y hace sea congruente.
Se considera una persona auténtica a aquella que es fiel a sí misma, que vive de acuerdo a valores y convicciones personales y a la capacidad de expresar talentos y características propias, y que pueden, o no, corresponderse con los estándares éticos, conductuales y morales que la sociedad de cada tiempo considera “correctas”.
Ahora bien, hasta aquí hemos enumerado una serie de características con los que en gran medida todos estamos de acuerdo, pero la pregunta que convierte este concepto en conflictivo consiste en responder en qué consiste “ser fiel a uno mismo”.
¿Soy auténtico cuando permito que salgan a la superficie mis características más profundamente arraigadas o soy auténtico cuando me esfuerzo por mostrar la mejor versión de mí mismo, así ésta implique reprimir algunos de mis impulsos más poderosos?
¿La expresión de la autenticidad tiene límites? En ese caso, ¿cuáles?
Y la pregunta que hacíamos antes: quienes nos rodean ¿están obligados a aceptarnos “tal como somos” sin importar si esa forma de ser los ofende o los incomoda? O, en sentido contrario: ¿estamos obligados a aceptar a quienes nos rodean del modo que ellos consideren que expresan su autenticidad?
Por ejemplo; si una persona que aprendió a defenderse y a manifestarse a partir de la violencia y ha conseguido buenos resultados así, es muy probable que tenga la predisposición a reaccionar de ese modo. Entonces, si fluye con lo que naturalmente le surge, será cada vez más violento. ¿Estamos obligados a aceptarlo? ¿Está él o ella obligada a erradicar esa violencia para encontrar su ser más auténtico o puede alegar que ése es su ser auténtico?
A lo largo de las próximas entregas profundizaremos en el tema.
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