El Pluralismo puede resumirse en dos premisas: todos los seres humanos somos iguales y nuestra fortaleza está en asumirnos como parte del grupo social y cooperar en su desarrollo. Y la segunda, entendiéndonos como especie, la naturaleza, con todo lo que la constituye, no nos pertenece, sino que formamos parte de ella, con lo cual no tenemos derecho a disponer de sus recursos a nuestro antojo.
El 26 de diciembre de 2004 un terremoto submarino, convertido en un tsunami de proporciones apocalípticas, arrasó las costas de Asia y África oriental, matando a más de doscientas veinticinco mil personas y dejando a millones sin hogar y sin acceso a suministros básicos de supervivencia, sin contar los daños económicos, estimados en miles de millones de dólares. Se trata de un evento geológico del que hay una cantidad ingente de información técnica y objetiva. Sin embargo, más allá de la objetividad de los datos existentes, lo “novedoso” de la forma en que aquella tragedia fue abordada tiene una profunda cercanía con la visión pluralista.
Al mismo tiempo que todos los noticiarios y periódicos del mundo informaron objetivamente de lo ocurrido, llenándonos de datos técnicos y sociológicos, se grabaron miles de videos caseros que terminaron publicados en blogs personales llegando al mundo entero a través de internet. De forma espontánea y general se retiró el foco de la “gran historia” de las placas tectónicas y las implicaciones geopolíticas y económicas para centrar la atención en las miles de pequeñas experiencias y testimonios grabadas en video, de perspectivas particulares y únicas que humanizaron la tragedia. Ahora, además de enterarnos de los hechos, podíamos empatizar con las personas diluyendo las barreras de tiempo y espacio. Sin que nadie pudiese preverlo, terminamos sumergidos en una revolución empática producto de la visión pluralista que agrupa una serie de premisas que alimentan buena parte de la vanguardia ideológica del mundo occidental del siglo XXI.
En 1934 Albert Einstein escribió: “Cuando revisamos nuestras vidas y afanes, pronto advertimos que casi todas nuestras acciones y deseos están ligados a la existencia de otros seres humanos. Percibimos que nuestro carácter es muy parecido al de los animales sociales. Comemos alimentos que otros han producido, vestimos ropas que otros han hecho, vivimos en casas que han construido otros. La mayor parte de nuestros conocimientos y creencias nos han sido comunicados por otras personas por medio de un lenguaje que otros han creado. […] Hemos de admitir, en consecuencia, que debemos nuestra principal ventaja sobre los animales al hecho de vivir en sociedad1”.
En esta breve anotación podemos percibir muchos de los elementos que conforman la visión pluralista del mundo. Su desarrollo ha tenido lugar en contraste con el individualismo moderno y podríamos resumirla en dos premisas centrales: todos los seres humanos somos esencialmente iguales y nuestra fortaleza está en nuestra capacidad de asumirnos como parte del grupo social y cooperar en su desarrollo. Y la segunda, entendiéndonos como especie, la naturaleza, con todo lo que la constituye, no nos pertenece, sino que formamos parte de ella, con lo cual no tenemos derecho a disponer de sus recursos a nuestro antojo.
Estas dos comprensiones seminales dan lugar a un sinnúmero de ideas, teorías, comprensiones que van desde el feminismo, la ecología, los derechos civiles, el respeto a la diversidad sexual, la tolerancia, la inclusión, la libertad de decidir y un largo etcétera.
El individuo humano vale por ser individuo, pero también por ser miembro de un grupo social. La existencia de los otros es lo que le da auténtico valor a la persona, puesto que en el medio de la jungla, en la auténtica soledad, esa vida vale bien poco y los depredadores del entorno no sabrían diferenciarla de cualquier otro animal. Mientras el paradigma moderno lee la evolución de Darwin en clave de competencia, como “la supervivencia del más fuerte o del más apto”, para el pluralista la evolución funciona en términos de adaptación al medio y de cooperación entre los miembros de la especie porque ninguno habrá sobrevivir solo, por fuerte que sea y por mucho que supere a los demás.
El Pluralismo es una respuesta a la combinación entre hegemonía y decadencia de la modernidad, paradigma que al alcanzar el cenit de su potencial de progreso y desarrollo, empezó a evidenciar profundos problemas sistémicos irresolubles dentro del propio paradigma. El moderno hace las cosas porque puede, sin detenerse a pensar si “debería” hacerlas. La pauta central –y que lo convirtió en un paradigma muy exitoso– es el desarrollo y el progreso centrados en la productividad y la maximización del beneficio, y detenerse porque se acaban los bosques, porque la mano de obra está mal pagada, porque se contamina el agua, porque se extinguen las especies no está dentro de su ADN. Se necesita del surgimiento del Pluralista para realizar esa reflexión.
En 1776 James Watt patentó el motor de vapor que se convertiría en el corazón de una nueva era energética que propulsaría trenes, barcos y la industria en general hasta la aparición del petróleo, descubierto por Edwin Laurentine Drake en 1859. Sin embargo para ninguno de los dos resultaba posible prever los problemas de contaminación y deforestación que el devenir de la modernidad provocaría a partir de sus aportaciones al progreso de la época. La modernidad podía llevar esta tendencia de progreso hasta el límite, pero no resolver sus contradicciones. Para ello se requería una nueva visión que se replanteara el rumbo y encontrar soluciones a problemas que dentro del paradigma anterior resultan incomprensibles.
A diferencia del paradigma moderno, que renunció a la subjetividad para centrar su visión de lo verdadero a lo material, el pluralista retoma la importancia de la interioridad así como el vínculo con el Otro y su relación con lo colectivo, a la que coloca en el primer plano. La igualdad, el consenso y la diversidad se convierten en valores centrales. Busca que la autoridad recaiga en el grupo y privilegia la democracia, pero más que mayoría, se busca consenso, lo que produce parálisis en las decisiones importantes.
No hay ninguna duda que el desarrollo de la ciencia y la tecnología continuarán siendo claves para las décadas por venir. Lo que también parece un hecho es que el éxito desmesurado del paradigma moderno nos ha colocado a las puertas de la autodestrucción, lo que exige nuevos códigos de pensamiento que permitan lidiar con los problemas concretos como detener la deforestación, reducir los niveles de contaminación, asumir la imposibilidad de continuar con la espiral creciente de utilización desordenada de recursos materiales, minerales y humanos, evitar regresiones a sistemas políticos autoritarios, encarar con humanidad y empatía temas como la migración, la trata de personas y la violencia intrafamiliar, abatir la pobreza y la desigualdad económica, social y cultural entre muchas otras. El pluralismo intenta asumir una vanguardia ideológica, ética y moral que nos ponga en el camino de resolver todo ello, pero conforme se ha radicalizado, ha empezado a mostrar debilidades y contradicciones muy profundas, de las que hablaremos en la siguiente entrega.
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1 Einstein, Albert, Mis ideas y opiniones, Primera Edición, España, Antoni Bosch Editor, 2011, Pág. 24
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