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Apoteosis Trumpista: entre la desmesura del decreto y el delirio mesiánico

Una orden ejecutiva es una potestad del presidente de los Estados Unidos a través de la cual gira instrucciones que marcan el rumbo de su gobierno. En la segunda toma de posesión de Donad Trump vimos un...

31 de enero, 2025 Apoteosis Trumpista: entre la desmesura del decreto y el delirio mesiánico

El martes 20 de enero de 2025 Donald Trump firmó 41 órdenes ejecutivas en el primer día de su segundo mandato como Presidente de los Estados Unidos.

Las temáticas y alcances de cada una de ellas fueron diversos y ya han sido analizados por un nutrido grupo de especialistas que saben de dichos temas mucho más de lo que yo sé. En este artículo lo que me gustaría centrarme en dos cosas. La primera hablar un poco de lo que es una orden ejecutiva y lo segundo, analizar el simbolismo y exceso del propio ritual que significaron esas firmas.

Empecemos por el principio: una orden ejecutiva es una potestad, en este caso del presidente de los Estados Unidos, que consiste en una declaración mediante la cual se dan instrucciones a los órganos federales correspondientes para que tomen determinadas acciones. Cuando éstas son de la competencia presidencial, el mandato se ejecuta sin impedimento alguno, pero cuando aquello que se ordena contraviene alguna ley vigente o requiere de un presupuesto extraordinario del que no dispone el poder ejecutivo, el Congreso puede oponerse y sembrar una serie de trabas para que nunca se aplique.

También existen procesos judiciales que pueden desafiarlas si contraviene a la Constitución o si se considera que alguna de esas órdenes sobrepasa las facultades que las leyes otorgan al líder del ejecutivo.

Quizá el aspecto más relevante de una orden ejecutiva, en especial las firmadas hace unos días por Trump, es su carácter de mensaje político. En ellas, vistas en conjunto, el presidente número 47 de los Estados Unidos dejó claro el rumbo con que pretende iniciar su gobierno, donde conceptos como «proteccionismo», «antiinmigración», «pro-combustibles fósiles», «negacionismo del cambio climático», indultos a los sediciosos, «expansionismo territorial», entre otros, forman parte de la nueva agenda Norteamericana.

Otro aspecto presente en el «ritual signatario» fue su carácter de «espectáculo». No sólo no tuvieron empacho en llevar un escritorio y colocarlo en el centro del escenario de una arena con más de veinte mil asistentes, donde firmó órdenes ejecutivas a destajo, haciendo una breve apostilla editorial de cada una, sino que incluso el presidente de la nación más importante del mundo repartió al público el puñado de plumones utilizados para que los más fervorosos de sus seguidores pudieran conservar un souvenir de semejante acontecimiento histórico. Por cierto, los plumones que escogió para su maratón de firmas me parecieron de un simbolismo delicioso: eran marcadores trazo grueso, es decir, de “brocha gorda”, sin matices, sin sutileza, sin la menor posibilidad de trazos finos y delicados, que fueran acordes con la complejidad del problema que cada uno de ellos resolvía o provocaba, según desde el lado del espectro político que se miren.  

En el clímax del excesivo show presidencial, Donald Trump hace la que me parece la más escalofriante de las afirmaciones: «Mi vida fue salvada por Dios para lograr que Estados Unidos sea grande de nuevo». Y me parece escalofriante no por la declaración en sí, que según se lea puede parecer desde el dislate de un desequilibrado hasta un chiste cruel, sino que me lo parece porque tengo la impresión de que realmente lo cree, y pocas cosas hay más peligrosas que un líder con un poder semejante, convencido de que tiene una misión divina para la que fue escogido. Desde esa perspectiva, cualquier cosa que se le ocurra y decida realizar gozaría de un halo de infalibilidad que cebaría su ya desmedida autoconfianza.  

El único guiño que le robó al presidente Trump cierto protagonismo fue el extraño saludo, de referencias ineludibles al nazismo, que, sin que nadie se lo pidiera y sin que mediara razón alguna, llevó a cabo Elon Musk.  

Al respecto del contenido preciso y consecuencias reales de esas decenas de firmas nos enteraremos en los próximos días. Lo que es verdad es que a nivel simbólico se trató de una serie de ceremonias que retratan a un líder –y a un régimen– que lejos de mediar, distender o negociar, busca llevar las cosas un nivel más allá y ejercer toda la fuerza de la economía más grande del mundo para desnivelar aún más la balanza, no tanto a favor del pueblo norteamericano de a pie sino a favor de una nueva oligarquía con tentáculos que llegan a todo el mundo.

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