Hoy es Día del Estudiante. Conmemoramos la lucha por la autonomía de la UNAM, que tras un largo proceso fue reconocida, justo un 23 de mayo, pero de 1929. Con relación a esta fecha recuerdo un par de momentos en mi vida personal: el primero corresponde a mi infancia. Acababa de cumplir 4 años, vivía con mis padres en un segundo piso en el centro de Torreón, sobre una de las principales avenidas. A media mañana ocurrieron sucesos que en ese momento no logré dimensionar: un estruendo en la ventana de mi recámara, un zumbido que me pasó rozando a un lado de la cabeza, seguido de la visión de algo que rebotó con fuerza en la repisa de mis juguetes. Tras ello, la intempestiva entrada de mi madre al cuarto. Con el tiempo entendí que un grupo de estudiantes “festejaba” su día haciendo disparos al aire desde un vehículo en movimiento. Uno de los proyectiles pudo haberme matado.
El otro incidente que me marcó: un grupo de estudiantes de medicina salimos al campo para festejar. Delante de nosotros iba un camión urbano que un grupo de preparatorianos había tomado “para festejar”. Muy por encima del cupo del armatoste, varios jóvenes prácticamente “colgaban” con una mano de las asideras de ambas puertas. Circulaban a alta velocidad; al rodear una glorieta uno de los chicos asidos a la puerta frontal salió disparado y cayó muerto sobre el asfalto. Nuestros incipientes conocimientos como estudiantes de medicina pudieron verificar una sola cosa, que estaba muerto.
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Traigo a colación estos dos escenarios de mi vida para trabajar sobre un tercero: El plantón que un grupo de agitadores, al que se sumó el gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García. Ello pasa de ser una manifestación ciudadana, a una forma de amenaza de muerte. Alguien podría decir que no es para tanto, que es parte de la libertad de expresión ciudadana; como así lo justificó el primer mandatario en su consabida “mañanera”. Pero pasear féretros con los rostros de los ministros frente al edificio de la SCJN no es un juego de niños.
Vemos día con día las muestras de una violencia “normalizada” en México. Cada vez son más los homicidios dolosos en diversos puntos del país, que nos hacen temer a todos por la integridad propia y la de los nuestros. En paralelo a lo de los féretros, se dio en Ensenada una masacre durante un “rally” de vehículos deportivos. Como si se tratara de esos juegos de tiro al blanco de la feria, iban contra uno, pero dispararon con armas largas a una hilera de asistentes al evento, dejando diez muertos y nueve heridos. Y, por cierto, también se registraron asesinatos en el estado de Veracruz, mientras varios de sus políticos morenistas paseaban féretros en la Ciudad de México. Pero desde Palacio dirán que no fue para tanto.
Navegamos en aguas turbulentas. Nuestra fortaleza es la unidad ciudadana, una unidad informada. Habrá que conocer las posturas y las propuestas; razonar y lanzarnos a apoyar. Reforzar nuestra conciencia ciudadana de diversas formas; aprender de la historia que, entre sus muchas esferas, también nos muestra escenarios que no deseamos para nuestros hijos.
Hemos venido aprendiendo a respetar la vida animal, desde los ajolotes o la totoaba, hasta los toros de lidia o los magníficos osos negros. Viene a mi memoria el viejo Salamano, personaje secundario de Albert Camus en su novela El extranjero. Se presenta como un hombre viejo y enfermo que tiene por toda compañía un perro roñoso al cual maltrata constantemente. No atiende sus necesidades fisiológicas, y cuando el cánido no logra contenerse y orina la casa, Salamano lo azota y profiere contra el desgraciado lomito una serie de improperios. Esta novela, que por muchos es considerada la mejor obra de quien recibiera en 1957 el Nobel de literatura, fue publicada en 1942. El maltrato del perro roñoso no pasaba de ser anecdótico, situación que hoy encendería muchas alarmas a causa del maltrato animal.
Algo así, pero a la inversa, nos está sucediendo. Con nuestras acciones y nuestras omisiones de cada día vamos pintando un escenario que convierte el ataque violento como un elemento más que los tramoyistas de la política montan y desmontan, según sea el caso, y de ser confrontados, disfrazan mediante eufemismos para volver intrascendentes estos atentados contra los derechos humanos. Por mero acostumbramiento perdemos la capacidad de asombro frente a actos de violencia que, a todas luces, constituyen un quebrantamiento de nuestras leyes y del más elemental sentido común.
Estamos, como diría mi abuela, “como el caballo del español”, que cuando aprendió a no comer, se murió. Anécdota cuyo origen rastreé hasta tiempos de la Conquista. Se refería a los 6 caballos que Cortés encargó a un azteca. Este no supo cómo atenderlos y murieron todos. Así nuestra indiferencia frente a los ataques contra nuestras instituciones, que poco a poco van minando, unos desde su cargo, otros muchos desde el anonimato del tumulto. Con ello vuelvo a mis dos vivencias iniciales en el Día del Estudiante. Si la bala hubiera seguido otra dirección yo estaría muerta, o al menos no con la capacidad para expresarme en este espacio. El segundo caso, el del preparatoriano que murió de la manera más absurda, privó a México, muy probablemente, de un buen ciudadano, con una vida productiva, quizá de grandes alcances, para orgullo de su familia y de la nación.
Al viejo Salamano hoy le echaríamos encima todos los recursos legales para sancionarlo, y de seguro rescataríamos y rehabilitaríamos al perro sarnoso. Entonces, cualquier vida humana sobre la tierra, pero muy en especial la de nuestros mexicanos que empeñan conocimiento, tiempo y vida por hacer cumplir la ley: ¿Qué tanto más se merecen de nuestra parte?…
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