Autor: Carmen Beatriz Fernández Profesora de Comunicación Política en la UNAV
Durante este año 2024 se celebrará el mayor ciclo electoral global de la historia: la mitad de la población irá a votar. Se espera que más de 2 000 millones de personas en 70 países acudan a las urnas en un proceso que parece someter a la democracia global a un angustioso examen.
En América, además de la importante elección estadounidense de noviembre, este año se celebrarán otras seis elecciones presidenciales. Se iniciará el ciclo con El Salvador, el 4 de febrero. Le seguirán Panamá, el 5 mayo; República Dominicana, el 12 mayo; México, el 2 junio; y Uruguay 27 de octubre, con probable segunda vuelta en noviembre. El año culminará con la que podría ser una de las elecciones más importantes, Venezuela, aún sin fecha oficial. Adicionalmente se convocarán dos elecciones regionales en Brasil (6 de octubre) y Chile (27 de octubre).
¿Cambio o continuidad?
En todos los procesos electorales que están por venir estarán presentes cuatro jinetes que han sido acusados de promover el apocalipsis democrático: la polarización, el populismo, la pérdida de confianza y la desinformación. Sin ser nuevos del todo, estos fenómenos han adquirido formas novedosas que amenazan a las sociedades democráticas.
Toda elección es un referéndum sobre algún tema fundamental, que termina siendo la pregunta que los electores responden al depositar su voto en la urnas. La pregunta “¿cambio o continuidad?” suele ser el referéndum electoral más frecuente. Hasta la pandemia, en América Latina dominaba el oficialismo, se tendía a detentar la presidencia para mantenerse en el poder. Eso quiere decir que la continuidad se imponía claramente frente al cambio en la región. Lo más habitual era la reelección, hasta el punto de que existía una tendencia a modificar los límites constitucionales para la reelección en aras de ampliar los horizontes temporales de los presidentes en ejercicio. Así lo demostraba un estudio de 137 elecciones para 18 países de América Latina.
Sin embargo, la pandemia marcó un punto de inflexión que alteró algunas dinámicas. Las elecciones americanas celebradas a partir de 2019 han sido abrumadoramente favorables al cambio. De 20 elecciones celebradas a partir de 2019, solo dos han propiciado la continuidad (Nicaragua, en 2021, y Paraguay, en 2023).
¿Qué pasará en 2024? No está tan claro. Las encuestas sugieren que al menos en dos de los casos las opciones de continuidad llevan todas las de ganar. Concretamente, la reelección de Bukele, en El Salvador, y la de la oficialista candidata de López Obrador en México son prácticamente un hecho.
Más incertidumbre generan los posibles resultados electorales de República Dominicana, Uruguay y los Estados Unidos. En Panamá y Venezuela, se orientan claramente al cambio.
¿Libertad o igualdad? El otro gran dilema
Otra variable importante en el análisis de las elecciones del año tiene que ver con los valores políticos. Elegir entre libertad e igualdad es uno de los dilemas más importantes en cualquier sociedad. De hecho, es un rasgo característico del enfrentamiento ideológico entre izquierda y derecha.
La izquierda tradicional defiende la igualdad, mientras que la derecha antepone la libertad (personal y económica). Cuando se pregunta a los americanos qué valor es más importante, las opiniones en general privilegian la libertad. Pero en Latinoamérica, donde ambos valores solían estar equilibrados, la última Encuesta Mundial de Valores muestra una orientación favorable hacia la derecha: solo bolivianos, brasileños, chilenos y peruanos valoraron la igualdad más que la libertad.
En los otros ocho países latinoamericanos donde se aplica la encuesta World Values Survey (WVS) se antepone la libertad sobre la igualdad, incluyendo el llamativo caso de Venezuela, donde la relación es 3 a 1.
De manera que ese sonoro “¡Viva la libertad, carajo!” que entonó Milei parece un grito acorde a los tiempos. La presidencial argentina 2023 puede ser un tráiler de las elecciones 2024. También señala el WVS que un 72 % de los latinoamericanos desconfía de las elecciones y un 71 % desconfía de la prensa. Más de un 60 % estaría de acuerdo en ser gobernado por un líder fuerte que no tenga que preocuparse por parlamentos ni elecciones.
Read more: La elección de Milei y los desafíos de una Argentina empobrecida
Así pues, y aún con la carga de incertidumbre inherente a los procesos electorales, podemos aventurar como pronóstico que en el año nuevo la batalla por la libertad y el cambio seguirá siendo importante, aunque probablemente venga cargada de polarización, populismo, desconfianza y mucha desinformación.
Desinformación y deep fakes
Las elecciones estadounidenses de 2020 pusieron de moda a la posverdad, y la elección de 2024 parece ser un dejá vú con esteroides de Inteligencia Artificial.
La previsible contienda entre Trump y Biden exhibirá al desnudo los problemas de una democracia envejecida, muy polarizada y decadente, acompañada por la enorme facilidad de alterar la información con deep fakes. Lo preocupante es que este escenario se replicará en el resto del mundo.
Las campañas electorales han demostrado ser tiempos propicios para alimentar la desinformación. Y las nuevas técnicas de alteración de imagen, voz y video están al alcance de cualquiera. Realmente la desinformación digital que distorsiona las elecciones no es nueva: lo nuevo es la facilidad y bajo costo con que los agentes políticos, legítimos o no, pueden acceder a modelos de lenguaje generativo (IA) tanto para optimizar la persuasión de las ideas como para engañar a los sentidos del elector.
A primera vista el reto luce complicado… Sin embargo, la democracia americana ha demostrado, una y otra vez, su capacidad de resistir y sobreponerse a sus obstáculos. Los electores pueden aprender, y la inteligencia colectiva puede aflorar. El capital social facilita la coordinación y la cooperación para un beneficio mutuo.
¿Es posible usar la inteligencia artificial, y la ciberpolítica en general, para construir capital social para la democracia en América? En 2023 algunas experiencias alentadoras pusieron en evidencia que la desinformación puede ser contrarrestada con información de calidad y educación al elector para facilitar cooperación y beneficio mutuo.
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