El miedo a las réplicas, el deterioro del sueño, la poca comida, la lentitud de servicios médicos y, peor aún, la FALTA DE AGUA POTABLE, sin contar con el DOLOR de la pérdida de los seres queridos, hace complicado y difícil vivir -y sobrevivir- los días siguientes a un desastre natural.
¡Sí!, los mexicanos conocemos de esto, sabemos cuando la tristeza invade el alma, la desolación aparece y el miedo se apodera de nosotros y, junto con la ira, amenaza en convertirse en el siguiente gran terremoto. Entonces todo se obscurece…
Nepal está sufriendo este desastre natural, como es ya conocido. El sábado 25 de abril sacudió a este país un terremoto de 7.8 grados Richter. Las características geográficas de Nepal son en gran medida montañosas, lo cual agrava la situación para que la ayuda llegue de forma fluida a la población necesitada.
La prontitud, eficiencia y sensibilidad con la cual las autoridades actúen en este tipo de situaciones es de vital importancia. Los ciudadanos lastimados, desde todos los ángulos –físico, mental, emocional, espiritual- esperan de su gobierno acciones prontas y específicas para salir de esa pesadilla, que puede convertirse en un infierno de grandes proporciones.
Caminar por la zona de desastre sólo angustia más, hace patente la fragilidad de la vida, de la vida propia y la de quienes amamos. Hoy estamos aquí, mañana quién sabe. El estrés que se vive está al máximo, la alerta constante mantiene la adrenalina al tope. ¡¿Cómo tranquilizarse, si apenas se puede respirar?!
Dicen los estudiosos de la tanatología: es sano vivir la pérdida, pues al procesar el duelo la persona podrá recuperarse con más rapidez. Sin embargo, en estos casos donde las pérdidas se generan con tanta rapidez, se suman una tras otra y los afectados se cuentan por miles, es importante la intervención del estado para que, éstas, sean procesadas de la manera más adecuada para quienes están sufriendo.
Conforme pasen los días –lo sabemos- la situación se irá agudizando. Enfrentarán desabasto de comida, de medicamentos y se agudizará la ausencia de los servicios públicos básicos -luz, agua, medicinas-. Por otro lado, las personas seguirán buscando a sus familiares perdidos. Recordemos: más ira, más miedo, más negación y, para estos momentos, la desesperación en sus más altos niveles: la zona del siniestro se vuelve un caos.
El duelo, de acuerdo con Elizabeth Kübler Ross –La madre de la tanatología moderna- son: Negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Estas etapas se pueden recorrer seguidas o en forma indistinta. Si tomamos en cuenta estas fases, más la situación de caos dentro del cual intenta reaccionar un país después de un desastre de grandes magnitudes, es comprensible las acciones desesperadas vividas en dichos momentos.
Las imágenes que solemos ver en los medios masivos, de personas entrando a los supermercados a tomar comida, sólo indican la desesperación, y la desesperanza, de quienes están viviendo este desastre.
Por otra parte, muchos desastres naturales nos enfrentan a una angustiosa situación, no tenemos un cuerpo sobre el cual llorar. Si no vemos el cuerpo es más difícil de aceptar la dura realidad. ¿A quién llorar? ¿Y si todavía está vivo? ¿Y si perdió la memoria y anda deambulando por ahí sola y en peligro? ¿Y si está mal herido o inválida y no hay quien cuide de su persona?
Un desastre natural, como su nombre lo indica, es un DESASTRE. En más de un aspecto el país se ve afectado. La población sufre un parálisis gubernamental porque el gobierno muchas veces queda en pausa mientras se organiza y atiende los aspectos más apremiantes, según el caso. También recordemos, al igual que nosotros, los funcionarios son seres humanos.
En México hemos vivido muchos desastres que nos han impacto hasta fondo del corazón, desde el terremoto del ´85 hasta los huracanes, entre ellos Manuel, en el Pacífico. Los mexicanos hemos contado con una gran esperanza: la SOLIDARIDAD en apoyo de quienes más lo necesitan en esos momentos.
Nepal es, hoy, un país hundido en la desgracia y requiere tanto de la ayuda internacional como de la individual. Sus pobladores necesitan una mano amiga para sostenerse en medio de tanta tristeza y obscuridad, para respirar ese aire que parece escaparse, cuando nos invade el pesar.
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