Dedicado a: Caty y a los Reyes Magos.
Cierto es que la vecina se negó a leerme el cuento y yo insistí, todavía no leía bien, mi lectura era lenta y desconocía muchas palabras, tendría seis o siete años. Mis noches se convirtieron en un infierno, las pesadillas ni siquiera eran pesadillas, sino escenas que veía con los ojos abiertos, imágenes matizadas con la creatividad de una niña. Los días empezaron a tener una dramática rutina, al caer el sol, todos se marchaban a dormir… Entonces, en la obscuridad de la noche, sólo quedábamos las patas y yo.
Si mal no recuerdo la historieta se llamaba “El caballo del diablo” y a partir de esa lectura las cosas cambiaron. Dormir, era una odisea. Entre cerrar y abrir los ojos venían las imágenes que me aterrorizaban: las patas del diablo…
Nunca lo conté, mamá me habría castigado porque tenía prohibido ver esas revistas ¿Mis hermanos?, se burlarían ¿Hermanas?, eran más pequeñitas ¿Mi papá? Tal vez pensé que apoyaría a mamá. Estaba atrapada.
Cuando sentía venir las patas me cubría la cabeza, después la destapaba poco a poco, espiando si ya no había patas… Las observaba acercarse lentamente a mi cama. Esas patas rojas, fluorescentes, brillaban en la obscuridad. Lo bueno es que sólo veía las patas del diablo, el resto del cuerpo nunca apareció por ahí.
Durante el día la inquietud era menor, a veces hasta lograba olvidar la situación. Sin embargo, mi pensamiento se centraba en buscar una solución:
¿Cómo lograr que las patas me dejaran en paz?
No recuerdo haber llorado, ni siquiera que el miedo me paralizara, en verdad que los niños sufren. Por fin, un día se me ocurrió una gran idea. Estaba próximo el fin de año, una de las temporadas más bellas para mí.
Para el cierre de año, ya leía y escribía mejor, me sentía orgullosa de ello, así que pedí, rogué, hacer mi carta a los reyes, por supuesto, a nadie se la enseñé. Una vez escrita la guardé y todos los días revisaba que estuviera en el lugar secreto: abajo del colchón.
Bueno, le pedí a mi vecina que revisara la carta, la quería bien escrita. Mis papás decían que los Reyes eran seres inteligentes, buenos y muy sabios.
“Queridos Reyes Magos:
Este año no voy a pedir juguetes, porque mi pedido es muy grande y difícil, creo que sólo ustedes me pueden ayudar.
Porque es difícil, muy difícil, yo sola no he podido, aunque lo he intentado y no sé qué más pueda hacer. Me voy a quedar sin juguetes, pero quiero dejar de ver esas patas que me asustan.
Ustedes ya saben de qué hablo, mi mami dice que ustedes todo lo ven.
Por favor, Queridos Reyes, sé que no obedecí. Ya aprendí la lección, como dice mamá, prometo no leer esa revista. Sé que merezco un castigo, por eso no les pido mis juguetes.
Eso es mucho castigo ¿Verdad?
Les doy las gracias de antemano –así dice mi papi cuando hace negocios-.
Ah, los voy a esperar despierta.
Los quiero mucho, Caty”
La víspera de la llegada de los reyes me preparé: esta vez puse la carta bajo la cama, así los sentiría llegar. Hice lo posible por mantenerme despierta… Poco a poco el sueño me fue venciendo, de vez en cuando abría los ojos para verificar si la carta seguía en su lugar.
Cuando desperté la ventana estaba iluminada por el sol…
“¿Y los Reyes? ¡Me quedé dormida!…” Me levanté de un brinco y empecé a cantar “Reyes, Reyes, Reyes”, gritaba con el rostro iluminado “¿Las patas del diablo? ¡Se han ido! ¡Se han ido para no volver! ¡Ustedes son los más poderosos de todo el universo!”
Me esperaba una gran sorpresa bajo la cama, ya no había carta. “Mami, ¡me trajeron mis juguetes! Reyes, Reyes, Reyes”, mientras cantaba, bailaba y desenvolvía los juguetes, a intervalos enviaba besos a mis héroes, mientras cantaba feliz: “Reyes, Reyes, Reyes”.
Fin.
…
Caty escribió en su diario la historia que vivió, quería contárselas a sus hijos. Al cerrar la libreta pensó:
“¡Que valiosa es la FE!”,
Mientras tarareaba…
“Reyes, Reyes, Reyes”
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