Cuando nacemos somos seres perfectos, sanos física y emocionalmente. Con el paso de los años nos vamos convirtiendo en un manojo de complejidades, estrés, emociones mal encausadas, culpas, miedos, inseguridades y mucho más. ¿Acaso estamos aquí para “echarnos a perder”? Si eso fuera así, ¿cuál sería la lógica de la vida? ¿Cuál nuestro camino? ¿Cuál nuestro objetivo?
Muchas preguntas y pocas respuestas, o mejor dicho, cero respuestas. Estas respuestas las tenemos que buscar cada quién desde su trinchera. Nada es perfecto, sólo aquello que nos resuena tanto en el corazón como en la razón.
Las enfermedades son parte importante de nuestra vida, suelen estar presentes a cada paso dado, nos acompañan en nuestro recorrido y son fieles compañeras de nuestra historia cotidiana. Sabemos convivir con ellas a pesar de nuestros deseos, pues quisiéramos que estén lo más lejos posible de nuestros seres queridos y de nosotros.
Hemos desarrollado un miedo infinito a la muerte, a pesar de cruzarnos con ella día a día. Cantantes y poetas nos recuerdan con emocionados versos sus temores escondidos. Los novelistas y deportistas la enfrentan con retos diferentes y, de cualquier forma, sólo es un pálido reflejo del inmenso pavor que se esconde.
Claro, por supuesto, hay seres que realmente han superado estos miedos y pueden decir que van por la vida caminando sin temores y cuando suspiran lo hacen porque disfrutan el oxígeno terrestre, porque al aspirarlo disfrutan del placer de llenar sus pulmones en comunión consciente con su planeta, ¡bien por ellos!
Aquí, estamos retomando a la mayoría de los humanos, a quienes el camino por la vida nos ha enseñado a temer, a saber que la tristeza entra y se instala en el alma cuando la vida de alguien cercano se acaba. Añorar, recordar, es parte del vivir…
Nuestro cuerpo está perfectamente diseñado con los instrumentos adecuados, para avisarnos cuando algo anda mal. Suele ser una mala costumbre, en muchos de nosotros, dejar pasar esas señales, primero sutiles y después con llamadas de alarma. A veces es el propio temor el que impide ver dichas señales.
Cuando nos damos cuenta de la enfermedad, ya estamos ahí, ¿qué más podemos hacer? Una vez que acudimos al médico y seguimos sus instrucciones tenemos la esperanza de sanar ¿Y qué pasa cuando esto no sucede? Empezamos a recorrer un camino difícil, donde todo carece de importancia, sólo queremos saber cuándo sanaremos.
Enfermarse duele, sufre nuestra alma, sobre todo si dicha enfermedad pone en riesgo nuestra estabilidad física, emocional y económica. Las enfermedades suelen enfrentarnos a nuestros miedos y, además, a nuestras limitaciones. Sin embargo, también es un empujón para enfrentar aquellas situaciones que nos hemos negado a aceptar.
La enfermedad puede ser una gran herramienta. Podemos vivir y enfrentarlas, ¿para qué están ahí? ¿Cómo es que llagaron a nosotros? ¿Cuál es nuestra responsabilidad en ellas? ¿Podemos continuar en este mundo con la vida que llevamos? ¿Realmente queremos estar sanos?
Los miedos nos frenan, angustian, enferman. Qué tal si dejáramos de lado esas inseguridades y pudiéramos vislumbrarnos transparentes y pudiésemos ver aquello que nos limita y detiene… ¿Qué podríamos hacer si dejáramos nuestros miedos? y ¿QUIÉN PODRÍAMOS LLEGAR A SER?
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