Ladrón que roba a ladrón…

—Esta es la foto para la próxima campaña “Robin Hernández Pérez” ¿Qué les parece? Su chofer y su asistente personal contestaron al unísono: —¡Excelente! —¡Grandioso!...

16 de marzo, 2016

—Esta es la foto para la próxima campaña “Robin Hernández Pérez” ¿Qué les parece?

Su chofer y su asistente personal contestaron al unísono:

—¡Excelente!  —¡Grandioso!

Robin se daba cuenta que no podía fiarse de ellos, necesitaba opiniones confiables. Contrataría una compañía especializada en campañas políticas.

—Si logro hacer esto bien, seguro que después llego a la grande. Nada de soñar, se lo debo a mis padres.

Al recordarlos, Robin se entristeció e hizo lo de siempre, ese era su desahogo:

—Ramírez, quiero ir al club de tiro mañana a las 5 de la mañana.

El asistente tomó el celular para hacer la cita, mientras reflexionaba:

— Ya no podré llevar a mis hijos a la escuela ¡Esto de trabajar sin horario!

El padre de Robin fue un rico comerciante, lo estafaron y se fue a la quiebra. Tiempo después su mamá murió y no tuvieron para cubrir los gastos de la operación. Robin terminó enojado con la gente pudiente por negarles apoyo económico en aquél momento.

Ahora, él estaba a punto de competir para gobernar su estado, tenía carisma y su historia le daba una imagen de humilde y protector de los desvalidos. Cuando llegaba a su oficina ya había una larga fila de personas esperando para pedirle favores.

—Entre más grande, más votos.

Por la tarde llamaba a los empresarios que le debían favores para solucionar las peticiones de sus protegidos. A base de extorsiones conseguía todo, hasta las despensas que repartía los fines de semana entre gente de escasos recursos.

—Ya verán cuando llegue a la grande. ¡Soy Robin!

En eso recordó el concurso de tiro con arco que esperaba ganar, así empezó a entrenar todos los días.

— ¡Esa flecha dorada ya es mía! Mi campaña estará redonda.

Robin no se daba cuenta que cada vez veía menos a su familia. Él amaba a su esposa y a su hijo. Una mañana Laura le reclamó:

—Robin, quedamos que tus actividades nunca te alejarían del desayuno en casa, fue lo único que te pedí cuando nos casamos.

Entonces Robin se sentaba en la mesa y de dos tragos se tomaba un café y salía corriendo. Ella estaba cansada de que él no cumpliera los acuerdos. A Laura no le interesaba la gubernatura y mucho menos “la grande”. Estaba enfadada y quería pedirle el divorcio, lo único que la detenía era su hijo de 4 años.

El día de la competencia llegó, Robin les dio un beso a su esposa e hijo y salió optimista de la casa. Ciertamente le costó trabajo ganar el trofeo, pero lo logró. Al regresar se sentía feliz.

— ¡Estoy a punto de conquistar una nación!

Su esposa se sorprendió al verlo llegar tan temprano. Laura acostó a su hijo y se dirigió a la oficina para hablar con él. Le expuso sus razones, eran muchas, desde sentimentales hasta éticas, para terminar dijo:

—No estoy de acuerdo contigo, te dedicas a chantajear. Tal vez piensas que es por el bien común, pero no es así, lo haces por venganza. Y aunque fuera cierto no comparto esa forma de actuar. El fin no justifica los medios, ni tampoco creo en eso de “ladrón que roba a ladrón”. Tú mismo decías “No hay que darles de comer, hay que enseñarles a pescar”. Por otro lado, tu mamá murió porque el órgano donado era incompatible y por eso no la operaron. Robin, ya no nos entendemos. Te pido que nos separemos.

Él escuchó sin interrumpir, la posibilidad de perder a su familia lo cimbró. Vio la flecha dorada en su mano y sintió como si lo traspasara. Su esposa dio media vuelta y salió del despacho. Ya había dicho todo, ni siquiera esperó una respuesta.

Robin no durmió en toda la noche, su vida estaba en juego, ella y su hijo eran lo que más amaba y estaba a punto de perderlos. Recordó sus sueños donde no había chantajes, ni votos. Escuchó la voz de su padre cuando le advirtió que se estaba alejando de su familia y sus ideales  En la madruga se quedó dormido.

Al día siguiente una vocecita lo despertó:

– ¡Papá!

Robin levantó la cabeza cuando escuchó al niño,

– Papá, ¿te duele algo?

– Sí hijo, pero creo que ya empecé a sentirme mejor.

Consciente de su aspecto Robin se dirigió al baño y se acicaló,

– ¿Me permites ir contigo a la escuela? Desde hoy te voy a acompañar ¿Qué te parece?

– ¡Sí, sí!

Padre e hijo tomados de la mano caminaron hacia la salida, Laura los observó desde la cocina, Robin al darse cuenta miró a su esposa y, en un acto de humildad, preguntó:

— ¿Podré cambiar?

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