La depresión detrás de la violencia

—Teníamos una tiendita, vendíamos dulces y algunas cosas más. Nos iba más o menos bien, sacábamos los gastos y nos alcanzaba para cubrir las necesidades...

2 de marzo, 2016

—Teníamos una tiendita, vendíamos dulces y algunas cosas más. Nos iba más o menos bien, sacábamos los gastos y nos alcanzaba para cubrir las necesidades de la casa. Un día Luis ya no quiso mi ayuda en la tienda. Me pidió que me quedara en casa. En aquél entonces no comprendí lo que pasaba.

Me estaba protegiendo de la violencia que empezó a surgir en la colonia… Poco después decidimos mandar a nuestro único hijo fuera del país, con un familiar. Nos daba miedo que estuviera aquí, ya sabe, con tanta violencia temíamos que algo malo le pasara.

También los vecinos que podían marcharse poco a poco lo hicieron, sobre todo a quienes les iba bien.

La violencia separa familias de forma irreparable, se viven situaciones que es imposible subsanar, pérdidas que van más allá de la ausencia. Pérdidas que se maximizan ante la imposibilidad de poder hacer algo. Pérdidas que impactan al ser haciéndolo sentir perdido, insignificante, desorientado, sin ganas de vivir.

—Mi esposo se levantaba con la ilusión de vender un poco más, pero por más lucha que le hizo, un día ya no quiso ir a trabajar y ahí se quedó lo que había en la tiendita.

Mi hijo ya nos mandaba lo que podía quincenalmente y todo lo ahorrábamos, porque mi esposo quería sentirse útil y continuaba yendo a trabajar día a día.

—Todavía podíamos mantenernos con la tiendita, así que no entendí por qué lo hizo. No me quiso dar explicaciones. Preferí no molestarlo, sólo me quedaba claro que había alguna razón.

Las pérdidas de los familiares, tanto de los quienes se quedan como de los que se van, es un impacto en la estructura emocional de la familia y la depresión es uno de los sentimientos más generalizados generados por la violencia. La depresión es un enemigo silencioso que pocas veces las personas se percatan de haber caído en sus redes.

La violencia ha generado en muchas personas esa sensación de minusvalía, de pérdida de la voluntad, de ganas de trabajar. Dejan sus planes, sus ansias de triunfo y con ellos sus deseos de vivir.

—Tiempo después de haber cerrado la tiendita me dijo: “para qué trabajar si viene otro y te quita tu dinero y nadie hace algo, mejor me quedo aquí sentado porque nadie nos protege…”

Finalmente mi esposo enfermó. Los médicos dijeron que era depresión.

Muchos comerciantes y microempresarios languidecen junto con sus negocios, algunos tendrán la fuerza para resistir el embate y sus pérdidas económicas, otros sólo verán desaparecer sus patrimonios porque lo hecho hasta hoy parece insuficiente. Lo triste es que todos hemos contribuido a esta situación.

—Sabía que la depresión era algo malo, pero nunca imaginé que meses después falleciera. Mi hijo ni siquiera pudo venir a despedirlo, su papá le dijo días antes de morir:

—“Carlos, por ningún motivo se te ocurra regresar, después de tanto esfuerzo para mandarte fuera y menos ahora que ya tienes un trabajo seguro. Tal vez en unos años más. Bueno, tal vez, tal vez…” Creo que se estaba despidiendo.

Y atrás de la depresión generada por la violencia, aún hay otra igual o peor, donde los seres maltratados no existen para autoridad alguna, pareciera que no hay un camino para salir de esta situación.

Somos un país donde los ciudadanos están incapacitados por la propia violencia  para levantar la voz y hacerse escuchar y autoridades cuyo único interés es permanecer en el juego político sin ningún respeto a los compromisos hechos con la ciudadanía…

¿Cuándo comprenderemos que si le va mal al vecino TODOS estamos en el mismo riesgo? ¿Algún día nos comprometeremos sin esperar que el otro sea el primero en poner la muestra? ¿Cómo procesar y salir de esta violencia?

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