Llegó una persona a terapia–la llamaremos Caridad- y me platicó que, hace como un año, encontró frente a su puerta un perrito pequeño, ella calculó su edad en menos de seis meses. Se quedó pensativa y entonces pregunté: “¿Y cómo está el pequeñín?" Llorosa y compungida, me explicó que, en un arrebato de enojo, lo había regalado a un joven. Caridad, extrañaba a su mascota y lo quería recuperar.
La PÉRDIDA de un ser querido, sin importar de quien se trate, representa una tragedia para quien la vive, un dolor agudo, por el saber que ese ser ya no estará cerca de uno. Toda persona en situación de pérdida vivirá un proceso de duelo cuya intensidad y duración dependerá de la propia persona, de las circunstancias de los hechos, así como de su entorno.
El perrito tenía con ella más de un año y estaba encariñada con él. Lo dejó solo cuando salió a comprar el mandado y se le olvidó sacarlo al patio; al regresar, se encontró con la sala revuelta y sucia. Caridad se molestó mucho y cuando llegó el muchacho a entregarle los garrafones de agua y se puso a jugar con el pequeñín, ella se lo ofreció sin pensarlo.
Esto había sucedió tres días antes. Caridad, estaba muy preocupada pensando si el perrito se encontraba en buen estado, si lo cuidaban adecuadamente. Le pedí que me platicara cómo habían sucedido los hechos, cómo le entregó al muchacho su mascota.
Caridad me explicó que el vendedor de agua le había prometido a su niño de 6 años un perrito y por eso se lo quería comprar desde la ocasión anterior –me confió-. “Ah, ¿entonces, usted ya conocía al joven?”, “Sí”-dijo ella lacónicamente y agregó con un suspiro- “me lo quería comprar y le dije que no”.
“Vamos a ver, Caridad”, expuse mientras le enumeraba los hechos. “Primero, usted ya lo conocía y me dijo que el niño del vendedor de agua estaba interesado en un perrito. ¿En algún momento usted pensó en dárselo al muchacho?”. Sonrojándose me contestó que sí. “Mmm, de acuerdo”, expresé. “Segundo: el joven le propuso darle una paga a cambio del pequeñín, ¿verdad?”.
“Bueno”, continué, mientras Caridad se quedó silenciosa, “si usted le quisiera comprar un perrito a un hijo de 6 años, que en reiteradas ocasiones se lo ha pedido, ¿cómo cuidaría usted a la mascota de su hijo?”. “¡Por supuesto que bien!”, exclamó en voz alta.
“El perrito tiene, aproximadamente, año y medio de edad, con mucha energía y ganas de jugar, ¿entonces, cómo cree que él puede estar ahora?”, pregunté. “No, pues bien, más aún con el niño, seguro se va a divertir. Yo, rara vez jugaba con él. Estaba todo el día encerrado solito en casa, mientras me iba a trabajar”, comentó ella en tono reflexivo.
Le pregunté mirándole a los ojos: “Caridad, ¿antes de que su perrito hiciera los destrozos, ya había pensado en buscarle otro hogar?”, “La verdad, sí. Me resultaba muy difícil cuidarlo, hacerme cargo de él y…, y…, y ya no podía, me sentía agobiada. ¡Hasta lo regalé!”, dijo soltando el llanto, mientras afirmaba: “Soy una mala persona”.
La sensibilidad y las creencias de cada persona son muy importantes para cada ser. Sin dudarlo las personas sufren cuando sienten que han hecho mal o perjudicado a otro. El sentimiento de CULPA es una carga común, más aún cuando descargamos nuestro enojo sobre seres indefensos, como en este caso, la mascota.
”A ver, explíqueme, Caridad”, le dije, ¿por qué es usted una mala persona? El perrito llegó hasta la puerta de su casa, venía enfermo y usted lo curó y cuidó”, según me había explicado, “después, usted sintió que ya era hora de dejarlo partir y le buscó un hogar adecuado para él, donde será querido y podrá divertirse jugando con un niño pequeño que, seguramente, tendrá los mismos bríos y le aguantará el paso”.
“Entonces su pequeña mascota, brincará, correrá y… ¿cómo estará?”, pregunté.
“¡Feliz, feliz!”, dijo Caridad convencida, contenta y en paz. “¡En verdad que sí!”.
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