Te regalo mi promesa de no morir.
Te prometo vivir hasta más allá del tiempo que pueda transcurrir, de modo que aún sin vernos, volvamos a encontrarnos en cualquier instante que tú quieras.
Te prometo esperar, y esperar y esperar, porque sé que llegarás alguna vez.
No corre prisa, porque en tu honor, he detenido el tiempo, para que los años transcurridos no te pesen, y los que han de venir, no afecten la esperanza de encontrarnos.
Nada hay más fuerte que el amor que alimenta a la vida y la hace posible; por eso, te prometo sobrevivir a cualquier adversidad, a todas las tormentas, a los contratiempos, a las tristezas y las desesperanzas.
Yo esperaré a que llegues, cuando llegues.
Y te regalo mi promesa de no envejecer, ni perder la fuerza que nos permita compartir los paisajes que he ido descubriendo por los caminos de mi bicicleta; te prometo vencer a la inercia y al cansancio, a la sed y al sol del mediodía; a la lluvia y al frío; te prometo que reiremos en torno de la anécdota en que convertiremos a todas las maldiciones, los conjuros, y las emboscadas.
Te prometo descifrar contigo todos los acertijos, las mentiras, los engaños, los mitos y las falacias.
Yo volveré cuando estés listo; cuando quieras; cuando puedas. Mientras tanto, mantendré encendida la luz de tus dieciocho bendiciones diarias; el ritual de todas las cucharas blancas de plástico, que han dado vueltas en el café de tu recuerdo; entonces, cuando por el rabillo del ojo atisbes para saber si estoy aquí, nos encontraremos como si no hubiera transcurrido ni un minuto separados; porque nada puede vencernos; ni la amargura, ni el dolor ni el miedo, ni la incertidumbre ni la mentira.
Te regalo mi promesa de seguir junto a ti, hasta que pase en tu corazón, la tormenta de la soledad, del resentimiento, del dolor y todos sus espejismos, que nada son, ante el amor que nos une.
Pero ante todo, te prometo no prometerte nada más, después de estas líneas; de modo que estés a salvo de los desengaños, de las decepciones, y de la intemperie del corazón.
Y te prometo que me encontrarás, aun cuando parezca que no puedes verme ni escucharme, porque entonces descubrirás, que los paisajes vividos entre los sueños de tu niñez y de tu adolescencia, serán como álbumes llenos de episodios familiares.
Te sonreirán las curvas del camino; el “túnel de los pipís”, y las primeras montañas de Acapulco.
Nos encontraremos más allá del tiempo, en el olor de los cafés de la mañana; en los desayunos de tus hijos y en el lunch de sus recreos; nos encontraremos en las noches antes de dormirte, y en todos los juguetes que te acompañen.
Te prometo hablar contigo en la voz de tus hijos; acariciarte con sus manos y abrazarte con su amor. Te prometo estar presente en las evocaciones de tu hermano Julio, hasta el punto que te darás cuenta de que no hay nada de que arrepentirnos; nada qué perdonar; nada que lamentemos como irremediable.
Una vez que hemos regresado de tan lejos; que hemos vencido tantos obstáculos, nada hay que pueda prevalecer entre nosotros.
Sé que te pertenezco, y tú eres mío.
Te bendigo veintitrés veces, multiplicadas por los millones de minutos que con tu sola existencia, has llenado la mía.
Te bendigo en tus pasos y en tus juegos; en tus ilusiones y tus ideales; te bendigo en tus sueños, en tu amor y en tu desencanto.
Te bendigo en los pasillos y los patios y los jardines de tu colegio; en el cuarto de los” tesoros”, en tu escondite de la casa.
Te bendigo por haber nacido, dándome la plenitud.
Te bendigo por haberme hecho tu héroe y por todos tus dibujos y tus regalos de tesoros; por todos tus dientes de leche, que intercambié con el Ratón.
Te bendigo porque mi héroe, ahora lo eres tú; porque te admiro, te respeto y no necesito más que saberte bueno, valiente y generoso.
Bendigo tu sonrisa sin dientes a los seis años, y la luz de tu cara de siempre.
Celebro tu llegada a este mundo, que por ese solo hecho, se convirtió en un sitio mejor.
Celebro en tu cumpleaños, mi transformación en lo más pleno imaginable:
En la culminación de mis sueños; en ser tu papá.
Celebro que exista el mes de mayo, y los números dos y siete, que marcan juntos, tu aniversario y mi buena suerte.
Celebro que mi joven de 27 años, no muriera aquélla tarde de junio, y haya esperado a que llegaras desde el cielo.
Festejo tu amor por la música y por las letras; tu vehemencia y la pasión de tus hechos y tus palabras.
Atesoro tus acercamientos y aguardo sin temor, tus aparentes lejanías y tus distancias.
Te prometo que volveremos juntos a nuestros caminos, a bordo del coche rojo, manejándolo tú, y yo de tu copiloto, escuchando la música que no tiene límites en el tiempo.
Amado hijo mío, te bendigo, te amo, te celebro, y te prometo, como regalo, no morir.
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