Sopita de su propio chocolate

Los Estados Unidos estaban muy contentos con Michail Gorbachov y con Boris Yeltsin...

3 de enero, 2018

 

Los Estados Unidos estaban muy contentos con Michail Gorbachov y con Boris Yeltsin, cuyos gobiernos les sirvieron el derrumbe de la Union Soviética en charolita de plata.

Washington observaba encantado de la vida cómo la familia “Peres Troika” demolía no solamente el muro de Berlín, sino a la Unión Soviética.

Las grandes corporaciones gringas ya se relamían los bigotes imaginando las riquezas a las que tendrían acceso más allá de los montes Urales, donde los recursos naturales rusos son inagotables, y solamente esperaban la llegada de Halliburton y demás conglomerados afines para contribuir a la consolidación global del Destino Manifiesto; doctrina democrática estrenada sobre México a mediados del siglo XIX.

Sin embargo les duró poco el gusto, cuando Boris Yeltsin, en un lapso de sobriedad entre vodka y vodka, escogió como su sucesor a un perfecto desconocido llamado Vladimir Putin.

El nuevo jefe del Kremlin se parecía físicamente a Macaulay Culkin, el inocente protagonista de “Home Alone” con su aspecto de niño inofensivo, y su aparentemente poco conocimiento de los temas de alta política.

Vladimir II se revelaría bien pronto como todo un personaje al estilo James Bond.

Conforme Putin se fue consolidando como un líder sagaz, Estados Unidos y sus colonias europeas de la OTAN, comenzaron a cercar a Rusia mediante la incorporación a sus filas de antiguos miembros del Pacto de Varsovia.

Poco a poco, tambien han ido emplazando misiles en Europa del este, con la supuesta intención de neutralizar “la amenaza iraní”, pero con capacidad de alcanzar blancos dentro de la Federación Rusa.

Mientras tanto, en los 17 años que Putin lleva al frente del gobierno, ha restaurado el poder militar ruso que a finales de los ’80s había desaparecido prácticamente.

En este ambiente, hay algunos eventos que permiten comprender al “ex” agente de la KGB y reconocerlo como maestro del ajedrez a gran escala.

Los vasallos europeos de Estados Unidos pretendieron incluir a Ucrania entre los miembros de ese sistema colonial, con lo cual, agravarían el acorralamiento de Rusia.

La medida intentada por Occidente, vendría a ser el equivalente de permitir que los rusos instalaran bases militares en Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, con el propósito de ayudar a México a contrarrestar “la amenaza cubana”, pero con capacidad de alcanzar cualquier punto estratégico de lo que se conoce como “Continental United States”.

Para lograr este objetivo, los achichincles de Washington maniobraron para deponer al presidente Víktor Yanukóvich de Ucrania de tendencia pro-rusa, y lo sustituyeron con un empresario pro-occidental de nombre Petro Poroshenko.

Lo más simpático de esto, es que los gringos no consideran estas acciones como una violación de la democracia ucraniana, ni una amenaza a Rusia.

En el mismo clima de hostilidad hacia Rusia, los gringos decidieron que la anexión de Crimea era un acto ilegal, a lo cual, el presidente Putin les respondió diciendo que “en vez de meterse en asuntos de Rusia, mejor le devolvieran a México los territorios de California, Nuevo México y Tejas, que se robaron en 1848.”

Desde que Clairol Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos, se ha venido desarrollando una de esas investigaciones estilo la comisión Warren o Watergate, acusando a los rusos de haber hackeado las elecciones gringas y haber violado la sacrosanta democracia de Estados Unidos.

Cabe decir que no se puede violar una democracia que no existe; y si no, que le pregunten al senador Bernie Sanders al que le hicieron de chivo los tamales desde la Convención Nacional Demócrata que estuvo trucada para favorecer a Hilaria Clinton hasta el punto de robarle descaradamente la nominación como candidato presidencial.

Uno de los supuestos hackers rusos ya tiene nombre y apellidos: Konstantin Kozlovsky.

En una declaración reciente, afirmó que efectivamente hackeó los sistemas cibernéticos del Partido Demócrata de Estados Unidos, durante las pasadas elecciones del 2016.

Entre los dimes y diretes, recuerdo la forma como iniciaba el antiguo programa televisivo de “Misión Imposible”, en el que el protagonista escuchaba una grabación indicándole su misión, para culminar diciendo: “Como siempre, si usted o alguno de su equipo fuesen capturados, nuestro gobierno negará cualquier conocimiento de sus acciones”.

La pregunta obligada ante la intensiva campaña de acusaciones, es la siguiente:

¿A dónde quieren llegar los gringos con su hostigamiento a Rusia?

Supongamos que aparece Robert Mueller con “los pelos de la burra en la mano” y dictamina que el Kremlin se atrevió a profanar la sacrosanta e inmaculada democracia gringa…

¿Y qué?

¿De ahí, que sigue?

Vladimir II, se lavará las manitas negando una vez más, todo conocimiento de los hechos, como ocurría en la grabación con la que daban inicio los divertidos capítulos de “Misión Imposible”.

Antes de dar el siguiente paso (al vacío), los gringos deberían recordar su intervención reciente en Ucrania, donde conspiraron para remover a Víktor Yanukóvich y poner en su lugar a Petro Poroshenko; con la diferencia que ellos organizaron una revolución “tan espontanea” como la Primavera Árabe de hace pocos años, mientras los rusos (si acaso), se limitaron a jugar Nintendo con el circo electoral de Estados Unidos.

No les vendría mal recordar su larga trayectoria de intervención en los procesos democráticos de muchos otros países del mundo en tiempos recientes, como ocurrió con el presidente de Viet Nam del Sur, Ngo Dinh Diem, asesinado por órdenes del encantador John F. Kennedy; o Salvador Allende, derrocado y muerto por órdenes del menos guapo Richard Nixon, por medio de su diabólico Secretario de Estado, Henry Kissinger, cuyos méritos lo llevaron a ganar el Premio Nobel de la Paz…

Hay una regla de reciprocidad básica que aplica tanto entre individuos como entre naciones, y esa es la que afirma que “el que se lleva, se aguanta”.

Si resulta que los rusos le dieron machetazo al caballo de espadas, lo mejor que pueden hacer nuestros vecinitos del norte, es apechugar y tomarse tranquilos esa sopita de su propio chocolate.

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