La manita de puerco

La legislatura del estado de Texas acaba de pasar una ley que sanciona con penas de cárcel a los funcionarios...

5 de mayo, 2017

La legislatura del estado de Texas acaba de pasar una ley que sanciona con penas de cárcel a los funcionarios municipales que se rehúsen a colaborar con el gobierno federal en la persecución de indocumentados.

La noticia genera en mí un doble sentimiento:

Un sentimiento de avidez y cierto entusiasmo, porque tras mis apenas 50 años de andar en el mundo del Derecho, (¡qué viejo estoy!), sé exactamente lo que pueden hacer las “ciudades santuario” para contrarrestar la intentona xenófoba de Trump.

Y un sentimiento de frustración e impotencia por no poder participar directa y activamente en el combate a semejante ley.

“He who must not be named” (1) dijo en su célebre libro que “la inteligencia de las masas es diminuta, en tanto su capacidad de olvido es ilimitada”.

La nueva ley tejana se instala en sitio destacado junto con las famosas leyes de Jim Crow, y las leyes coloniales inglesas, incluyendo las del Apartheid en Sudáfrica; ¡y claro está!, con las leyes de Núremberg a las que todos los hipócritas se refieren, como si hubieran sido las únicas en su tiempo. (Que le pregunten a Martin Luther King, a Jesse Owens y a Muhammad Ali, lo bien que les iba a los negros famosos en Estados Unidos hasta los años 70).

Quienes tienen (o tenemos) algún conocimiento de las leyes y sus mecanismos de funcionamiento, estamos obligados a apoyar a los que se encuentran en la primera línea de esta batalla, de manera que la justicia prevalezca dentro de la práctica cotidiana en la que se desenvuelve esta pesadilla.

La imposición que pretende hacer el legislativo de Texas para coaccionar a los municipios (en su persecución que recuerda las purgas estalinistas o la persecución paranoica del Macartismo en Estados Unidos), puede combatirse mediante acciones de inconstitucionalidad.

Estas acciones de inconstitucionalidad se pusieron de moda en México desde la época de Carlos Salinas, ya que a pesar de estar contempladas en la constitución difunta de 1917, eran letra igualmente muerta sin aplicación alguna.

En Estados Unidos a diferencia de México, los jueces federales son autónomos, independientes y no son empleados al servicio del ejecutivo; y aunque el pueblo en general vive dormido en calidad de zombis, la división de poderes puede hacerse valer por alguien que se encuentre despierto y dispuesto.

¿Por qué es importante que los mexicanos nos ocupemos de acciones legales ante los tribunales federales de Estados Unidos?

Es importante, porque lo que ocurre en California, Nuevo México y Texas (Arizona, Nevada, Utah, Kansas, Colorado, Wyoming y Oklahoma), NO nos es ajeno por razones históricas, jurídicas, políticas, morales y humanas.

Es importante, porque en ello le va la vida a millones de compatriotas al otro lado de El río de los Regresos; compatriotas cuya contribución a la economía de México y en especial, al sostenimiento de nuestros hogares, es la más importante de todas, porque a diferencia de los recursos petroleros, las remesas no se las pueden clavar los parásitos políticos que tienen a México de su rehén.

Es importante, porque el gota a gota del Derecho, horada y termina venciendo a la más dura roca de la injusticia.

Es importante, porque el tráfico de armas jurídicas abre oportunidades de vida, a diferencia del comercio de armas de fuego para cuyo tránsito la frontera actual con Estados Unidos es tan flexible y llena de huecos.

Las “ciudades santuario” no son pequeños focos de resistencia ilegal a políticas legítimas de la Casa Blanca (no la de la Gaviota y el Ruiseñor); son municipios (counties por su nombre en inglés) que ejercitan su pleno derecho de autonomía municipal, y se oponen válidamente a las arbitrariedades emprendidas por el hombre de la intrincada peluca sin canas que hoy habita la Oficina Oral de Bill Clinton y Monica “Lengüisky”.

A la manita de puerco del vejestorio de la peluca sin canas, se debe responder, pero de a de veras, con todo el peso de la ley; y de la ley de Estados Unidos, de la constitución para abajo; porque no hay mejor cuña que la del propio palo, ni nada más sabroso que darle a los racistas una sopa de su propio chocolate.

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