LA MAGIA DE MI PAPÁ

Mi papá era un enigma entrañable. Nació en Chihuahua (“muy oportunamente”) el 31 de diciembre de 1910 a poco más de un mes de iniciada...

19 de junio, 2020

Mi papá era un enigma entrañable. 

Nació en Chihuahua  (“muy oportunamente”) el 31 de diciembre de 1910 a poco más de un mes de iniciada la  Revolución Mexicana.

Sigo disfrutando hasta hoy,  sus crónicas y anécdotas de infancia y juventud.

Me enternece la zozobra en la que transcurrió su niñez  acometido por la tormenta que azotaba a México.

Heredé de él, su amor por los juguetes que,  en su caso, le fueron pasados por sus hermanos mayores porque llegó  un momento en que no había la menor posibilidad de comprarlos nuevos.

Me hablaba con fascinación de las máquinas de vapor que lo asombraban y de un molde con el que fabricaba soldaditos de plomo que luego fusilaba durante sus juegos, repitiendo las escenas que le tocó presenciar muchas veces en sus primeros años de la Revolución. 

Mi padre asido a su niñez, mi padre nacido adulto y serio;  mi padre sediento de reírse y tierno en su firmeza siempre parapetado detrás de sus anteojos oscuros  muchos años antes que Jack Nicholson los usara a todas horas para sentirse “cool”.

Conservo a la fecha todos los juguetes que me fue regalando al paso de los años.

Verlos en las vitrinas de mi casa, es lo mismo que hojear un álbum lleno de recuerdos maravillosos.

Seguramente mi amor por Alemania nació de la manera en que mi padre se expresaba de esta  patria invencible a la que admiraba  y en la que tenía muchos colegas médicos y muy queridos amigos.

Casi todos mis juguetes son alemanes.

Un día cuando mi papá regresó de su consultorio, venia cargando un acordeón Hohner blanco, (fabricado en Alemania), que un buen día me alcanzó  hasta el internado militar  en Virginia, en claro presagio de que no regresaría yo pronto.

Enseguida del acordeón, llegó a mi casa el maestro alemán  que me enseñó a tocarlo interpretando las más famosas marchas militares, porque había servido en la Wehrmacht durante la Segunda Guerra Mundial.

Sin duda alguna, atesoro todos  esos  juguetes con los que mi papá  cosechaba mis sonrisas y mi asombro, como mi primera bicicleta que escondió en su consultorio y que me enamoró a primera vista con su tono verde metálico y sus ruedas blancas.

Pero nada se compara a los otros juguetes fabricados con sus propias manos.

Hoy que la telefonía celular ha convertido a todos en autómatas,  añoro el primer telefono móvil  hecho por mi papá.

Él, que ni de broma entraba a la cocina, una vez   me pidió que le llevara dos latas limpias y vacías  a las que solamente les faltara la tapa, pero que tuvieran el fondo todavía.

Me esperó  en la biblioteca de la casa sentado en su sillón favorito.  En cuanto  las tuvo en sus manos,  les hizo a las dos latas un pequeño orificio en el centro de cada tapa.

Luego sacó un hilo  un poco más grueso de lo normal,  y pasó un extremo a traves del orificio de una de las latas, y el otro extremo a traves del agujero de la otra.

Yo no imaginaba lo que estaba haciendo.

Dejando ver un gesto de divertida picardía, me invitó a salir con él al patio donde me dijo que detuviera una de las latas y caminara alejándome hasta que el hilo estuviera tenso.

Una vez ya dispuesto de esa forma,  me dijo que acercara mi oído a  la parte abierta de la lata sin dejar de tensar el hilo.

Cuando que vio que estaba listo,  escuché su voz como si estuviera junto a mí preguntándome si lo escuchaba…

¡No cabía yo de la sorpresa!

Recuerdo que se oía clarísimo y entonces me pidió que le dijera algo a traves de la lata, sin elevar demasiado la voz.

No recuerdo qué es lo que le dije, pero el caso es que me escuchó y me repitió lo que yo le había dicho.

Luego muy contento me dijo en son de triunfo: ¿Te gusta tu telefono?

Me la pasé padrísimo hablando por teléfono con mis hermanas y con mi nana y con quien pudiera yo convencer de hablar conmigo.

En otra ocasión  vio que estaba yo jugando con mis soldados (alemanes) y sacó el pañuelo de su bolsa al tiempo que  me pedía que le llevara unas tijeras y la madeja de hilo que había utilizado para fabricar mi teléfono “celular”.

Cortó cuatro trozos de hilo de igual tamaño  y los amarró a cada una de las cuatro esquinas de su pañuelo. Acto seguido sujetó  con los extremos de los hilos a uno de mis soldados  y tomó el pañuelo por el centro,  dejando que el soldadito  colgara. De pronto lanzó  al soldadito  hacia el patio desde el piso alto de la casa. No olvido mi sorpresa al ver que mi soldado descendía lentamente  con su paracaídas hasta   llegar al suelo “sano y salvo”.

Pasé muchos ratos  lanzando a mi soldadito con su paracaídas y recogiéndolo en el patio para volverlo a lanzar,  subiendo y bajando incansablemente mientras mi nana Jobita disfrutaba viéndome. 

La siguiente proeza fue verdaderamente espectacular y aparentemente sencillísima.

Un día subí  con mi papá a la azotea  llevando dos palos de escoba y un rollo de alambre de acero (sin forro) que compramos en la  ferretería. No recuerdo cómo sujetó ambos “postes”  de manera que quedaran verticales y firmes sobre el piso. Luego amarró un extremo del alambre a uno de los  postes y extendió cable hasta el otro extremo de la azotea donde estaba el otro poste al que amarró el alambre que quedó tenso de un extremo al otro de la azotea. Finalmente amarró otro extremo del rollo de alambre  y lo lanzó hacia abajo frente  a la fachada de la casa.

Luego bajamos a la sala donde abrió la ventana y tomó el cable llevándolo hacia donde estaba el tocadiscos RCA Víctor que  revive frente a mis ojos con tan solo recordarlo mientras estoy escribiendo estas líneas. Acto seguido lo conectó al viejo radio de onda corta (yo no tenía idea de lo que eso significaba) y encendió el aparato.

Dejando escapar a su niño interno,  comenzó a girar una de las perillas mientras el selector iluminado pasaba entre  los números impresos bajo la cubierta de vidrio color ámbar, y comenzaron a escucharse  canciones en francés,  noticias en inglés,  anuncios en alemán y palabras en idiomas desconocidos… Conforme seguía girando la perilla,  me decía que estábamos en Rusia, en Alemania, en Francia, en Egipto,  en Japón… 

Y todo con tan sólo un rollo de alambre y dos palos de escoba.

Por supuesto que me encantaban y sigo disfrutando mis carritos  Corgi Toys, Marklin, Schuco, Tekno,  Solido,  Lesney, Mammoth,  Gunther, Hauser, Lineol, Elastolin  y demás  joyas. Cada carrito, cada soldado,  mi Meccano,  mis veleros,  todos mis maravillosos juguetes son páginas de un álbum fantástico.

Lo mismo ocurre con mis dos primeros osos de peluche que todavía estan en mi casa de México esperándome a que vuelva.

Cada uno me transporta a un día feliz,  a un momento especial; revive un gesto de su cariño,  una anécdota,  una emoción única.

Pero nada se compara  con mi primer “telefono móvil”,  con mi paracaídas   de pañuelo blanco que planeaba sin peligro y mis dos palos de escoba que con un simple alambre me llevaron a viajes increíbles.

Esos tres prodigios que sigo disfrutando, conservan el calor de mi corazón,  alimentado  por la magia de mi papá.

Feliz día del Padre,  jefe.

Espero que te haya dado gusto y te hayas reído viéndome escribir estas líneas en este pequeñísimo  pueblito de Alemania; de esta Alemania que tú,  mi mamá y mis abuelitos me dispusieron a amar.

Muchas gracias.

Pecos 

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Stahringen am Bodensee

Baden Wurttemberg,  Alemania

Día  del Padre de 2020

Dedicado a todos los padres que aman a sus hijos

 

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