¿Hacia dónde voltear?

Hasta hace poco, estábamos acostumbrados a ver las noticias sobre epidemias como algo ajeno, algo que solamente sucedía a millones de desconocidos en sitios distantes,...

1 de abril, 2020

Hasta hace poco, estábamos acostumbrados a ver las noticias sobre epidemias  como algo ajeno, algo que solamente sucedía a millones de desconocidos en sitios distantes,  a los homosexuales, o a los “negros”, pero NUNCA a “nosotros”. Nuestra sociedad inhumana se había acostumbrado a vivir en la indiferencia ante el sufrimiento y las vicisitudes de “los demás”. ¿Los  demás?

Las desgracias que aquejan a millones de seres  humanos, desaparecen de nuestra vista y de nuestra  consciencia, con tan solo cambiar de canal al televisor. Cuando el ahora famoso coronavirus  hizo su debut en China, la reacción del resto del mundo fue tardía, en buena medida como resultado de la indiferencia.

Desde que los humanos  usurpamos el sitio de Dios, embriagados por los (según nosotros) “espectaculares avances de la ciencia”  hemos pretendido que la muerte no existe o en todo caso que la muerte es algo que le sucede a otros; algo en lo que no es necesario pensar;  como si esta vida fuera inagotable, como si verdaderamente fuéramos “dioses”. Pero ahora resulta que un microorganismo invisible está llamando a nuestras puertas y poniéndonos de frente a nuestra fragilidad.

Un triste  virus es suficiente para que la multimillonaria industria de la especulación bursátil se colapse;  para que el becerro de oro que se venera en Wall Street se derrumbe sin remedio; para que el PIB de todas las economías se desplome, y nos veamos obligados a replantearnos nuestra razón de ser y el propósito real de nuestra vida.

Contra  el Covid-19 no sirven los títulos nobiliarios ni el fuero o la inmunidad diplomática; no hay escoltas eficaces ni blindajes suficientes. El virus que nos iguala a todos  puede alojarse lo mismo en el organismo de los supermillonarios que en el de los mendigos.

No deja de llamarme la atención la otra epidemia que asuela a México desde hace ya muchos años; la epidemia que se cobra un promedio anual de mil muertes diarias sin posibilidad de vacunas ni remedios. Ante esta epidemia nacional, sin embargo,  nos hemos inmunizado con la vacuna de la trivialización y la rutina. 

El coronavirus no parece llamado a cobrar la cantidad de vidas que siega la violencia incontrolable que se ha enseñoreado de México; sin embargo, los números macabros ya no espantan a nadie, o casi a nadie. PERO el bichito de súbita fama mundial  ya no está lejos y no nos es ajeno.

En algún momento esta tempestad tendrá que amainar;   entonces tendremos que hacer un examen de conciencia en serio;  tendremos que darnos cuenta que no es posible ni sería sensato pretender aferrarnos al tipo de vida que hasta ahora  hemos llevado.

Por un lado decimos horrorizarnos ante las atrocidades cometidas por los nazis contra los judíos de Europa,  pero por el otro, hemos legalizado el genocidio de los no nacidos, elevándolo sobre el pedestal mentiroso que proclama el aborto  como una conquista igualitaria de las mujeres. ¿Qué diferencia existe entre el asesinato de seres humanos en estado de gestación, y el asesinato de seres humanos pertenecientes a un grupo étnico determinado?

¡Ninguna!

Estamos en plena Cuaresma, y como católico pienso en el clamor de la turba que exigía la liberación de Barrabás y la crucifixión de Jesucristo. Hoy seguimos prefiriendo al Barrabás de nuestra autocomplacencia que al Cristo que por su amor infinito vino a dar la vida por todos y cada uno de nosotros.

No creo que la ahora pandemia del Covid 19 sea un castigo divino. Creo que cosechamos lo que sembramos y gracias a la infinita  paciencia y Misericordia de Dios, hasta nos salen baratas las atrocidades. Creo que nuestra arrogancia ciega hace que en el pecado  llevemos la penitencia.

Cuando pasemos esta crisis mundial, habrá un recuento de fatalidades que NO deben diluirse  de nuevo en la estadística de la indiferencia. Ninguna importancia tiene recuperar el PIB y los indicadores bursátiles si no despertamos de nuestro marasmo.

Para desenmascarar la falacia del paraíso financiero,  basta recordar que el 95% del dinero no circula en billetes, sino en sistemas cibernéticos virtuales. Los lingotes de oro, los billetes, las acciones y los bonos no calman la sed, no sacian el hambre y no nutren.

Las “mentes liberadas”,  los “intelectuales”, los “científicos”  se burlan de los creyentes y de los símbolos de la fe, diciendo que si rezar sirviera de algo,  la pandemia se habría detenido con las primeras oraciones. Confunden imágenes religiosas con amuletos  como ya hemos visto, y aseguran que la creencia en Dios es cosa de supersticiosos y de ignorantes.

A partir del momento en que nuestros hermanos comenzaron a sufrir a causa de ese virus, ¡comenzaron a darse muchísimos milagros! Conste que  no es lo mismo un milagro que un truco de magia. Milagroso es el amor florecido en medio de la tragedia; el amor que ha llevado a ya muchos médicos y enfermeras a enfermarse y morir dando la vida por ayudar a otros.

Milagroso es que  el Ejército Ruso haya cruzado Austria para darle la mano a Italia en su hora de dolor y miedo. Milagroso es que tanta gente busque la forma de ayudar, de rezar, de dar consuelo a quienes lo necesitan.

En esta cuaresma hemos recibido la oportunidad de unir nuestro sufrimiento al sufrimiento de Jesucristo que dijo claramente que no hay amor más grande que el de quien da la vida por sus amigos.

Por supuesto que mi deseo sincero es que esta pesadilla pase, PERO que deje huella. Que deje huella en nuestros corazones;  que no sobreviva la indiferencia; que no volvamos a someternos a la esclavitud de los espejismos de riquezas y bienes efímeros disfrazados de eternidad.

Ojalá tomemos plena  consciencia de que nuestro  paso por la tierra, es una hermosa etapa  en nuestro camino al lado de Dios hacia la eternidad. 

Nuestra  mente tiene muchísimas  limitaciones y nuestra ciencia es precaria, PERO nuestra capacidad de amar no tiene  límite alguno. Podemos amar infinitamente tan luego como decidamos amar de ese modo.

Escribo estas líneas reconociendo que comparto el miedo de  muchísimos hermanos nuestros, pero es mayor mi esperanza en la llegada de un mundo nuevo.

¿Hacia dónde podemos voltear?

 Acallemos el ruido que  nos aturde y permitámonos la oportunidad de volver nuestra mirada a Dios que nos ama invariablemente.

Abramos nuestro corazón  a quienes andan a nuestro lado por este mismo camino.

  Así llegaremos a nuestro destino,  y llegaremos juntos.

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