EN EL LUGAR DE HONOR

Esta semana se cumplen 153 años del fusilamiento de tres patriotas mexicanos: El General Tomas Mejía, el General Miguel Miramón y Maximiliano de México. El...

17 de junio, 2020

Esta semana se cumplen 153 años del fusilamiento de tres  patriotas mexicanos: El   General Tomas Mejía, el   General Miguel Miramón y Maximiliano de México.

El aniversario de la ejecución ORDENADA AL SANTÓN  BENITO JUÁREZ DESDE LAS LOGIAS MASÓNICAS DE ESTADOS UNIDOS (que lo patrocinaban y dirigían), me hace imperativo destacar algunos aspectos históricos que  el “benemérito” Andrés López Obrador ignora.

Los tres fusilados del Cerro de las Campanas,  no murieron como “conservadores”;  murieron como MEXICANOS, incluyendo a Maximiliano que abrazó y se abrasó con el fuego de su corazón entregándose por completo a nuestra patria.

El General Tomás Mejía  participó  heroicamente en defensa de México combatiendo la agresión de Estados Unidos en nuestra  contra, y se distinguió muy especialmente durante la batalla de La Angostura en Coahuila (del 22 al23 de febrero de 1847), cuando los Irlandeses del Batallón de San Patricio se hermanaron con nosotros convirtiéndose en hijos de México.

Es de justicia mencionar que durante la defensa de México, antes que los gringos abrieran el segundo frente de operaciones con la captura de Veracruz, al mando del General Winfield Scott,  el General Antonio López de Santa Anna hipotecó su hacienda de El Lencero y la de Manga de Clavo, para sufragar los gastos de nuestro  ejército.  (1) 

El General Tomás Mejía (curiosamente) les perdonó la vida  al General Mariano Escobedo y al General Jerónimo Treviño  después de derrotarlos y capturarlos  en la batalla de Río Verde, San Luis Potosí en enero de 1861.

El General Mejía era un patriota mexicano del Partido Conservador, y  no era un fifí ni un cobarde como lo puso de manifiesto defendiendo a nuestra patria contra los gringos.

En aquella época de México en todos los bandos prevalecía un nivel de dignidad y pundonor que hoy no existe en la llamada clase política.

En el siglo XIX mexicano, los conservadores no se convertían en liberales y los liberales no se pasaban a los conservadores como hoy ocurre en el Congreso de la Unión donde MORENA maniobra para burlar la ley e impedir que el PRI presida la mesa directiva y salirse con el capricho de que la  presida el P.T.

Dudo mucho que los “liberales” de MORENA supieran conducirse frente a un pelotón de fusilamiento con la misma gallardía y valor que aquellos tres asesinados del Cerro de las Campanas.

Es más probable que enfrentados con la muerte, viendo de frente las bocas de los fusiles, se pondrían a llorar como lo hizo Francisco Villa en 1912,  cuando suplicó y rogó que no lo mataran. 

El General Miguel Miramón tambien se elevó a la condición de héroe  defendiendo a nuestra patria contra la invasión  norteamericana, participando en la batalla de Molino del Rey, durante la cual, el dizque  “benemérito de la patria” Juan N. Alvarez permaneció  inmóvil a pocos kilómetros de distancia en la Hacienda  de los Morales,   al mando de 5000 soldados a caballo,  cuando si se hubiera incorporado a la refriega, habría puesto punto final a la agresión de los Estados Unidos.

 

Miguel Miramón se encuentra entre los hijos de nuestra patria que alcanzaron la inmortalidad en las alturas de Chapultepec el 13 de septiembre de 1847, junto con los Niños Héroes  que los verdaderos vendepatrias han querido borrar calificando  su episodio como leyenda y mito.

El 2 de febrero de 1859, Miramón  se convirtió en el presidente más joven que ha tenido México.

Por su nobleza y generosidad como militar, llegó a ser conocido como “el caballero de los infortunios”,  porque jamás recurrió  a la traición ni al engaño para ganar una batalla.

Fernando Maximiliano de Habsburgo  abrazó nuestra nacionalidad con sincero amor por México.

Vino a México con estricto apego a las normas del Derecho de Gentes que regía entonces, y que frecuentemente  veía  cómo príncipes de casas nobles extranjeras,  iban a prestar su servicio como gobernantes a países distintos del de su cuna.

Maximiliano no fue a México acicateado por ambición de riquezas; fue a México atendiendo de buena fe  el llamado del pueblo mexicano representado por la comisión de compatriotas que le expusieron la situación nacional y nuestra vulnerabilidad ante las ambiciones insaciables de Estados Unidos.

Cuando  Napoleón III de Francia le pidió que le cediera Sonora, Maximiliano se negó rotundamente porque era un patriota mexicano por decisión propia y sincera.

Si no hubiera amado a México más que a su vida, bastaría con que se hubiera ido de regreso a Europa, en vez de presentar batalla en Querétaro  hasta rendir la plaza entregando su espada al general Mariano Escobedo.

El último día de la vida de Maximiliano de México amerita compartirse aquí, en el 153 aniversario de su inmolación.

Antes del amanecer, Maximiliano asistió a Misa en compañía de los generales Mejía y Miramón. 

Con la primera luz del día, se dirigieron al Cerro de las Campanas, donde Maximiliano obsequió moneditas de oro a los integrantes del pelotón que habría de fusilarlos.

Esas monedas fueron dadas por él como arras en señal de perdón por la injusticia que se iba a cometer con ellos.

El encargado de comandar la ejecución había situado a Maximiliano al centro, flanqueado por sus dos generales.

De pronto, Maximiliano volteó la vista hacia el General Miramón y pasándolo al centro, le dijo en voz alta: “Señor General, los valientes ocupan el lugar de honor”.

Ya ocupando su sitio entre el General Mejía y Maximiliano, el General Miramón  dirigió las siguientes palabras al pelotón de fusilamiento y a los presentes:

“Mexicanos, en el Consejo de Guerra quisieron salvar mi vida y aquí a punto de perderla; protesto contra la acusación de traición que se ha querido arrojarme. Muero inocente de este crimen y perdono a sus autores, esperando que Dios me perdone. Que aparten de mis hijos esta mancha fea de mi nombre, haciéndome justicia. ¡Viva México!”.

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 Jose María Roa Bárcena  en su magnífica obra histórica titulada “Recuerdos de la invasión norteamericana”, narra lo siguiente:

“El nuevo Ejército del Norte se componía de 19 650 elementos, contando 13 272 de infantería, 5860 de caballería y 518 de artillería, además de 40 piezas de artillería de diversos calibres.

 El presupuesto mensual de gastos ascendía a 348 789 pesos.  En un principio, Santa Anna solventó los gastos del ejército con fondos personales, allegados principalmente por la obtención de setenta barras de plata a cambio de la hipoteca de sus propiedades. La escasez de armas para la tropa era muy evidente por no haber ya disponibles por la región donde se hallaba el ejército. Mientras se disponía la fortificación de San Luis como base del Ejército del Norte, los invasores se daban a la tarea de establecer sus propias posiciones defensivas y sujetar el terreno que ocupaban.”

Yo tuve conocimiento por boca de mi abuelo, Don José Domínguez Soberón,  de lo que hizo el General Santa Anna para pagar de su propia bolsa esa parte de los gastos para sostener a nuestro Ejército Nacional en la defensa de México. 

Dedico este artículo a mi querida amiga Mónica Pezet,  gran dama mexicana,  patriota y justa admiradora de Maximiliano de Habsburgo, hijo  de México.

México: Una sola patria; una misma fe; una sola hermandad de sangre en el amor común.

¡Viva Cristo Rey!

Días vendrán. 

 

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