El sencillo misterio del amor

Comienzo a escribir estas líneas, mientras por la ventana se ve el lago de Constanza convertirse en niebla que acaricia los tejados cercanos a la...

25 de diciembre, 2019

Comienzo a escribir estas líneas, mientras por la ventana se ve el lago de Constanza convertirse en niebla que acaricia los tejados cercanos a la biblioteca de este pueblo al suroeste de Alemania.

(Por cierto que hoy a medio día, mientras venía sobre mi bicicleta, los Alpes nevados semejaban al Popocatépetl y al Iztaccihuatl, como si fuera yo descendiendo de Taxco a Puente de Ixtla).

El aroma de las castañas asadas, me hace evocar las navidades de mi lejana infancia que no termina dentro de mí; y arrulla mi imaginación el canto de las posadas, perfumadas con el aroma del ponche que hacía mi nana Concha.

El paisaje invernal se transforma en mi recuerdo, hasta ser dominado por el follaje del tejocote que presidia majestuoso el centro del jardín en la casa de campo de mis abuelitos, por los entonces lejanísimos confines de Calzada de Tlalpan y Taxqueña.

Las campanas de la parroquia de Nuestra Señora de Radolfzell, resuenan con la voz de San Diego de Churubusco, y el tren que une Radolfzell con Stockach semeja el tranvía que hasta hace no mucho tiempo, llegaba hasta  Xochimilco.

Hoy quiero agradecer que mis padres nos inculcaron el espíritu de la Navidad, que no es otra cosa sino el advenimiento de Jesucristo, Dios y hombre verdadero, para salvar a todos y cada uno de nosotros.

La Navidad culmina y cumple la promesa del Padre, transmitida a nuestros hermanos mayores de Israel a través de los profetas.

Es tiempo de recapacitar y dar las gracias por la inmensa bendición del amor de Dios encarnado en su único hijo.

Recuerdo con gratitud  haber podido asistir varias veces a la maravillosa misa de gallo en Tepoztlan, celebrada en el atrio exterior de Nuestra Señora de la Natividad.

Para esa misa tan especial, acuden jovencitas vestidas como la Virgen María, cabalgando burritos, acompañadas de chicos vestidos como San José, rodeados de cientos de feligreses que portan antorchas y faroles, mientras diversas bandas tocan música navideña y el aire se llena del eco de cohetones inseparables de las fiestas populares.

Recuerdo las posadas tradicionales que se celebraban en  “Vanguardias”, bajo la dirección del padre jesuita Don  Benjamín Pérez del Valle, cuyo apostolado marcó toda una época de la Colonia Roma a mediados del siglo XX.

Conforme se acerca la Noche Buena y la Navidad, revivo los momentos entrañables con mis hermanas (Malu, Coca, Silvia y Luly), al hacerlo, escucho sus risas, y el sonido de los discos navideños de Bing Crosby y los villancicos típicos mexicanos que nos encantaba escuchar una y otra vez.

Hoy quiero compartir con usted la alegría inseparable del verdadero espíritu de la Navidad; un sentido que nada tiene que ver con la compra compulsiva de regalos que no hacen falta,  sino simple y sencillamente con el amor de Dios que se hizo uno de nosotros para redimirnos.

No hay amor más grande que el de aquel que da la vida por los suyos.

Creo que esta temporada del año nos da la oportunidad de sustraernos al frenesí que impone la vida cotidiana, y regalarnos momentos de calma, para darnos cuenta de las innumerables bendiciones que recibimos a cada instante.

El milagro inapreciado de abrir los ojos por la mañana, y poder ver; inhalar y exhalar, percibir los sabores, saciar la sed, sentir amor, descansar y jugar,  abrazar a quienes queremos, escuchar y ser escuchados, dar y recibir consuelo, trabajar y tener amigos, el cobijo de un hogar y la belleza de los paisajes…

¡Hay tantas cosas que damos por hecho pero que no son ordinarias; tantos prodigios que nos pasan desapercibidos!

Celebremos la sencillez majestuosa de Dios; Dios que vino a servir y no a ser servido; el que no tenía un sitio para reposar la cabeza; el Rey de reyes que nació en un humilde pesebre, abrigado por el aliento de una vaca y un burro; acunado en los brazos de Nuestra Madre, la Virgen María, bajo el cuidado paternal de San José.

Celebremos el sencillo misterio del amor.

Me da gusto poder compartir estos recuerdos y pensamientos con usted; agradezco que los lea, aprovecho para desearle a usted y a todos los suyos, la dicha propia de esta temporada navideña, y que esa felicidad se extienda a todos los días del 2020 que además de bisiesto, es un bonito número.

¡Feliz Navidad!

“Frohe Weihnachten!

Radolfzell am Bodensee

Baden Wurttemberg, Churubusco

Navidad de 2019

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