Caminos de santidad

Acabo de ver en video, la audiencia durante la cual, el cardenal George Pell, de la Iglesia Católica, fue condenado a seis años de prisión...

3 de enero, 2020

Acabo de ver en video, la audiencia durante la cual, el cardenal George Pell, de la Iglesia Católica, fue condenado a seis años de prisión por delitos sexuales cometidos en agravio de dos menores de edad.

Como abogado que soy, me llamó la atención la forma como se condujo el juez para con el sentenciado.

No lo increpó, ni lo humilló como bien podría haberlo hecho.

No emitió ninguna opinión personal ni se cebó en el sacerdote caído.

Le habló con respeto (el mismo respeto que se le debe a todo ser humano).

El caso del cardenal Pell, me lleva a hacer los siguientes comentarios:

Por tratarse de un cardenal, han sobrado voces que generalizan la conducta del padre Pell,  para desacreditar a toda la Iglesia Católica describiéndola como una madriguera de fariseos y pervertidos atrincherados en el Vaticano y en todas las sacristías del mundo.

No deja de ser irónico contemplar el episodio desde la perspectiva de la famosa “ideología de género” y de la “liberación sexual”.

Para ese lobby activísimo, el cardenal Pell debería ser visto como un precursor; como todo un pionero de la “estimulación temprana” que hoy se asoma en los jardines de infancia, impulsando programas “educativos” de promoción de la homosexualidad masculina y femenina como una panacea, así como del genocidio de no nacidos, la pornografía y todos sus derivados.

El tratamiento dado al ciudadano Pell por el juez australiano, honra al poder judicial de ese país, porque no aprovechó la ocasión para ganar notoriedad sino que fue una muestra de imparcialidad y firmeza sin venganzas propagandísticas.

Qué bueno sería que en México tuviéramos jueces, magistrados y ministros capaces de conducirse con la dignidad humana con que lo ha hecho el juez australiano.

Los delitos por los que el cardenal Pell ha sido condenado a prisión,  presentan a los enemigos de la Iglesia Católica, con un verdadero “bocato di cardinale”, que les permite lanzar piedras sin necesidad de estar limpios incluso, de los mismos pecados.

Para mí, como católico que soy,  lo sucedido en Australia, me permite invitarle a usted, a considerar lo siguiente:

¿Qué puede hacer George Pell ahora que las consecuencias de sus actos lo han alcanzado y puesto a la vista de todo el mundo como un monstruo pervertidor?

El juez cuya sentencia tomó más de una hora en ser leída al condenado, tuvo en cuenta las duras condiciones y las muchas dificultades que el sentenciado habrá de encontrar en la prisión a la que ha sido confinado.

Es práctica común en las prisiones, que los internos le den un “tratamiento especial”  a los violadores (a los que suelen pagarles con la misma moneda), y a los abusadores de niños y adolescentes.

¿Puede caerse más bajo que lo que ha caído el cardenal Pell?

No lo sé.

Lo que sí sé,  es que George Pell tiene una maravillosa oportunidad de rescatar su vocación religiosa y aceptar su prisión como medio de reparar sus faltas y hacer apostolado entre sus compañeros de cárcel entre los cuales, sin duda, debe haber violadores y pervertidores de menores.

Un hombre de su preparación académica y de la experiencia propia de su avanzada edad,  puede revertir su adversidad, y junto con ella, ayudar a sus compañeros de prisión a encontrar a Dios, predicándoles con el ejemplo de un arrepentimiento sincero.

Entre la muchedumbre ansiosa que puebla las famosas redes sociales, seguramente se alzan clamores exigiendo que se crucifique al cardenal.

Ya sabemos que los más vociferantes acusadores, los más implacables verdugos, suelen ser los que tienen más cuentas pendientes por pagar; los que condenan la paja en el ojo ajeno, mientras esconden la viga en sus propios ojos.

El episodio del cardenal Pell me recuerda a la mujer adúltera a la que nuestro Señor Jesucristo salvó de morir apedreada por la turba vociferante.

Bastó que Jesús dijera que el que estuviera limpio de pecado, le lanzara la primera piedra, para que el griterío se apagara.

Acto seguido, Jesús le preguntó a la pobre mujer: ¿Dónde están tus acusadores?

Se habían quedado solos, y entonces le dijo: Vete y no peques más.

Quienes nos decimos católicos, tenemos una maravillosa oportunidad para unir nuestras oraciones pidiendo que el cardenal Pell reencuentre el camino de su vocación original, y predique con su ejemplo entre los presos que hoy son sus compañeros de castigo.

Recuerdo las invaluables enseñanzas de mi madre cuando decía que si Judas Iscariote además de haberse arrepentido y devuelto las treinta monedas de plata que le pagaron los fariseos por entregarles a Jesucristo, hubiera ido ante el Maestro a pedirle perdón, como lo hizo Pedro, Judas habría sido uno de los primeros y más grandes santos de la Iglesia Católica.

Si rezamos para que George Pell se abra al Espíritu Santo y transforme su actual situación en una oportunidad para evangelizar desde su verdadera contrición, no sería remoto que andando el tiempo, muchos años después de su muerte, sea canonizado y reconocido como un santo.

Un santo no es el que nunca ha pecado, sino el que no se da por vencido y persiste en encontrar el camino hacia Dios.

Hay grandes santos de la Iglesia Católica que fueron ejemplos de promiscuidad, de violencia y deshonestidad; entre otros, tenemos a San Agustín, a San Ignacio de Loyola, a San Pablo y a San Dimas.

Si el padre Pell escoge ese camino, podría aliviar el sufrimiento de los jovencitos de quienes abusó sexualmente, porque con el ejemplo de su vida en prisión, les abriría la esperanza y fortalecería o recuperaría la fe que pueden haber perdido por su causa.

Quienes nos declaramos católicos, tenemos la gran oportunidad de hacer un sincero examen de conciencia, y unirnos en oración por todos nuestros hermanos; especialmente por las víctimas de abuso sexual, por los niños y jóvenes a quienes hoy se agrede con la perversión cosmetizada de la ideología de género y demás mentiras disfrazadas de verdades encomiables.

El juez que sentenció a George Pell nos ha dado un ejemplo de la forma como debemos conducirnos ante casos como este.

El juez no juzgó artificiosamente, ni con falsa indignación; aplicó la ley con humanidad.

Fue compasivo pero firme; fue duro, pero no cruel; no hizo leña del árbol caído.

No nos unamos al banquete cuyo platillo principal sea “bocato di cardinale”;  mejor aprovechemos la ocasión para hacer también un examen de conciencia, y desde luego, pidamos por los jóvenes y niños que han tenido la desgracia de sufrir la agresión que les ha arrebatado la inocencia y posiblemente la fe.

No hay condena de prisión ni ninguna otra que les pueda devolver lo que les ha sido arrebatado; pero unidos en la oración,  podemos estar  al lado de esas almas lastimadas, para que encuentren también alivio en el amor de Dios, a través del amor que nos une en Él,  con todos ellos.

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