Sobre la modernidad

La vida es el lugar donde las cosas ocurren. Sólo en este escenario, en el que los elementos confluyen, todo puede ocurrir y ocurre. Tal...

14 de agosto, 2015

La vida es el lugar donde las cosas ocurren. Sólo en este escenario, en el que los elementos confluyen, todo puede ocurrir y ocurre. Tal sucesión de hechos nos afectan directa o indirectamente desde diversas perspectivas.

Tales perspectivas generan las percepciones necesarias –siempre distintas— que hacen del ser humano un eterno moderno, y un inevitable, hombre antiguo.

Y la modernidad inicia con otro personaje fundamental para el desarrollo social del ser humano: el lenguaje. Sin lenguaje (aquí me refiero a lenguaje como idioma) no seriamos capaces de generar las rupturas necesarias que nacen con las preguntas generadas por los cuestionamientos que se logran en nuestro cerebro una vez abrimos los ojos al mundo.

Las preguntas son el cincel que fractura la roca donde se localiza el diamante de lo nuevo, la modernidad.

Resulta que al generarse infinidad de preguntas al interior del ser humano, y éstas, al ser expresadas, rompen tal modernidad en una serie de infinitas modernidades: a cada respuesta, corresponde una nueva ruptura: modernidad como pieza fragmentada en infinitas partes.

Siendo de esta manera es como formamos las sociedades y cimentamos nuestra individualidad. Pero el ser fragmentariamente moderno implica entonces ser un eterno antiguo.

Al término de la escritura de esta última palabra fui lo que ya no soy ahora: otra palabra me alcanza para de inmediato seguir a la otra que se eslabona en otra dando como resultado una serie de oraciones que se comunican entre sí, pero que no tienen un final establecido; es decir, en la medida en la que escribo voy rompiendo la piedra de lo establecido, para volverme un moderno y a la misma vez, un antiguo: el tiempo que tardo en escribir otra palabra, me hace perder mi modernidad.

La inercia del movimiento nos hace ser siempre hombres que buscan ir hacia adelante. Es imposible ralentizarnos desde el punto de vista funcional y natural de las cosas como las vemos y las vivimos en la actualidad (para no entrar en materia de la física y física cuántica). Así, las rupturas —la modernidad—, son inherentes a nuestra naturaleza evolutiva. Sin este avance o esta inercia natural de las cosas, seríamos nada (ni siquiera potencialidad).

Y en nuestra etapa humana es imposible ser nada desde un punto de vista físico. Por fuerza tendemos a fracturar, romper, desviarnos, del camino establecido por otros que a la misma vez, fueron igual o más modernos que nosotros.

Sin tal necesidad natural de ser modernos, no habría, en un sentido práctico y visible, arte, por ejemplo o, literatura, al menos no de alta calidad, al menos no representativa o reveladora para fines históricos y de formación evolutiva.

Dado este razonamiento: sí, todos los hombres de todas las épocas pasadas y las que vengan, son modernos, serán modernos y antiguos a la misma vez.

Conviene entonces no preocuparnos, por ejemplo, en lo que respecta al arte, con ser modernos o incluso, “rebanándose los sesos” por ver qué cosas crear para ser “postmodernos” (muchas expresiones “artísticas” actuales han caído en ese error), sino basta con seguir preguntándonos sobre el funcionamiento interior y colectivo de nuestras sociedades, que a partir de ello, vendrán las inevitables respuestas que seguirán contribuyendo a nuestra inherente modernidad, y con ello, a la creación de nuevas expresiones artísticas de valía.

No sobra decir que todo rompimiento con lo establecido es en sí mismo una crítica y por ende, un acto moderno.

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