La crítica es un elemento fundamental para el crecimiento individual; sin embargo, si hablamos de sociedades es mucho más significativa porque sirve como una especie de filtro que ayuda a desnudar las propuestas, los actos o las ideas de los gobernantes.
La crítica es la luz que nos va alumbrando y al ejercerla evitamos que ésta se apague. En este sentido, desdeñar el análisis crítico, es ir a ciegas por los caminos que como sociedad transitamos.
Se entiende el hartazgo y enojo que ha producido en millones de mexicanos las malas administraciones de los gobiernos que hemos tenido en los últimos años. Gobiernos que han permitido el crecimiento de la violencia, la corrupción e impunidad; cómplices de la indolencia que, así como se muestra el crimen organizado de cara a sus víctimas, muchos funcionarios y políticos, la exhiben a la hora de “intentar” resolver una desaparición, homicidio u otro acto delictivo de alto impacto.
El desdén, que por años ha mostrado parte de la clase política, ciertos gobiernos, a las víctimas, al compromiso de hacer cumplir la ley y procurar justica, los alejó de la gente que, entre tanto, fue en busca de otra alternativa para sanar las heridas que no cierran.
En este sentido, Andrés Manuel López Obrador, quien identificó el origen del dolor de los mexicanos, actúo en consecuencia y anunció una serie de soluciones, de cambios que hicieron sentido en millones de personas. Tal cercanía lo llevó a ser el próximo presidente de México.
Sin embargo, como sociedad, no podemos perder el sentido crítico: por más que las propuestas de Andrés Manuel López Obrador tengan una percepción humana y empática de cara al “pueblo” y se cree la sensación de un camino libre de espinas, será necesario ser precavidos, escépticos —no creer por creer—. Alejarse un poco de la emotividad que provocan las iniciativas anunciadas que pretenden hacer de México otro país, para dimensionarlas con mayor precisión.
Todos queremos un mejor México, pero no olvidemos que buscar soluciones simples a problemas complejos, trae como consecuencia más problemas porque se dejan de tomar en cuenta elementos de importancia que son parte o gravitan alrededor de una situación determinada y que resultan vitales para resolver los temas.
Las complejidades no atendidas —que quedan en las sombras por el entusiasmo pasional— en temas como el de la corrupción o el crimen organizado, causarán resultados negativos.
Por ejemplo, López Obrador habla de controlar el problema de la violencia e inseguridad a través de procurar el crecimiento económico, la creación de empleos, la atención de los jóvenes; nos dice que si hay bienestar estaremos más cerca de la salvación; sin embargo, estos tópicos abarcan muchísimos subtemas que parecieran quedarse al margen de la problemática, como son los intereses individuales de cada persona, los factores sociológicos y psicológicos que los constituyen, los acontecimientos internacionales que afectan directa o indirectamente al país.
En este sentido, hay que poner especial atención a las soluciones fáciles o prácticas que pretenden abarcarlo todo —sin tomar en cuenta los matices—, porque éstas esconden las dificultades que, a final de cuentas, terminarán por ser ineficaces o quedarán imposibilitadas para llevarse a cabo.
Tomemos en cuenta que los gobiernos buscan eficacia y legitimidad. La eficacia es la rapidez con la que se resuelve un problema, pero la legitimidad se consigue con el tiempo, una vez que nos damos cuenta de que el resultado de la reparación remedió la complejidad.
Si Andrés Manuel López Obrador no logra su legitimación en la primera etapa —los primeros 3 años— de su gobierno, irá cayendo, poco a poco, en el descrédito de los gobiernos anteriores, aunque quizá el daño sea peor, ya que ésta es la última opción democrática que se le dejó a la gente.
Es cierto, escuchar que todos tendremos empleos, que no habrá impunidad, que es innecesario gastar millones de pesos en un aeropuerto nuevo, alimenta la esperanza y la fe de la gente porque entienden esto como señales que confirman el cambio, que las cosas se están haciendo de otra manera, que por fin se están alejando de los fantasmas de los gobiernos anteriores.
Sin embargo, por más que nos deslumbre ideológicamente el próximo gobierno, debemos tomar cierta distancia para conseguir mejores análisis.
Ser crítico no significa estar en contra de Andrés Manuel o de las ideas que representa —el diagnóstico que ha hecho es correcto; las dudas surgen con respecto a las soluciones que ha anunciado para resolver las diversas problemáticas del país—, por el contrario, es una forma de contribuir al saneamiento que como sociedad necesitamos.
No olvido las palabras que escribió Katie Kitamura en su novela Una separación: “es difícil convencer a alguien de que necesita algo cuya finalidad no consigue ver”.
Consigamos ver que el camino al que vamos todos es uno, y que por esa razón, todos debemos ser escuchados. No caigamos en el encono ideológico, en un conflicto entre buenos y malos, entre los creyentes y no creyentes de López Obrador.
Apreciemos la libertad de pensar diferente.
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