“La fotografía es violenta no porque muestre violencias, sino porque cada voz llena a la fuerza la vista y porque en ella nada puede ser rechazado ni transformado” con esta cita de Roland Barthes inicia Retrato involuntario (Tusquets. 2014) de la ensayista, narradora y traductora mexicana Marina Azahua.
Ya de inicio, desde la propia portada, Marina Azahua advierte al lector sobre el otro lado, sentido, desde el cual pretende desvelar, la parte oscura de la fotografía; es decir, aquello que se le escapa al lente. Abre el debate con la leyenda siguiente: “el acto fotográfico como forma de violencia”.
Tal violencia es el misterio que queda fuera del cuadro, de la imagen, pero que, una vez nos enteramos del contexto de la fotografía, resulta muy revelador, y en muchos casos, perturbador pues muestra el antes y después de la foto que aparentemente se ve tan neutral, en un estado de quietud inocente.
El libro intenta precisamente revelarnos el revés de la fotografía, como por ejemplo en uno de sus capítulos donde aborda el tema del conflicto, en 1960, entre franceses y argelinos, una de las preguntas que se intentan responder, a través de lo que cubre lo no expuesto en la fotografía concreta, es ¿cuál fue el contexto en que se realizaron los retratos de las mujeres argelinas a las que se expuso con el rostro desnudo, obligadas por los franceses a perder su sagrada identidad, su protección, el haik que en sí mismo es “su segunda piel”?
Es decir, Retrato involuntario es un libro de contextos que a la misma vez reflejan los diversos usos que se le pueden dar a la fotografía. Las distintas formas en que funciona la cámara fotográfica siempre manipulada por el hombre. Me refiero a que deja claro, en algún momento, que la foto en sí es ambivalente y la exculpa, no así al que aprieta el gatillo: el hombre, éste que muta invariablemente con cada gatillazo de su cámara.
El hombre como paparazzi, el hombre como conquistador, el hombre como verdugo, el hombre como individuo superior, el hombre como testigo de linchamientos, el hombre como embalsamador, el hombre como ladrón de almas, el hombre como retratándose a sí mismo en toda su naturaleza.
La obra ataca y presenta al hombre y su contexto gracias a una de sus mayores armas: la fotografía.
Para bien o para mal e irónicamente, la fotografía no solamente presenta al retratado o equis situación sino que desenmascara al hombre, lo revela y esto es una forma de devolver la bala al que vendía como suvenires, por ejemplo, sus fotografías de negros colgados en árboles en el sur de Estados Unidos. Negros linchados por los blancos donde éstos posaban tranquilamente ante el cuerpo del desdichado.
La fotografía es también la historia del hombre, el recuerdo perenne de lo que puede significar también la naturaleza humana.
Retrato involuntario es una serie de seis fotografías (capítulos) reveladas que se vuelven nítidas y claras de cara al lector.
Es una obra que se presta al debate, al diálogo, a la confrontación. Invita, de igual manera, a tomar una posición contraria a la obra, si se quiere, para defender no a la fotografía, sino al hombre.
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