El silencio es una forma de diálogo interno y una buena herramienta que podemos utilizar para contemplar, ver y entender, a los otros. El silencio enseña a pensar lo que se escucha.
Estamos en un tiempo donde predomina el ruido. La ciudad es un cúmulo de gritos, desde el claxon de los automóviles, hasta la incesante variedad de anunciantes que a viva voz o con bocinas o altavoces, anuncian sus productos, su mercadería.
Y empiezan los gritos desde aquél que anuncia sus tamales y atole, o el que compra fierro viejo o aquel que vende tortillas o el del agua o el que anuncia la llegada del circo; o algún programa de vacunación para animales, en fin, todo ello debe expresarse a gritos, en voz alta, porque pareciera que hemos perdido la capacidad de oír, o en todo caso, ha disminuido en gran medida.
El grito lastima, hablar en voz alta es ya en sí misma una agresión, alzar el tono es invasivo, imperativo; la necesidad de que me escuches porque así lo quiero: decidí que debes escuchar lo que vengo anunciarte, ya que entre tanto grito quiero hacerme un espacio, uno donde pueda ser escuchado.
Y es que el inconsciente está más vivo que nunca, ha leído la realidad, y ésta es ruidosa, ya no basta con dejar un pedazo de papel en el buzón de la entrada de casa o lanzarlo desde una rendija del zaguán y esperar ser recogido por alguien que todavía esté interesado en el silencio, en leer aquello que anuncia el papel.
Es la vorágine, es la rapidez en que nos estamos moviendo que nos impide callarnos y callar a los demás para lograr entender alguna cosa.
No se puede lograr el silencio: no nos dejan, porque entonces el grito, el anuncio, los automóviles, los pedidos en el trabajo, los problemas en casa, las deudas, etcétera.
¿En qué momento tenemos la oportunidad de callarnos? El inconsciente entiende todo eso que en la superficie se nos escapa; guarda información que de tanto sale, y puede ser en sueños y en acciones que aparentemente hacemos por una razón específica; sin embargo, lo que subyace en el anuncio de aquella persona que grita en la calle la venta de programas para computadora, es el hecho de entender inconscientemente que no puede sino gritar, generar tal cantidad de ruido que haga despabilar a los que caminan, a esos que andan llenos de gritos y que por ello terminan por no escuchar nada.
El “ruido” en una cámara digital fotográfica logra que una imagen se descomponga, que los colores no tengan el tono adecuado, en fin, se vuelve una mala fotografía, y ese ruido puede verse en televisión, en la música, y también en nosotros.
Nuestros sensores captan el ruido y este ruido hace que nos distorsionemos, nuestras moléculas de agua se dispersan, no logran sincronizarse. Está visto que el agua, al percibir las vibraciones que se logran con sonidos armónicos, forman bellas figuras, y por el contrario, al generar ruidos en desequilibrio, esa misma agua, tiende a dispersarse sin lograr formar algo.
Nosotros estamos compuestos en gran porcentaje de agua, por ello: ¿qué está produciendo molecularmente el ruido en nosotros? ¿El ruido estará afectándonos más de lo que creemos? El estrés está relacionado con ese ruido constante, es por esta razón que nos exige buscar espacios de silencio.
Uno de los grandes problemas de la lectura, es precisamente el ruido. Leer es tener una conversación con lo que se lee, pero desde el silencio, desde las voces que están interactuando en nuestro interior, con tanta cantidad de ruido, ¿cómo es posible leer?
Aprehender el silencio no sólo nos beneficia de cara a tener una buena experiencia de lectura, de comprendernos y entender a las personas y lo que ocurre con éstas, para pensar, sino que nos sana mentalmente al quitar todo ese ruido que no nos deja fijarnos en un punto.
Entre gritos las palabras se anulan, no se entienden, no logramos comprenderlas, todo se queda en una explosión de sonidos que nos hace creer que algo ocurrió, que algo está pasando, pero sin saber las razones.
Lograr el silencio, se vuelve prioritario en caso de que se quiera llegar a un mayor entendimiento de nuestro alrededor.
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