Los Aquéllos

Aquéllos se mueven entre los días, con un sol distinto que los habita y los conduce.

24 de febrero, 2017

Aquéllos se mueven entre los días, con un sol distinto que los habita y los conduce. Van caminando las calles, vendiendo cualquier cosa, sugiriéndose modos para sobrevivir.

En esas formas de interpretar el mundo, de vivirlo bajo las circunstancias más especiales, acaso, duras de una sociedad, van armando sus puestos, van extendiendo sus mantas para colocar la vendimia, para empezar con los gritos, los llamados para acercar a los clientes que muchas veces resultan familiares porque son los vecinos, porque son los otros vendedores, porque son, al igual que ellos, personas que van al día, quizá, viviendo de otras maneras, trabajando en otros sitios que parecen un tanto más estables.

Pero la estabilidad es solo una sensación que se presiente breve, y ellos lo saben, los Aquéllos, los que no se ocultan porque ya no temen, ya no le tienen miedo a nada: miedo es seguir en la ocurrencia de una vida significativa, en una construcción que habitan pocos, los poquísimos que no bajan a las calles, no palpan los rostros arrugados, quemados por la intensidad de un sol que consume.

No hay sino la continuación de cada uno de los que recorren y viven la calle y que se saben parte de un ente petrificado que se ajusta al tamaño ideal para ser visto, para que a lo lejos pueda ser reconocido, en una forma de preservar una identidad que se asoma únicamente para volver a ser desechada.

Son ignorados no por no ser vistos, sino por creerlos menos, alejados de nuestros intereses mucho más reales e interesantes.

Aquéllos sonríen hasta para decir no, hasta para evitarte, hasta para llevarte al hambre, al extremo de la pobreza.

Aquéllos son los que los otros palpan y a la vez ignoran, son la tierra y el sol, ése que no deja de ser crepuscular: las calles los contienen por un tiempo, las calles los engullen porque esa es su naturaleza.

Aquéllos no necesitan ser justificados ni estar de su lado porque su sola presencia les otorga un lugar, y éste es un mismo espacio que se extiende todo lo que sea necesario, porque cada vez son más los que deciden volver al asfalto, a la cadencia de los rumores venenosos, de la toxicidad de los humores que despide la ciudad, porque la economía orilla y qué hacer entonces…

¿Cuántos seremos o hemos sido aquellos?

Pero esta percepción un tanto suave –raya en una chocante visión romántica, tal vez- de lo que significa ser aquellos, no deja de ser una derrota que se refleja en los ojos de todos los que alguna vez han sentido la calle, han sido parte de ella, devorados por ella, o los que se han resignado a establecerse: en éstos hay un anhelo por escapar, por huir de ese asfalto, de esos peligros que significan todos los demás.

Los Aquéllos mañana estarán ahí, donde siempre o recorriendo las mismas calles como todos los días, llamando una y otra vez a los clientes, apelando a la sed, al hambre, al poco tiempo de esos otros que de igual manera sobreviven también como ellos, porque ambos se reconocen en la dificultad, esa dificultad por estar, por seguir vivo.

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