Cuando hablamos de educación, de educar, de dar mayores herramientas para sostenerse y, mejor, sobresalir en esta época, ¿a quiénes nos referimos? ¿En quiénes pensamos?
Es cierto que existe cierta facilidad en identificar los focos rojos: familias disfuncionales, niños sin ningún tipo de estímulo moral; jóvenes en situación de riesgo dado su entorno agresivo y violento, etcétera.
Sin embargo, aquello es necesario verlo de cerca. El verdadero ente maligno está más allá de la estadística o la fotografía: se ve en la intimidad, en el roce con la verdadera realidad de aquellos que en algún momento de su vida preferirán la facilidad del trabajo precario o la delincuencia.
Afortunadamente o desafortunadamente, conocí y conviví con muchos adolescentes (como yo lo era en ese tiempo) en tal situación. Pude ver el momento de la bifurcación.
Y sí, algunos optaron por el trabajo; otros, por delinquir. Era muy joven para ver el verdadero problema del porqué pocos, en un contexto de calle; es decir, andar de callejero, logran escapar de ese entorno.
La idea de facilidad, de que todo siempre será de la misma manera, que seremos eternamente jóvenes, que nos saldremos con la nuestra, que no necesitamos demasiado para vivir, que no requerimos más allá de unas cuantas palabras para comunicarnos, es la semilla cancerígena que de a poco vamos engendrando desde niños, y que de mayores nos supera de tal manera que nos manipula a su antojo.
Hace un par de semanas conocí a un joven de quince años, está por ingresar a la preparatoria. Un par de familiares querían regularizarlo en todas las materias. Había sacado sólo 28 aciertos de 128 en el examen de la Comipems para ingreso a bachillerato —logró lugar aun así, porque algunos “genios” entendieron muy mal de qué va el tema de la educación, la igualdad y la equidad.
El muchacho tenía un gran problema (nunca lo había visto tan claro) —el que tienen infinidad de jóvenes, por lo demás—, éste no era en sí el estudio, el conocimiento (ambos los desconocía), sino que no sabía leer: tenía una inmensa (no exagero) dificultad para pronunciar las palabras. Su vocabulario era paupérrimo, por consecuencia, era incapaz de comprender lo que leía, simplemente porque no sabía leer.
¿Cómo se puede estudiar materia alguna si se es incapaz de leer? ¿Cómo fue que ninguno de los profesores de este joven identificó el gran problema que tenía: su incapacidad para leer, comprender, estudiar? No hacía falta demasiado esfuerzo para darse cuenta de ello.
Había que enseñarle todo, desde cero, al igual que a muchísimos más que se van quedando en algún escalón (¿ahora los hay?) del sistema educativo.
Mi sugerencia fue tomada en cuenta por los dos familiares interesados en el chico (lo apoyarían con el pago de cursos de regularización), pero la última palabra la tuvo la madre que prefirió la facilidad de no hacer nada.
¿Cuántos menores de edad vemos trabajando? ¿Cuánto de su futuro radica en las limitaciones de su lenguaje?
El problema de la educación en México no sólo es el contexto social, no sólo es la ignorancia de los padres, sino la apatía de éstos, la flojera, el abandono, y la posibilidad que tienen de optar por la facilidad de mandarlos a trabajar desde muy chicos —porque no nacieron para la escuela, porque el estudio es para otros.
En el caso de este joven nos quedamos nada más mirando, los que queríamos ayudarlo, cómo otro mexicano más se perdía en la absurda idea de lo fácil.
La fauna lo espera con los brazos abiertos para hacer de él lo que se le venga en gana.
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