La artista y fotógrafa surrealista Meret Oppenheim dijo que “la libertad no se concede, uno tiene que tomársela”. Thomas Hobbes, filósofo inglés, al mismo respecto, afirmó que el hombre libre “es aquel que, en aquellas cosas que puede hacer en virtud de su propia fuerza e ingenio, no se ve impedido en la realización de lo que tiene voluntad de llevar a cabo”.
Este par de citas son valiosas porque coinciden, aun con las diferencias en la forma de llegar a tales afirmaciones, me refiero a aspectos meramente del pensamiento fundamentados en distintas formas de ver y llegar al mundo, en el hecho de utilizar la voluntad para ser libres, porque la voluntad no es otra cosa que la puerta a nuestra libertad.
La felicidad bien puede medirse por nuestra capacidad a ser libres –dejemos a un lado el debate filosófico metafísico sobre si en verdad el hombre tiene voluntad; es decir, si en realidad somos seres individuales y libres y no parte de un todo que se mueve un tanto de forma mecanizada para fines que competen únicamente al universo.
Dicha libertad que hemos tenido que ceder en función de la formación de sociedades, se ha puesto de manifiesto con distintas corrientes artísticas a través de la historia, éstas corrientes en sí mismas son rupturas: se desprenden de la tradición del pasado para ser algo que podríamos catalogar como moderno o nuevo que, a su vez, tal modernidad estará condenada a fracturarse. De esta forma, la modernidad es una infinidad de mosaicos dispuestos a encajar en alguna parte del futuro de la historia.
Pero dichas modernidades son producto precisamente de esa libertad que algunos ejercen y han ejercido a través de la historia. Sin tales rupturas, sin esos ejercicios de libertad consciente, seguiríamos viviendo en la Edad de Piedra, porque para seguir caminando hacia adelante –y no dar vueltas sobre nuestro propio eje (después de todo somos incapaces de detenernos)— es necesario el rompimiento con lo establecido, que puede traducirse en maneras de interpretar el mundo, de crear arte; cuestiones que tienen que ver con la moralidad, etcétera.
Por eso es importante conocer la obra de aquellos hombres y mujeres libres que siguieron, ya no sus sueños, sino el de los demás. Que decidieron pensar por separado. Hacer lo que les venía en gana aceptando las consecuencias que acarrearía dicha decisión, pero con la idea clara de querer ser diferente, de hacer las cosas de manera distinta, de lograr cambios tangibles.
Un ejemplo del poder de la libertad (pensamiento y acción) es Pablo Picasso: “Cuando yo era pequeño mi madre me decía: si te haces soldado llegarás a general, si te haces cura, llegarás a ser Papa. En cambio de todo eso decidí ser pintor y me convertí en Picasso”; es decir, que al separarse de lo normal, lo cotidiano o la tradición, consiguió su independencia.
Este mundo necesita personas que tengan la voluntad de ser libres, y no sólo quedarse en esa falsa forma de libertad que creen ejercer muchos –el pregonar cierta libertad, pero al mismo tiempo quedarse callado ante el contexto social o no cumplir metas personales por la inmensa cantidad de pretextos que se generan por la comodidad, por ejemplo. Se podrá decir en favor a la tradición que es el hombre y sus circunstancias, pero tales hechos también se van formando; es decir, por supuesto que es mucho más difícil ser libre con hijos a cuestas, pero, en ese sentido, será mejor pensar en no tenerlos, en buscar vías para prevenir embarazos no deseados, en fin, el hecho es que nuestra libertad empieza a gestarse desde muy temprana edad— y que sólo ayuda a aquellos que les interesa y conviene que las cosas sigan igual.
Por ello, es necesario que seamos libres para obtener nuestra individualidad, para separarnos de las masas que se la pasan girando sobre sí mismas.
Sólo al tener dicha individual podremos generar los cambios que nos empeñamos en dejar sobre las espaldas de otros, que ya es sabido, no han ni podrán con tal peso.
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