La importancia del lenguaje escrito

Escribir es, mediante palabras, comunicarse de una manera precisa y clara de cara al lector que está esperando lucidez en los conceptos que se plasman...

11 de marzo, 2016

Escribir es, mediante palabras, comunicarse de una manera precisa y clara de cara al lector que está esperando lucidez en los conceptos que se plasman en el papel.

Las palabras por sí mismas no tienen ninguna función más que el de guardar el sentido de su existencia, su definición, sus acepciones; sin embargo, la vida resulta de ir hilvanando de buena manera cada una de ellas para que consecutivamente den voz al que escribe, y con ello, la comunicación, la personalidad del individuo.

Saber comunicarse mediante la escritura es fundamental, no solo para ser entendido en el sentido más superficial, sino para que el contenido de tales ideas queden expuestas en su totalidad, en su más profunda plenitud, y así, nuestros argumentos tendrán un mayor impacto y veracidad.

En la cultura árabe se le da un valor importantísimo al lenguaje escrito. Por ejemplo, el Corán, debe estar escrito con una caligrafía perfecta ya que consideran que mediante el incremento de belleza en su escritura, los conceptos que se expresan en el libro, contendrán una mayor carga de verdad.

Se entiende que, al estar escrito el texto con pulcritud, el mensaje será dado de la forma correcta, ya que si no fuese así, éste quedaría trastocado (pervertido); y no sería completamente verdadero.

Sandro Cohen hace la diferencia entre lenguaje oral y escrito de forma contundente: “El lenguaje oral es espontáneo; el escrito, producto de la reflexión y el análisis”; es decir, la oralidad como impulso: verborrea que se dispara en varias direcciones, como aquello que se lanza para ver si logra tocar a alguien sin tener ninguna seguridad de que se logrará el cometido.

Escribir es estudio y reflexión. Una manera de entender lo vivido: aquello que se nos cruza en el día a día.

La hoja en blanco es el filtro, el elemento capaz de sacar el verdadero conocimiento que está oculto entre las tantas capas del individuo.

La desnudez no está en lo que podemos o no decir sobre nosotros, sino en la experiencia de la escritura. Es por esta razón que los libros no son solamente un entretenimiento, no es leer para divertirse (hay excepciones), sino conocimiento, memoria, las experiencias, las vivencias y las ideas de los otros que ya tuvieron la oportunidad de enfrentarse al gran filtro del conocimiento: la hoja en blanco.

El libro es el resultado del proceso riguroso de depuración de vivencias e ideas del escritor.

Tales conceptos, una vez han pasado dicho filtro, llegan al lector (en la mayoría de los casos) con esa carga de verdad —naturalidad— que nos hará cierto sentido, y que con suerte nos harán entrar en una reflexión o en la generación de cuestionamientos o preguntas que nos provoquen la famosa ruptura de la modernidad.

Por ello, aunque no se sepa bien a bien qué es un libro y para qué sirve, se le respeta. Se intuye que ahí habita algo infinitamente más grande que las palabras artificiosas del buen orador, del que tiene facilidad de palabra.

Escribir es catártico: libera lo que de otra manera seríamos incapaces de aliviar —pueden ser pasiones, recuerdos, experiencias, dolores, que nos vienen aquejando y que no es sino hasta que se plasman en una hoja que vemos la verdadera forma y contenido de ese peso que nos aquejaba.

El escritor también se libera de sí mismo escribiendo.

Así, vemos que escribir es una forma de entender, de digerir nuestro entorno, que expresarlo de la mejor forma (claridad en la redacción) nos da significado, nos da un sitio determinado desde el que podemos argumentar a quien sea, por ejemplo, a los gobernantes.

Cualquier persona al leer un texto claro, preciso y concreto, le concederá a éste una mayor carga de veracidad, de valor.

No desdeñemos entonces el poder de la escritura. En la claridad de nuestras palabras encontraremos esa voz que últimamente se ha perdido en el griterío de los comentarios que podemos encontrar en las redes sociales, por ejemplo.

Tales comentarios no se parecen en lo más mínimo a un lenguaje escrito (paradójicamente) sino al oral, el que “recoge y aprovecha cuanta palabra se nos ocurre en el momento”.

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