“El hombre moderno lee y necesita novelas para sentirse como en casa en el mundo, porque su relación con el universo en el que vive se ha visto dañada” dice Orhan Pamuk. Escapar para vivir en un sitio menos enajenado, paranoide, esquizoide y brutal en sus formas.
En un país en guerra –la guerra en todas sus formas se vive diariamente en las calles, luchando contra esa violencia que vienen desde varios flancos- como es el nuestro (basta ya de engañarnos, de pensar que el miedo lo tienen otros, que los desaparecidos son cifras, que la muerte le llega a los “malos” únicamente y que las otras muertes tienen más que ver con la casualidad, con la mala suerte) apelemos a la verdad o a su cercanía.
El autoengaño sirve para voltear la cara y encomendarse a un Dios que no tiene la capacidad de reaccionar moralmente a sus percepciones, incluso, las más profundas.
Aquél no nos ve. Acaso, nos presiente, pero no está en su naturaleza procesar aquellas pulsaciones: no le pidamos justicia a un padre que vio cómo martirizaban a su hijo, el favorito.
Pensemos, que quizá, su enseñanza nos supera. Pero bien pensado, tal óptica insondable, queda más allá del ser humano; es decir, no somos capaces de entender esa posibilidad de perdón, aceptación, de aprendizaje por la vía del castigo, del dolor y del llanto.
Tendríamos que ser otra cosa, ¿algo más divino o más cercano a la perfección?
Siempre estamos siendo superados por la creencia de que en algún lugar está ese paraíso perfecto que nos deberemos ganar con nuestras acciones.
Acciones que se pintan prácticamente imposibles, porque atentan directamente contra los elementos propios de la condición humana: los deseos mismos de la naturaleza como es la reproducción –la manifestación corporal del placer sexual es inherente al ser humano, no es algo que se adquiere con los años, por el contrario, despierta en determinada edad; de esta manera, evitar el placer (juzgar al practicante de tal placer) no sólo no es “normal” sino que coloca al que ha otorgado tal cualidad, tal placer, en la silla de los acusados: la visión perversa que se tiene del placer sexual, no se le adjudica al mortal sino a su creador.
De esta manera, quizá, pudiéramos poner en duda varios de los conceptos morales religiosos que en sí mismos provocan una idea contraria y errada de Dios: la dubitativa idea de un ser superior consciente, moral y, a su vez, perfecto.
No hay tal cosa como un Dios perfecto y moral; al contrario, en éste forzosamente deberá existir una ausencia total de moral para conseguir la perfección.
Así, pensar en que un ser externo a los problemas humanos, a un fuera del mundo, a alguien que, en todo caso, siente pero no entiende las reacciones sentimentales humanas, vendrá a resolvernos nuestros problemas, a hacer de los “malos”, menos malos es ingenuo y peligroso.
La reacción –en cualquier dirección- y la resolución a todos los sucesos que comprenden al individuo dependen de éste y no de una divinidad que únicamente responde a impulsos evolutivos.
La preocupante taza de violencia en el país debe impulsar una respuesta mucho más terrenal, más comprometida con el ser humano mismo.
Para resolver los problemas más graves de este país, necesitamos mirar hacia abajo e intentar solucionarlos a partir de los elementos y gestos humanos, no divinos.
Si existe un milagro en este país es estar vivo. No esperemos más que esto por parte de un ente divinizado.
Para terminar
Dejo una cita que va en relación con el asesinato a periodistas que han ocurrido en los últimos días y que, por lo demás, tiene que ver con lo anterior:
“Publicar la verdad es a menudo la única opción, un paso inevitable en el camino hacía el cambio social y, en algunos casos, hacia la redención personal”. Terry Gould.
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