Los tiempos actuales de continua protesta (la genuina) debido a los malos manejos que se han hecho del país a razón de un gobierno incapaz para llevar las riendas de México, invitan a mirar para evocar, no una realidad pasada en la que estuvimos en una mentirosa pasividad, sino el núcleo social: el individuo.
Pero, ¿qué habría que mirar? ¿A nuestros muertos, a los muertos de los otros, a los muertos que hablan en los libros? Quizá sí, quizá hay que evocarlos a todos para escucharlos, para que nos digan lo que hemos olvidado, aquello de lo que prescindimos en cierto momento, porque ya no nos pareció importante, porque creíamos que todo estaba superado, que la inercia nos llevaría a un futuro mejor.
Los viejos hablan de un México siempre en crisis, pero no tanto de una sociedad podrida de raíz, no hablan de una delincuencia descarnada y desvinculada por completo de la esencia alma, de lo energético, como ahora.
Para ellos –los corruptos y delincuentes de cualquier tipo- somos simplemente un cuerpo que no tiene la mayor importancia ni relevancia, así como ellos lo son para sí mismos; es decir, aquél que no valora la integridad humana no se valora, no se conoce, no sabe qué es siquiera.
¿Cómo respetar al otro si no se sabe qué es? ¿Cómo lidiar con una persona que no se sabe persona sino un algo abstracto? -¿Una cosificación de la podredumbre?
La descomposición social no se tiene que ver desde las alturas, desde un todo sino, pienso, habría que fragmentarse en individuos, en personas, ver que muchos de los que componen esta sociedad mexicana están, para infortuna de los que se resisten a caer en lo que aquellos miserables representan, en una continua descomposición -aquéllos están leprosos: se les caen pedazos de sí mismos sin tener muy claro la funcionalidad de aquellas piezas que van perdiendo.
El esquizofrénico, por ejemplo, está interesado en conjuntar las piezas de su cuerpo, busca la armonía de sus partes para no desprenderse, no deformarse, no estar incompletos, de ahí su delirio.
Pero los purulentos (los que no dejan cerrar la herida social) ni siquiera son conscientes de ello, ni cuenta se dan: no podemos llamarlos locos, no lo están, son otra cosa, otro sentido que en un futuro encontrará su palabra para poder nombrarse.
Así, vuelvo al tema: ¿mirar qué, reaprehender qué cosas que se nos han perdido en el camino? Para mí, es la pluma o el teclado y la hoja en blanco: la escritura. Entenderse es leerse para entender al ser humano.
No puedo sino insistir en la importancia de la escritura como un método de supervivencia individual.
¿Qué hemos perdido? Es la pregunta fundamental que debemos hacernos en el plano personal. Pero, ¿de dónde surge la pregunta, a partir de qué puedo preguntarme?
La escritura, decía Roland Barthes, “es el arte de plantear las preguntas y no de responder a ellas”. Escribir para preguntarse qué nos hace falta, sabiendo con ello que la respuesta las tendrán otros, el lector, y en todo caso el primer lector: uno mismo.
Cada pregunta contiene dentro de sí la fuerza necesaria para quedarse suspendida a la espera de una respuesta que tal vez llegue rápido o tarde años, pero lo importante es que ya ha surgido.
La escritura tiene la gran virtud, no solo de cumplir una función canalizadora de problemas, sino de exigirle un poco más al pensamiento que al habla –al hablar improvisamos, ésta se guía más por la emoción de las palabras que por el sentido de éstas-: “escribir quiere decir: yo pienso mejor, más firmemente, pienso menos para ustedes, pienso más para la verdad”. Barthes.
Cuando se habla se tiene una imperiosa necesidad por llenar los espacios, por eliminar el vacío, el silencio, por eso muchas veces se habla por hablar: terminamos diciendo estupideces, como muchos políticos.
La escritura reclama la claridad de ideas, porque escribir es ver nuestro interior, nuestras fallas, las carencias, todo aquello que ignoramos, todo aquello que perdimos en el trajín diario.
Estos tiempos proponen cuestionarlo todo pero de una manera concienzuda. No basta con hablar, por el contrario, se habla tanto que ésta ha quedado exhibida por sus carencias.
En una época donde las redes sociales y los medios electrónicos importan mucho, y la forma de comunicarse es por la vía escrita, más que otros años, debe quedar claro para qué en realidad sirve la escritura –hasta ahora, en las redes sociales se ha utilizado, paradójicamente, el lenguaje oral y no el escrito para expresarse.
No se tiene que ser un profesional para escribir, sino se debe utilizar la escritura como una herramienta más para conocer nuestros problemas y los del otro y, con ello, los sociales.
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