En el sureste de San Luis Potosí, en la zona de la huasteca, “rodeado por montañas, serranías y una exuberante vegetación” se encuentra el pueblo mágico de Xilitla, éste que guarda uno de los mayores tesoros oníricos de nuestro país: el jardín surrealista de Edward James.
André Breton definió al surrealismo en 1942, a través del Primer manifiesto del surrealismo, como un “automatismo psíquico puro mediante el cual se intenta expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Dictado mental sin control de la razón, más allá de cualquier consideración estética o ética”.
También, el surrealismo es más allá que una estética, es una visión distinta del mundo, una manera diferente de interpretarlo, una experiencia de libertad, de ruptura (así lo entendió Octavio Paz), y ésta se expone, entre la exuberante vegetación, entre expandidos verdes y cascadas, en ese jardín clavado en una de las montañas, la arquitectura de la imaginación de un hombre; es decir, “figuras en concreto, situadas en una especie de laberinto; la mayor parte de las estructuras imitan la naturaleza”.
Imitar la naturaleza en este caso es perderse en puertas que dan a otras puertas, en caminos que serpentean la naturaleza y que así conectan con otros y otros más que al final concluyen en el interior de los que lo recorren. Sí, el recorrido como meta: nuestro destino es el camino mismo.
La imaginación de lo imposible se abre paso en sus pozas, en sus caídas de agua que se guían por la mano de Edward James, por su mano de piedra, de roca, que le sirve de plataforma a toda esa agua que desciende pacífica a esas pozas que desbordan una inocencia de pocos metros de profundidad, pero que, en algunos casos, se sumerge más de dos metros, y uno solamente podrá creerlo al ver la tonalidad del azul profundo que en sí mismo es una advertencia para los turistas que quieran refrescarse en el pensamiento único del millonario James.
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Edward James no sólo fue un heredero escocés de una inmensa fortuna, sino editor y poeta.
Hombre cercano al movimiento surrealista (“financió la revista Minotauro, se convirtió en mecenas de pintores surrealistas como el belga René Magritte y Salvador Dalí”) que en 1944 llegó a México y en 1945 visitó Xilitla: “quedó prendado de la tranquilidad que proporcionaba la selva, las abundantes aguas que corrían por el arroyo, la exuberante vegetación y la fauna que aquí se encontraba, lo que lo alentó a establecerse en lo que consideró El Edén”.
En el jardín surrealista de Edward James se considera que alberga “36 estructuras notables aunque dependiendo del punto de observación se podrían encontrar más, ya que no existen límites a la imaginación del visitante”.
Tal imaginación es un presentimiento, así se siente mientras se recorren las inclinadas y cortas escalinatas que serpentean el jardín.
Se intuye que en cada giro, en cada mirada panorámica, encontraremos más partes del pensamiento poético de Edward James asomándose de entre la espesura natural que se niega a rendirse, como siempre, a la obra del hombre.
La naturaleza reclama su espacio y no sólo eso, roe, carcome cada idea de concreto levantada allí.
Es por esta razón que, una fundación integrada por varios organismos, “tiene como prioridad frenar el deterioro del sitio así como la conservación del entorno natural”.
Salir del surrealismo verdoso es volver al paisaje que nos devuelve al pueblo mágico de Xilitla, a éste que se encuentra flanqueado por montañas, por esa Sierra Madre Oriental que se impone al hombre con toda su magnitud de obra a manos de ese Otro que todo lo nombra, y al hacer esto, lo crea.
La hospitalidad y amabilidad de su gente, la tranquilidad respirable del lugar; su café (Xilitla es un pueblo cafetalero) más sus calles empedradas y su ex convento Agustino (fundado hacia 1557) clavado en la plaza principal de la cabecera municipal de Xilitla (significa, lugar de caracoles), hacen de éste un lugar imprescindible para ser visitado.
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