La RAE (Real Academia Española) define “palabra” en su quinta acepción como “empeño que hace alguien de su fe y probidad en testimonio de lo que afirma”. Tal empeño es producto de la confianza que tenemos en lo que decimos. La palabra es palabra en la medida que creemos en lo que contiene; es decir, su sentido.
Creemos en cualquier palabra no por sus letras o el conjunto de ellas, sino por lo que significan, pero ahí es donde existe uno de los problemas mayúsculos de la humanidad y explica –un poco— por qué nos cuesta tanto trabajo entender o definir conceptos como la vida, la muerte, la eternidad o la finitud, por ejemplo, y esto es debido a que, como lo pensó Octavio Paz –voy a parafrasear—: a la palabra se le escapa parte de la totalidad de su sentido. Es decir, el sentido de todas las cosas es inabarcable (pertenece a otro lenguaje, tal vez, el primigenio) y así, la palabra sólo logra albergar una parte de su significado.
Es por esa razón que tantos pensadores a través de la historia, y al día de hoy, se han pasado la vida tratando de ver más allá de las palabras; quieren descubrir qué hay detrás de ellas y mejor, qué hay después de éstas. Porque quieren llegar a sus fronteras, abarcarlas en su totalidad para saber realmente qué significan.
Por ello, se han escrito libros y tratados que tienen que ver con el amor, la amistad, la muerte, el ser, etcétera, porque la palabra concreta no nos basta, porque ella sólo nos muestra, acaso, su núcleo, mas la completa forma de su cuerpo permanece en la oscuridad. Tal misterio es el que nos llama a escribir sobre los conceptos; esas ganas por descubrir lo que en realidad contienen; es decir, lo que contenemos.
No es novedad cuando decimos que todo es percepción y perspectiva, que en realidad lo que tenemos son nociones de algo, no hay nada concreto. La verdad no es la definición absoluta de algo, sino que la verdad es sólo una visión parcial de lo que en realidad es un objeto o situación o cualquier cosa.
Esto es que al decir una verdad sobre un objeto solamente estamos captando una sola de sus partes –desde nuestra visión y experiencia—, esto fundamentado por la palabra que lo define, pero como la palabra no logra abarcar la total magnitud de la definición real del objeto (tangible o intangible), siempre quedamos un poco a merced de la interpretación que le da cada individuo.
Vemos entonces que sí, todo está hecho de palabras, estamos hechos de palabras, y en nosotros habita el sentido que nos define, y de tal cosa sólo percibimos una parte, habrá que hacer mucho más esfuerzo para descubrirnos completamente, o por lo menos, ver más allá de nuestra propia apariencia. Tal vez de esta forma, al descubrir el significado de las palabras que nos conforman, algún día seamos capaces de entendernos a nosotros y al mundo.
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