El pesimismo, el amor y la nueva personificación del mal

“Tal vez amar es aprender a caminar por este mundo (…) Aprender a mirar” escribió Octavio Paz...

28 de octubre, 2016

“Tal vez amar es aprender a caminar por este mundo (…) Aprender a mirar” escribió Octavio Paz, y leyendo esta cita perdida en uno de mis cuadernillos de notas repensé el sentido de esta frase, al conectarla con otra frase de Umberto Eco.

Yo soy alguien que de pronto tiende al radicalismo cuando se trata de lanzar ideas; es decir, en teoría, necesitamos que pase tal y tal situación para que las cosas cambien, pero en la práctica… (como aquello que pensaba Cioran sobre que el ser humano es un asco, el eterno derrotado, y pasa exactamente lo mismo con la vida y sin embargo, en la práctica –los placeres propios del cuerpo— tiene sus lados disfrutables).

Es decir, que yo creo en la destrucción total del hombre como medida única de salvación: el ser humano, tal como es, está corrupto, su pensamiento tiende a torcerse a la menor provocación. El mal inicia en él para terminar en él.

La superficialidad nos puede engañar, puede reconducirnos a una falsa salvación, la del sentido de felicidad simple y fácil que se alimenta con el consumismo, con la sensación efímera que producen los placeres.

Pero esto siempre nos devuelve la realidad con un mayor peso. El desgaste es inminente. La violencia con la que las cosas nos regresan nos tambalean, y entonces los vicios –más allá de una predisposición genética.

Volviendo a la cita de Paz, no puedo sino acordarme de otra del mismo autor: “el pesimista no es aquél que odia la vida, sino el que la ama a pesar de todo”. Y entonces amar es mirar y reconocer que todo está perdido, para empezar de nuevo –a lo Cortázar, en un sentido positivo.

Pero empezar de nuevo significa olvidarnos de todo, incluso de los que queremos, y al llegar a este punto es cuando recurro a la cita de Umberto Eco: para poder aceptar “la idea de nuestro fin, es necesario convencernos de que todos los que dejamos atrás son unos cretinos y que no vale la pena pasar más tiempo con ellos”.

Para evitar el dolor de la pérdida. Desprenderse de todo lazo humano es lo que se requiere en el caso de querer salvarnos, pero ¿cómo lograrlo? ¿Cómo ser un malnacido, malagradecido e inhumano? ¿Cómo soportar esa máscara de indolencia?

Es prácticamente imposible. En la teoría suena perfectamente lógico y posible, pero en la práctica es una atrocidad que raya en la locura, más, cuando se piensa en el amor, en la destrucción por amor.

Quedarse únicamente con las ideas, en lo teórico, es cometer los errores que han producido los grandes genocidas. De igual forma, aplicar ideas que en papel suenan “bien” conlleva un riesgo muy grande.

A este respecto, la ciencia, hoy, personifica a los grandes destructores de la humanidad que han sido recogidos por la historia.

Ya el mal no es un hombre, sino una serie de teorías e ideas perfectamente posibles en un futuro como puede ser conseguir la vida eterna o la experimentación genética o la manipulación mental (estamos a pocas generaciones de perder nuestra voluntad por completo): ejemplos de la legitimización de ideas delirantes que traerán problemas gravísimos al mundo (¿y cuántas no hemos visto como signos de progreso, de éxitos científicos?).

Aquellos que dicen amar a la humanidad y ver por su bienestar y su mejor vivir, están causando los mayores estragos en el ser humano.

La salvación actualmente está en manos de falsos profetas que llevan consigo la certificación que la propia sociedad les ha dado, porque la ciencia, en esta época, parece el paraíso que a la religión se le ha escapado.

Pensar entonces en la destrucción de la humanidad de una estocada suena más humana que la que nos presenta la ciencia.

En todo caso, la primera no ocurrirá (no por voluntad) y la segunda es una muerte lentísima que a saber cuándo se consumará.

“Aprender a caminar por este mundo” es lo único que nos queda: ir sorteando adversidad tras adversidad porque incluso la idealización positiva del futuro con la que nos bombardean a diario, hoy, ya se intuye falsa.

Sí, el pesimista ama la vida a pesar de todo, a pesar de no ser capaz ni de lograr e imaginar la muerte de todos, y conocedor del futuro negro que nos espera.

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