No hay nada nuevo cuando hablamos estrictamente de crear, de generar algo nuevo a partir de la nada. Aquel que piense, en cualquiera de las áreas creativas tanto artísticas como comerciales, que ha inventado o creado algo totalmente original, no sólo se engaña sino que contribuye a esta falsa mentira que no deja de pulular por la cabeza de muchos de nosotros.
Auguste Rodin (escultor francés) no se equivocaba al afirmar que “en la naturaleza están todos los estilos futuros”; es decir, nada estamos por crear sino por descubrir: desenterrar ese otro mundo lleno de elementos ya existentes a los que nos encanta (re)bautizar y llamar inventos.
La creatividad no es otra cosa que la capacidad que tenemos de percibir ese otro lado de las cosas que ya existen. El creativo entonces es aquel que tiene las aptitudes para expresar o rehacer aquellas formas y composiciones que han existido incluso antes que nosotros, los seres humanos.
Confucio fue certero al decir: “no invento, transmito”. Sí, ninguno de nosotros inventa, transmitimos, y algunos demasiado bien. Me refiero a que todas las sensaciones que experimenta un ser humano “moderno”, ya han sido vividas por otro que habitó en la Grecia clásica o en la Edad Media, por poner un ejemplo.
La manera en que se retrasmiten los conocimientos —vivencias, sensaciones, sentimientos; historias, acontecimientos y demás tópicos referentes a la humanidad— es lo que cambia, y aun así, dichas formas de representar tal o cual cosa (estilo), no son completamente originales; es decir, no son únicas. Por ejemplo, un escritor que a mediana edad encuentra un “estilo propio”, o su “voz poética” como gustan decir muchos, ha sido formada con base en la gran cantidad de lecturas que lleva a cuestas, y de las experiencias que ha adquirido durante su vida (sin olvidar las palabras de sus guías o profesores o maestros que han influenciado su manera de ver el mundo).
Así, el estilo termina siendo la conjugación de todo lo anterior que, con suerte, y por las aptitudes y genialidades propias del escritor, éste terminará por pulir, dando como resultado una aparente nueva forma de percibir y transmitir su mundo.
El lugar común nos habla acerca de que ya todo está dicho y que no hay nada nuevo bajo el sol, es cierto; pero eso no significa que nos echemos a la hamaca y nos callemos, porque no debemos olvidar que forma es fondo, y muchas veces podemos estar diciendo algo relevante o contando una historia que puede desvelarnos otras realidades, pero que nuestro estilo (puede ser torpe, complicado o rebuscado, etcétera), impide llegar a transmitir todo lo que quisimos decir.
La transmisión de ideas, a través de los hombres, es vital para la conservación de la humanidad pues con esta característica hacemos que prevalezca algo indispensable como lo es el conocimiento. Incluso, sin dicha transmisión de conocimientos, no sabríamos quiénes somos y cuál es nuestro origen.
Nietzsche lo supo al decir que lo único que trasciende o se mantiene vivo es la idea. Borges habla del instrumento más asombroso para mantener el conocimiento: el libro, como “extensión de la memoria y la imaginación”.
Es decir, el ejemplo tangible de que no inventamos, sino transmitimos lo tenemos en los libros, esos que siguen empolvándose, no solamente por la falta de interés en leer, sino en el hecho de no saber qué contienen y para qué sirven —a este respecto y siguiendo en el campo de la literatura, nada más habría que echarle un ojo a los libros de filosofía china o griega, o conocer a los poetas franceses de la segunda mitad del siglo XIX, o a nuestra propia literatura mexicana del siglo XX para darnos cuenta si realmente estamos teniendo nuevas ideas o solo las estamos reinterpretando.
En fin, que estamos “inventando” lo ya inventado, y esto sólo puede ocurrir en una época como en la que vivimos donde ya cada vez menos se recogen las transmisiones pasadas o actuales, porque claro, estamos en una era brillantísima donde cualquiera es un genio, cualquiera inventa, cualquiera es un artista, cualquiera es la Verdad. Y estando en esa dinámica, obviamos o se hacen imperceptibles muchos de nuestros errores.
Deberemos entonces ser un poco más humildes como humanidad. Y una forma de conseguir esto es a través de la lectura. Aquí una razón más del porqué es tan necesario leer.
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