A un mes del 19

El sismo. El dolor. El grito. Los rescatados del 19. Los voluntarios. Frida y la marina y la comercialización. Después el vacío...

20 de octubre, 2017

El sismo. El dolor. El grito. Los rescatados del 19. Los voluntarios. Frida y la marina y la comercialización. Después el vacío, la sensación, esa angustia: la tragedia repetida.

La maldita suerte. La saña. La burla. Hace 32 años también fue, y no podemos entender lo imposible, lo inexplicable. Ese azar mágico.

Habíamos olvidado que nos asentamos bajo el terreno de la corrupción y de la indolencia.

El derrumbe: los escombros como muestra simbólica de lo fugaz, del papel que jugamos en esta Tierra que siempre nos hace sentir como si la incomodáramos: somos los no invitados, los extraños: el bullicio.

La incertidumbre queda. Lo dubitativo. Aquello que puede suceder en cualquier momento. Esa alarma. Ese dormir pocas horas, porque el sonido y el movimiento, el polvo cayéndose sobre la cara. Ese horror. Esa naturaleza culpable que exonera a los responsables, siempre.

El chivo expiatorio a la espera de ser sacrificado, nos mira, expectante.

Luego los días y el olor que nos concreta la muerte.

Pero hay que volver a subirse al tren. Se recogen las pertenencias de los quedados. “No hay nada tan melancólico y siniestro a la vez que los restos personales de las tragedias” escribe Bernardo Esquinca. Sí, lo siniestro en una playera rasgada, en una botella de agua, en un zapato, en una muñeca semienterrada. El agua saliéndose de los ojos.

La melancolía y el apego. Se cayeron lugares donde se compartieron intimidades, donde quedaba el recuerdo de los amigos o compañeros, de los que la vida fue separándonos porque al final de cuentas casi siempre estamos solos.

Sobre los escombros se llora el significado del vacío, no propiamente del inmueble sino las esencias humanas que recordamos tanto y que suponemos, ellos también lo hacen.

Morirse es olvidar, y con la catástrofe, ¿a dónde volver para encontrarlos? El mausoleo caído. El rezo. La lágrima. El gesto encogido: la herida que deja la angustia. Dónde ir a ponerles flores si en un pestañeo, la modernidad. El departamento nuevo. Y entonces sólo quedará el murmuro. La advertencia muda.

La vida y la distancia: la insistencia por dejarnos atrás.

La fe derrumbada y sin embargo…

Todo poco a poco vuelve a recobrar sentido. El duelo. La sanación. Accedimos públicamente a nuestro propio dolor para curarnos, sacudirnos el mal. Nos abrimos de nueva cuenta a la esperanza.

Pero ya no somos los mismos.

El trauma. Algo espeso flota en el aire. Ya no es muerte, es la intuición de saber que volverá a pasar. ¿Cuándo? ¿Cuál será el costo? ¿Habremos aprendido algo? Las preguntas que desechamos para no atraer un mal augurio.

Los damnificados siguen apareciendo pero ya a muy pocos les importa. Deben rascarse con sus propias uñas. Bajo sus propios medios. La individualidad aparece de nueva cuenta cuando el ser parte de una causa ya no viste, ya no genera likes o seguidores. Que salgan arrastras o corriendo de lo que quedó de su estabilidad, no importa, ya no importan los afectados, las víctimas. Fin del espectáculo.

Algunos se fueron a intentarlo a otras partes. Se dieron cuenta de que la paz no es aquí, que la seguridad en realidad no depende de nuestros actos, sino de otros factores ajenos.

Nuestra vida está en muchas manos y nos cuesta tanto darnos cuenta. Nos cuesta tanto darnos cuenta que no podemos seguir alimentando al monstruo, porque nos devora. Esa ansia que los caracteriza. Esa sed, de varios tipos, que se elige en las urnas.

Sí, a un mes del sismo podemos reseñar los hechos que nos afectaron indirecta o directamente a todos. Y el resultado no es sino otra película donde hubo buenos y malos y espectadores que deseaban ser parte del suceso.

Fue la desgraciada fiesta donde participamos y en la que dejamos un desastre que ahora deben recoger los anfitriones, todos aquellos perjudicados; todas aquellas personas que se quedan limpiando: la otra tragedia.

Todos se han ido –miran el 2018. Ese circo que viene…

Y nada más quedan los restos que se guardarán para ser recordados en los próximos años, en cada conmemoración del trágico 19 de septiembre. Ese maldito día que no se olvidará nunca.

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