Tres años, tres de Peña Nieto

El sexenio del presidente Peña Nieto será recordado por Ayotzinapa, Tlatlaya y la casa blanca, más que por las reformas, la baja inflación o el acuerdo político.

1 de diciembre, 2015

El sexenio del presidente Peña Nieto será recordado por Ayotzinapa, Tlatlaya y la casa blanca, más que por las reformas, la baja inflación o el acuerdo político. Ni modo, ningún presidente es recordado por lo que desea; los medios y los líderes de opinión son los que inducen, sin importar lo justo o injusto. La sabiduría popular suele ser simplona.

Felipe Calderón no es recordado como el que enfrentó al crimen organizado, sino como el que metió al país en un baño de sangre. Vicente Fox no es el hombre de la transición democrática, sino el de las ocurrencias. Ernesto Zedillo es el presidente que “llevó” al país a una crisis y Carlos Salinas es el origen de todos los males. Todo esto tiene algo de cierto, pero mucho de historia trucada.

En su haber, el gobierno de Peña Nieto tiene la concreción de un acuerdo inédito e irrepetible, el Pacto por México (PPM), con los tres principales partidos para lograr márgenes de gobernabilidad que le permitieran sacar adelante su programa reformista. De las más de 12 grandes reformas, destacan la energética, la de telecomunicaciones y, sobre todo, la educativa. Aunque ninguna es un fracaso, los resultados esperados difieren de los reales (¿cuándo no?). La reforma energética no ha traído las inversiones buscadas; la de telecomunicaciones está tardando más de lo esperado y sus beneficios en precios y competencia todavía están distantes de ser los óptimos y, por último, la educativa sigue en la fase de la evaluación. Quedan en el tintero, incompletas para ser aplicadas, la reforma en transparencia federal y las normas secundarias en materia de anticorrupción. Igualmente, hace falta el empujón final para dejar lista la posibilidad de contar con una fiscalía autónoma para 2018, en lugar de la actual procuraduría.

Baja inflación y creación de empleos se contrastan con devaluación del peso y bajos salarios. Abatimiento de los crímenes de alto impacto se contraponen a impunidad y corrupción generalizada. Y esto significa que la población participa de ella siempre que puede. Todo esto no es un problema de percepción o de vaso medio lleno o vacío, según se vea. Simplemente, hay un fenómeno claro en el que la clase política se ha separado cada vez más del grueso de la población. Sólo cuando la clase política es sacudida en serio es cuando se da cuenta de que no se pueden tomar decisiones impunemente. Pero, reconozcámoslo, eso pasa poco en nuestro país. No hay masas a las puertas de Los Pinos exigiendo cuentas claras o renuncias por la casa blanca, HIGA u OHL. ¿Qué quiere decir esto? Hay dos lecturas posibles. Una sería que no hay organización social para canalizar la inconformidad. La segunda es que, pese a todo, la sociedad mexicana es conservadora y ahora tiene satisfactores suficientes para no dejar salir al México bronco. Así llega Enrique Peña Nieto a su segunda mitad de gobierno. 

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