Cada mañana (y durante el resto del día), el presidente López Obrador lanza puyas, mentiras, exageraciones y tergiversaciones, mezcladas con recetas de cocina, anécdotas históricas y demás. Buena parte de la oposición se da a la tarea de interpretar y combatir los dichos presidenciales.
Si nos atenemos a las encuestas, esta estrategia ha resultado inútil para “los adversarios”. El presidente llega a su primer informe de gobierno con índices de aprobación que rondan los 70 puntos. Si en este momento se consultara su permanencia, arrasaría el sí.
Las oposiciones y los críticos deberían preguntarse el porqué pasa esto. En textos pasados se decía que las oposiciones parecían estar dispuestas a regresar al pasado, un pasado no muy bueno, al menos en la percepción. Es un hecho que los opositores no parecen haber roto con el pasado, o mejor: con el pasado de ostentación, dispendio, insensibilidad y abuso.
Pero renunciar a esa parte del pasado, no es suficiente. Se sigue percibiendo que, a pesar de todas sus fallas (y son muchas), el presidente López Obrador es un hombre bien intencionado (parece serlo), honesto y preocupado por los que menos tienen. Por cierto, muchas personas de clase media se definen como “necesitados”, sin serlo, a la hora de recibir apoyos gubernamentales.
Esa percepción parece estarlo respaldando, aunque vean las fallas. En todas las encuestas, esas que ponen su aprobación por las nubes, hay dos preocupaciones: inseguridad y economía. Acerca de la primera, el mandatario responde, invariablemente, que están trabajando y que cuando los apoyos sociales se completen y la guardia nacional esté trabajando a plena capacidad, las cosas mejorarán. Sobre el segundo tema, de plano ya dice que no le preocupa el bajo crecimiento de la economía, que lo que le importa es que la gente tenga dinero para ir a la tienda y comprar las cosas que necesita. La figura utilizada por él es exacta: la mayoría de las personas no atienden (ni entienden) la macroeconomía, lo que les interesa es, en efecto, tener dinero en el bolsillo.
En ambas cosas, el presidente miente. En el primer caso, tiene la tesis conservadora de que los pobres y/o los jóvenes tienden a la delincuencia por falta de oportunidades. Además de que esto es una mentira, aun suponiendo que fuera verdad, el dar recursos asistenciales no garantiza que los delincuentes súbitamente tengan una epifanía y se retiren de una vida delincuencial, ni siquiera con el adoctrinamiento moral (con o sin cartilla). El asunto tiene que ver con costo-beneficio. Si sólo se castiga el 2% de los delitos y se puede obtener una ganancia, entonces la opción es clara. Y si adicionalmente los criminales son pueblo y no se les reprimirá, el camino está despejado. Por cierto, de nada sirve una guardia nacional que no persigue. Por evitar los errores de Calderón y Peña, López comete otros.
En el terreno de la economía, hasta hace unas semanas, al presidente le importaba apostar que se crecería un 2% en este año, ahora que es claro que no se logrará, actúa como los malos perdedores (de secundaria): “a mí eso ni me importaba.” O “yo tengo otros datos”.
En síntesis, hay que dejar de perseguir lo que dice el presidente en sus shows mañaneros y hacer hincapié en sus promesas sobre seguridad y economía. Aquí es donde el asunto se está descomponiendo, desgraciadamente.
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