El México que negoció el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o TLC) es uno muy distante no sólo en el tiempo, sino en los modos políticos y la sociedad al de ahora. El entonces presidente Carlos Salinas de Gortari comenzó la negociación con el gobierno republicano de George Bush y la terminó con el demócrata William Clinton. Entonces y ahora hay diferencias que conviene destacar.
En primer lugar, a pesar del inicio difícil del gobierno de Salinas, éste tenía el control del Congreso de la Unión y el respaldo de todos o casi todos los gobernadores del país. Los más importantes sectores empresariales también estaban de su lado. Las protestas contra el TLC eran, en general, apocalípticas y poco informadas. El documento que se negociaba era conocido por pocas personas y la confidencialidad de los encuentros fue una premisa. A pesar de las objeciones, nadie suponía que se podía detener la negociación salinista del TLC.
Ahora, la cosa es muy diferente. El presidente Peña Nieto no controla el Congreso de la Unión y los gobernadores de varios partidos tiene opiniones diferentes sobre una amplia gama de temas. La sociedad misma ha cambiado y, a diferencia de 1994, la negociación arranca con la amenaza de que hay un proceso electoral en México que podría rechazar los avances que esta administración federal logre. Una diferencia más. Bush y Clinton eran interlocutores confiables, a pesar de ser de partidos diferentes; Donald Trump es volátil y podría torpedear la negociación si así conviene a sus intereses coyunturales.
Con estas diferencias, ayer arrancó en Washington la primera ronda de conversaciones formales del TLC. Un evento que los medios de comunicación mexicanos han destacado ampliamente, a diferencia de los de Estados Unidos y Canadá, ocupados en otras materias. Las primeras informaciones de este encuentro nos hablan de un ambiente tenso. Aunque las crónicas difieren, ninguna de ellas habla de un ambiente amable, se destaca la proactividad del representante estadounidense, Robert Lighthizer, que para unos rayó en una actitud agresiva. En cambio, los representantes de los otros dos países se mantuvieron serenos. Es de suponerse que el estadounidense mantendrá esa postura de pendenciero de barrio; de lo contrario, su jefe podría removerlo.
En realidad, las negociaciones entre México y Canadá comenzaron la víspera del encuentro trilateral, cuando el Secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, y la canciller canadiense, Crysthia Freeland, buscaron mandar una señal sobre la unidad de propósitos entre quienes encabezan las delegaciones de ambos países. En ella coincidieron en dar un enfoque constructivo al TLC. En este primer encuentro lo importante es poner atención al tono de la negociación, a los márgenes de maniobra y a las estrategias que tendrán cada uno de los gobiernos involucrados.
A diferencia de la primera negociación, el gobierno del presidente Peña Nieto tendrá que enfrentar un doble reto: por un lado, negociar con un gobierno como el de Trump y, por el otro lado, estar bajo la mira de una oposición vigilante a la que hay que dar toda la información; una oposición que utilizará cualquier falla para capitalizarla a su favor en las próximas elecciones presidenciales del 2018.
Cuando D’Artagnan buscó a los mosqueteros 20 años después, se encontró con el hecho de que dos (Athos y Aramis) se habían pasado, como ahora algunos de los priistas de aquella época, del lado de la Fronda. Lo fugitivo permanece, pero no siempre dura.
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