Esta semana salieron al aire los nuevos formatos de los informativos de Televisa. Según la empresa, el cambio obedece a la idea de: “ofrecer al público propuestas innovadoras en la programación cotidiana.” Los dos “pilares” de esta “propuesta innovadora” son Denise Maerker y Carlos Loret de Mola. Sin duda se trata de un cambio generacional, pero el asunto va más allá. Los dos pilares se caracterizan por su antipatía hacia el PRI o lo que representa este partido. Esto no es ningún secreto, por supuesto, ni les quita mérito alguno, a menos que alguien crea que existe la “imparcialidad” informativa. Hoy por hoy, la Maerker es sin duda la mejor comunicadora de noticias en los medios electrónicos. Es profunda en sus comentarios e inteligente.
De un plumazo, hicieron a un lado a lo “viejo”: López Dóriga y Lolita Ayala. Del primero, otro López (Obrador) opinó que era uno de los mejores periodistas de México (Milenio online, 31 de mayo, 2016). Acaso para reconocer esto (o no dejarlo desprotegido) le dieron dos espacios semanales. Los cambios alcanzaron a todos, además de los ya mencionados: Adela Micha, Karla Iberia Sánchez, Paola Rojas, Julio Patán y Víctor Trujillo. Algunos estarán contentos, otros no tanto.
Sin duda se trata de una apuesta interesante y audaz. Al ver los pocos programas que se han emitido, parece que la empresa busca dos cosas: quitar la idea de que son transmisores y hasta subordinados del poder (priista) y captar a un público más joven y crítico, ese que tiene formación profesional y está cerca de las redes sociales. El público que trata de ser políticamente correcto y que se “come” las noticias políticamente correctas. Es de suponerse que tratarán de hacer esto sin perder al “aburrido” público mayor de los 40, que desea enterarse de un vistazo de las principales noticias, sin ahogarse en la “profundidad”. Tiene razón Televisa en su comunicado del 30 de mayo: se ganó en profundidad, pero quien sabe si en amplitud.
¿Resultará la apuesta? Es difícil saberlo. Al respecto hay dos opiniones encontradas. Por un lado, hay quienes avizoran una caída estrepitosa de los ratings. Suponen que los “viejitos” mayores de 40 buscarán formatos más tradicionales, el de lectores de noticias y no jueces mediáticos o profundos analistas de tres notas cada media hora. También señalan que no se capturará la atención de públicos jóvenes. Por otro lado, hay otros que suponen que el cambio será para bien y que le dará mayor penetración a la maltrecha televisión abierta, al menos en la parte de los noticieros.
Tal vez a la “nueva” Televisa le suceda lo que al “nuevo” PRI y resulte poco creíble su cambio, aunque sea real. Se dirá que es un cambio cosmético que trata de ocultar su apuesta. ¿Cuál es esa apuesta? Posiblemente sea alejarse lo más posible del gigante (PRI) que se derrumba para que no sepulte a la empresa entre sus escombros. Darse un nuevo rostro para que los futuros dueños del poder (PAN o MORENA) no la encuentren (tan) comprometida con el pasado corrupto. De paso, desquitarse de un gobierno que “los traicionó”, como dice la Iglesia, al sacar adelante una reforma en telecomunicaciones que los obliga a algo tan horrible como competir. Pero Televisa es tal vez ese hombre del casino provinciano… tiene mustia la tez, el pelo cano y ojos velados de melancolía, bajo el bigote gris, labios de hastío, y una triste expresión que no es tristeza, sino algo más o menos: el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza. Como dijo Machado.
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