El Universal publicó en ocho columnas que en los últimos 14 años la familia política de Ricardo Anaya Cortés, presidente del PAN, logró ampliar un imperio inmobiliario, al pasar de cuatro a 17 empresas e incrementar de seis inmuebles, cuyo valor era 21.9 millones de pesos, a 33 con un valor aproximado de 308 millones de pesos. El diario no señaló en ningún momento que esta prosperidad fuera fruto de algo ilegal, pero dejó clara la relación entre el servicio público del panista y el éxito económico. De ahí a deducir que lo primero ha sido un factor para lo segundo hay solo un paso, un paso muy pequeño. Este no sería el primer caso de un político enriquecido a la par de su desempeño público, pero el problema para Anaya es doble: aspira a la candidatura presidencial de su partido y ha hecho de la condena a la corrupción y el enriquecimiento su bandera. La nota de El Universal le pega de lleno.
A menos que se trate de una coincidencia, parece claro que el presidente nacional del PAN sabía del golpe mediático que se publicaría en ocho columnas, por lo que procedió de acuerdo a la escuela que ha dejado López Obrador: no aclaró nada, se victimizó y luego acusó. Y, por supuesto, acusó a su villano favorito: el PRI o un miembro de ese partido, en este caso a Raúl Cervantes Andrade, procurador general de la República. Al respecto, la víspera de la publicación, Anaya Cortés denunció haber recibido amenazas por un “escándalo de supuesto enriquecimiento” de su familia e informó que las intimidaciones llegaron al teléfono celular de su secretario particular una hora después de que el blanquiazul resolviera impedir que el Procurador General de la República se convierta en automático en el Fiscal General.
El Universal subrayó que su nota es parte de una investigación periodística.
El seguimiento del diario hacia Anaya Cortés no es nuevo; a principios de noviembre del año pasado dio a conocer una nota titulada: “Ricardo Anaya se da vida de lujo en EU”. En esta ocasión, el panista ha respondido con habilidad política y, en lugar de explicar su enriquecimiento y el de su familia, ha logrado que el foco de atención se traslade al llamado pase automático al procurador. Ha logrado más: su victimización y posicionamiento ha obligado a los panistas, incluso a sus adversarios, a cerrar filas con él. Ahí está, por ejemplo, el mensaje de Margarita Zavala diciendo que pese a sus diferencias, creía en la integridad de Anaya.
Ahora bien, supongamos que fue el procurador Cervantes o el PRI quien proporcionó la información al diario, cabe hacer dos preguntas: ¿qué ganaba el procurador con este golpe? La respuesta es sencilla: nada. Pero no sólo no ganaba nada, sino que perdía. Claramente, al procurador no le conviene enfrentarse contra el presidente de un partido que necesita en el Congreso de la Unión para lograr su pase automático. En el caso del PRI, meterse en un lío con el PAN significaría aplazar o cancelar los asuntos que están pendientes en el Congreso. ¿Ganaba algo el PRI? Claramente no.
Lo más probable es que el golpe contra Anaya haya venido del lado de sus correligionarios. La duda sobre la probidad de Anaya, aunada a la guerra interior que libra para aferrarse a su puesto le perjudica a la hora de que el PAN deba escoger un candidato. Y si a él le perjudica, a otros los beneficia. Así, Anaya ha jugado bien sus cartas hacia afuera al culpar al PRI y al procurador, pero hacia dentro de su partido, el daño está hecho y la duda puede matar sus aspiraciones.
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