La respuesta es: nadie lo extrañará. Tal vez ni siquiera los mismos priistas lo hagan, porque, para lamentarlo, antes deberían estar convencidos de que pueden ganar y ellos son los primeros que parecen dudarlo. En contraste, el PAN y MORENA parecen estar convencidos de que pueden ganar la presidencia. Del PRD es mejor no hablar, dicen los analistas que le confieren casi todos cero posibilidades de ganar. El problema es, como dice el dicho, que del plato a la boca se cae la sopa.
En las elecciones del año 2000, los priistas estaban seguros de que ganarían la elección presidencial. Con ellos, los medios, la iniciativa privada y buena parte de la sociedad también estaban convencidos. Fue una sorpresa el triunfo de Vicente Fox. Se vale agregar: una mala sorpresa para los priistas que, sin embargo, se recompusieron más o menos rápido. Entre 2001 y 2005 ganaron casi uno de cada dos votos en las elecciones locales. El PRI nacional no funcionó, pero las maquinarias en los estados caminaban.
En el 2006 había fuertes dudas en las posibilidades del PRI para recuperar la Presidencia de la República. En su obstinación por hacerse del control del partido para lograr la candidatura, Roberto Madrazo había causado división y enojo. Pero el PRI en los estados seguía funcionando bien, como lo muestra el número de votos conseguido entre 2007 y 2011. La reparación del daño corrió a cargo, exitosamente, de Beatriz Paredes.
Ahora, las cosas son diferentes por tres razones importantes: 1) los priistas están perdiendo elecciones estatales y locales importantes. Las maquinarias locales no están funcionando; 2) el PRI parece estar dividido, pero también distanciado de su presidente Peña Nieto; y 3) los agentes políticos (iniciativa privada, medios, líderes de opinión, etc.) parecen convencidos de que los priistas no tienen oportunidades de repetir la victoria del 2012. Por esto, están tomando distancia de ellos y se han vuelto críticos a todo lo que huela al viejo partido. Lo más grave es que los priistas parecen estarse preparándose para el desastre, pero no están haciendo casi nada para revertirlo.
El gobierno federal no parece tener un diagnóstico exacto de lo que le sucede, por lo tanto no sabe cómo revertir la desconfianza. Sabe que a partir de eventos como Ayotzinapa y la casa blanca se derrumbó la credibilidad; sabe que hay una serie de medios y personajes, dentro y fuera del país, que tratan de demoler aún más esa menguada credibilidad; sabe que las medidas tomadas no son suficientes y que se responde en función de coyunturas; sabe que la comunicación social ha fallado; pero no sabe los porqués.
Es muy posible que el presidente Peña Nieto esté convencido de que ya nada de lo que haga le recuperará credibilidad y confianza. Incluso, es posible que haya abandonado la idea de andar por ese camino y ahora se dedique a dos cosas: a) hacer lo necesario para no ser el primer presidente mexicano que termine en una cárcel, y b) hacer lo posible para que el PRI retenga la Presidencia.
El problema es que a los primeros que tiene que convencer es a los más necios: a los priistas.
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