Por lo general, los presidentes priistas que heredaban el poder a otro personaje de su mismo partido creían que podían influir en el recién llegado. Era una manera de demostrar que todavía guardaban poder y que deseaban proteger su “legado”. Se forcejeaban las huestes del ex con el nuevo durante meses y a veces años. Lo usual es que ganara la contienda quien tenía en ese momento el poder presidencial, entonces todo quedaba perdonado (¿dónde se ha oído algo así?) y todos los priistas se alineaban y eran aceptados. El primer presidente priista que no jugó a este juego fue Ernesto Zedillo. Es muy posible que desde antes de saber el resultado de la elección hubiera descartado cualquier posibilidad de influir en Vicente Fox. Tampoco este personaje o el siguiente, Felipe Calderón, guardaban esperanzas de influir en su sucesor. En este punto hay que decir que la leyenda más duradera es la de Carlos Salinas de Gortari, del que se puede decir que el 99% es mito y el 1% realidad, a menos que alguien demuestre cosas concretas y no sólo chismes.
Pero ninguna de las situaciones de los expresidentes es tan mala como la que está afrontando Peña Nieto. Vaga por la República como un fantasma y no, no es ni remotamente el del comunismo. No es un “lame duck”, sino un “agonizing duck”. Sin haber dejado la Presidencia ya es un expresidente. Pero, ¿qué le aguarda?
Como diría Sandro de América: penas y penas y penas. Para empezar, la mayoría de quienes aún se sienten priistas (en estos momentos, ser priista es un estado de ánimo, no una militancia) lo culpan directamente (e injustamente) del desastre. En segundo lugar, hay una buena cantidad de personajes de todo tipo (articulistas, empresarios, activistas, etc.) que están exigiendo cárcel para Peña Nieto por una serie casi interminable de razones. Lo peor de todo es que depende por completo de la buena voluntad de López Obrador. El peor de los mundos posibles. No es gratuito que el todavía habitante de Los Pinos esté tan cooperativo con su sucesor, más allá de lo que mandan las leyes y la tradición.
Cada presidente entrante ha abandonado hasta ahora la idea de encarcelar a su antecesor, y vaya que sí había razones en algunos casos. Saben que si se rompe esta regla no escrita, al terminar su mandato ellos podrían terminar en la misma situación. En principio, hay que creerle a AMLO en cuanto a que no tomará “venganzas” contra nadie. Por más que lo presionen los articulistas interesados o cualquier otro grupo, su fuerza política lo hace resistente a estas presiones. Sin embargo, en el caso de un tropezón fuerte de su gobierno o de él en lo personal, recurrirá a una medida distractora como el enjuiciamiento de Peña Nieto. Por esta razón, habrá expedientes de Ayotzinapa, Tlatlaya, la Casa Blanca, etc., listos para ser usados en caso de emergencia. No lo duden.
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