Con el caso Odebrecht y el inicio de las negociaciones del que será el nuevo TLC a cuestas, los priistas llevaron a cabo una relativamente tranquila Asamblea. Los (¿deseos?) avisos de una ruptura que algunos medios y analistas preveían no cuajaron y ahora todo parece un episodio pasado. Sin embargo, cabe señalar que el PRI que salió de la Asamblea no es el mismo PRI que entró. Vale la pena hacer un recuento: en el evento que terminó el sábado 12 de agosto se aprobó la quita de candados como una forma de dar un paso en el camino para ganar en 2018 (en teoría).
Hay que partir de una base: el PRI no está ganando elecciones por sí mismo. Por ejemplo la elección del Estado de México. Los priistas de larga carrera (i.e. Beltrones) o bien los que han empezado desde abajo (i.e. Ortega) se inclinaban a dejar los candados, no sólo porque el asunto los beneficiaría en cierto grado, sino porque consideran que el partido puede ganar con sus propias fuerzas. Desde luego, el equipo gobernante (Peña-Videgaray-Nuño) comparte la idea de que el partido no puede ganar por sí mismo, por lo que desea contar con cartas como la de Nuño (3 años de militante) o Meade (no militante). También necesita el PRI a sus aliados para conseguir los puntos que le hacen falta en una elección competida.
Pero la quita de candados va más allá de las elecciones presidenciales. Hay estados y municipios en donde el PRI simplemente no tiene candidatos competitivos. El cambio de estatutos permitirá la llegada de candidatos de otros partidos o de la sociedad civil. Es decir, el fin de la meritocracia del partido tricolor. No es menor esta modificación. El acuerdo tradicional del PRI se acabó, pero también se terminará la fidelidad y la unidad sobre la base de la obtención de un puesto o cargo. Este será otro PRI en 2018. Es un cambio mayúsculo que no ha sido medido con precisión.
Sin embargo, el problema no está en los candados, sino en otro lado: hay que partir de la base de que el PRI está en el tercer lugar en todas las encuestas. Es decir, no puede ganar de la forma que sea. Entonces, tal vez no sea tan importante el tema de los estatutos. En realidad, el PRI con Meade sigue siendo el PRI de Peña; el PRI con Nuño sigue siendo el PRI de Peña. Y este es el obstáculo principal. El PRI sin candados sigue siendo el PRI de Peña.
El tema no es si Meade o Nuño no despiertan el entusiasmo o parecen malos candidatos. Los expertos en “media training”, imagen y publicidad y propaganda podrán hacer su trabajo con ellos o con cualquiera de los otros aspirantes. El tema es otro: ¿cómo convencer al número suficiente de electores para ganar la elección? Se puede usar la técnica “lecho de Procusto” para comenzar a “cortar las piernas” de los candidatos opositores. Es decir, exponer sus trapos sucios, pero está acción podría tener una eficacia relativa si el PRI no mejora sus números. Tal parece que no saben cómo hacerlo.
Este PRI que es realmente distinto al de hace un par de semanas no puede confesar su pasado porque perdería. Como diría José Alfredo: es preciso decir una mentira.
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